jueves, 21 de noviembre de 2019
CAPITULO 71 (SEGUNDA HISTORIA)
A la mañana siguiente, partieron rumbo a Boston. Tardaron cinco horas en llegar. Bruno los recibió en el apartamento, somnoliento.
Acababa de despertarse tras una guardia de cuarenta y ocho horas. Deshicieron el equipaje y Paula se reunió con Bruno en el salón. Se sentó en el sofá junto a él. Pedro se quedó en la cama descansando y el bebé, en la cuna. Mauro y Zaira se encerraron en su habitación.
—¿Qué tal la luna de miel? —se interesó Bruno.
—Muy bien —contestó, colorada como los fresones.
Bruno soltó una carcajada.
—¿Se sabe algo de Nicole Hunter? —se interesó ella, flexionando las piernas debajo del trasero.
—No hay cambios —su expresión se tornó grave—. Ya sabes que el coma se escapa de la Medicina —clavó los ojos, del color de las avellanas, en la mesa—. Lleva ya más de un año así. Ayer fue su cumpleaños.
Paula se entristeció, tanto por la situación de la paciente como por el tono castigado de Bruno, quien, a pesar de contar con treinta y tres años, parecía un niño asustado en ese momento.
—Cumplió veinticinco —continuó él, sin pestañear—. Tenía veintitrés cuando entró en coma después del accidente. Ha perdido ya casi dos años de su vida. No es justo —añadió con rigidez.
—¿Sabes si estudiaba o trabajaba? —se recostó en su hombro.
Bruno apoyó la cabeza en la suya y suspiró:
—Estudiaba Derecho en la universidad de Suffolk, pero, cuando murió su hermana, abandonó la universidad y viajó a China. Estuvo dos años allí. Me lo contó su madre.
—¡China! —se incorporó debido a la impresión—. ¿Y qué hizo allí?
—No lo sé —se encogió de hombros—. Dice su madre que nunca les habló de ello, pero que volvió siendo otra persona.
—¿Y después? —quiso saber ella, abrazándose las rodillas.
—Tampoco lo sé.
Permanecieron en silencio unos segundos.
—Bruno, ¿qué te parecería si trabajase en tu equipo? —le preguntó Paula, con una sonrisa.
Él la miró sin comprender.
—Quiero trabajar —le explicó ella—. Tengo que hablar con Jorge. Pensaba acercarme mañana al hospital. Y había pensado en tu planta.
—Pero estabas con Mau, ¿no quieres seguir en Pediatría?
—Verás... —suspiró y adoptó una actitud seria—. Me ofrecieron el cargo de jefa y al mes lo abandoné. No creo que sea buena idea entrar ahí otra vez, y menos si Mauro es mi cuñado —arqueó las cejas—. A Janet, mi antigua jefa, la bajaron de categoría por subirme a mí y la volvieron a subir cuando me fui. Me lo contó Zai.
—Y no quieres un posible enfrentamiento.
—Exacto —asintió despacio—. Además, así pruebo otro campo de la Enfermería.
—Me encantaría tenerte en mi equipo —le apretó la mano con cariño—. Podemos ir a hablar con Jorge ahora —se puso en pie—. Iba a ir a ver a Nicole. Te acompaño, si quieres.
A ella no le pasó por alto que Bruno se refiriera a la paciente por su nombre de pila.
—Claro. Voy a por el abrigo y a decírselo a Pedro.
Entró en la habitación y encontró a su marido sobre el edredón, con las extremidades en cruz. Paula ocultó una risita. Incluso dormido era imponente...
Se acercó y le quitó las zapatillas con cuidado de no despertarlo. Gaston, en cambio, sí estaba despierto y se chupaba el pie. Cuando su hijo la vio, comenzó a emitir ruiditos y a sonreír.
—Ven, gordito —le susurró, al cogerlo en brazos.
Lo vistió en el sofá con una rana y unos zapatos verdes, unos leotardos gris claro, como la rebeca, y una camisa blanca. Ella llevaba unos vaqueros y una camisa larga y entallada; se ajustó una pashmina verde, a juego con el bebé, y se calzó sus botines planos beis de hebillas.
Abrigó al niño y luego, a sí misma. Se colgó el bolso y sentó a Gaston en el carrito. Besó a Pedro en la mejilla y salió en busca de Bruno.
Caminaron hacia el General en un cómodo silencio. Entraron en el hospital por una puerta lateral. El característico aroma le arrancó una carcajada de dicha. Lo había echado mucho de menos...
Subieron por uno de los ascensores para uso exclusivo del personal, con un código de acceso que introdujo Bruno. Se detuvieron en la última planta.
—¡Qué grata sorpresa! —exclamó el director Jorge West, cuando les abrió la puerta del despacho.
Se saludaron y se acomodaron en las dos sillas que flanqueaban el escritorio.
—Me gustaría incorporarme, si se puede —anunció Paula, seria.
—Tú siempre tendrás un hueco en mi hospital, Paula —sonrió el director—. ¿Quieres volver a Pediatría?
—Había pensado... —carraspeó, nerviosa.
—Quiere trabajar conmigo —la ayudó Bruno.
—Pues es tu planta, muchacho —accedió Jorge—. Si hay hueco para ella y tú estás de acuerdo, por mí no hay ningún problema. Solo tenéis que decirme qué día te incorporas para preparar tu contrato y que lo firmes.
—¡Qué bien! —exclamó ella, emocionada.
Los dos hombres se rieron por su gesto espontáneo.
Acordó llamar al director West al día siguiente y se despidieron de él.
—Te acompaño a ver a Nicole —le dijo Paula a su cuñado—, así la conozco.
—Pues vamos —le indicó con la mano los elevadores.
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