sábado, 30 de noviembre de 2019

CAPITULO 99 (SEGUNDA HISTORIA)




Cuando llegaron a su destino, le calzó los tacones sin despertarla. El abrigo no hacía falta, por lo que se lo colgó del brazo, junto con el bolso y su chaqueta del traje, y la levantó en vilo.


—Que pasen una bonita velada, señor Alfonso —le deseó la mujer uniformada.


Bajaron otra escalera móvil y se dirigió hacia un hombre que sostenía las llaves de un Aston Martin Vanquish, idéntico al suyo, alquilado por él mismo.


El desconocido le abrió la puerta para ayudarlo. Pedro metió a Paula en el sillón del copiloto.


—Aquí tiene, señor Alfonso —le entregó las llaves.


—Gracias —sonrió y se sentó en el asiento del conductor.


Con cuidado, retiró los tapones de los oídos a su mujer, le ajustó el cinturón y emprendió el nuevo trayecto. En apenas unos minutos, aparcó el deportivo. Aprovechando que continuaba dormida, no la despertó y entró en el edificio. 


Realizó las gestiones convenientes y regresó al coche. Condujo hacia un parking subterráneo y apagó el motor.


—Rubia —sonrió y la besó en los labios con suavidad.


—¿Pedro? —movió las manos hacia la cabeza.


—Todavía no —se las sujetó y se las besó con dulzura—. Estamos en el coche. Te ayudaré a salir.


La cogió de nuevo en brazos hasta el ascensor, donde la bajó al suelo, rodeándola por la cintura. Tocó la tecla que conducía a la última planta.


—Queda muy poco —le besó el cuello, estrujándole el vestido de las ganas que tenía de acariciarla desnuda.


—Ya merece la pena... —susurró ella, tocándole la cara para situarse y poder besarlo en los labios.


Y él se perdió... Fue como si cayera por una cascada y el impacto contra el agua lo revitalizase al fin.


¡A la mierda!


Gruñó y la apretó contra su cuerpo. El beso se tornó voraz enseguida. Paula gimió, enroscándole los brazos en la nuca. Enredaron las lenguas y se embistieron el uno al otro con urgencia. Llevaban demasiados días sin probarse. Se habían echado muchísimo de menos...


La empujó contra una de las paredes, todas eran de espejo, e introdujo las manos por dentro del vestido hacia su trasero, frotándose contra ella a la vez que se curvaba.


El elevador se detuvo, parándolos de golpe.



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