sábado, 14 de diciembre de 2019
CAPITULO 146 (SEGUNDA HISTORIA)
—Melisa no ha acudido a la consulta de Mateo desde octubre del año pasado, que fue su última revisión.
Su madre acababa de entrar en el apartamento y soltó aquella frase antes siquiera de darles los buenos días.
Paula estaba sentada en el sofá con las piernas cruzadas debajo del trasero y una infusión en las manos; llevaba el camisón porque hacía diez minutos que se había despertado y eran las once de la mañana. Sus cuñados y su marido estaban vestidos de manera informal y hacía un buen rato que habían desayunado. Bebió un largo sorbo de la taza caliente, un remedio que le había aconsejado Juana, desde el supuesto engaño de Pedro, para calmar los nervios por todo el asunto de su hermana.
—Eso solo puede significar dos cosas —comentó Mauro, enumerando con los dedos—: una, que no está embarazada o, dos, que si lo está, pero no quería que nadie lo supiera.
—Mauro tiene razón —dijo Paula, llevándose la taza vacía a la cocina—. Es demasiada casualidad que Ariel y Melisa se vayan de Boston el mismo fin de semana. Le escribiré para comer con él el lunes.
—¡De eso nada! —exclamó Pedro, que sostenía en brazos a Gaston, mientras este jugaba con los cordones de la capucha de su sudadera.
—Tengo que hablar con Ariel, te guste o no, pero hay que actuar sin levantar sospechas hasta que sepamos con seguridad lo que está pasando y si está o no involucrado. Las cosas de Gaston y las mías están en el hotel. Iré ahora a por algo para estos dos días, pero no recogeré las maletas hasta el lunes. Y no quiero que se entere Ariel. Lo investiga todo.
—¿Qué quieres decir? —quiso saber él, cruzándose de brazos.
—Tiene informes de todas las personas que le interesan.
Los presentes ahogaron una exclamación.
—Sí —asintió Paula—. Yo he visto esos informes y son bastante detallados. Sabe hasta el número de horas que trabajáis en el hospital —movió una mano mientras hablaba—, la fecha en la que Catalina fundó la asociación, todas
las fiestas que se han llevado a cabo en Boston, las infidelidades de los políticos... —suspiró, tranquila—. También, sabe la dirección de tu padre, Zaira, incluso lo sucedido en el incendio y después del incendio, y yo no se lo he dicho —levantó las manos, inocente, por supuesto—. Lo sabe todo de todos.
—¿Por qué, hija? —le preguntó Juana, frotándose las manos—. Eso solo lo hacen los locos.
—Investiga a la alta sociedad de cada ciudad donde tiene un hotel. Lo hacían su abuelo y su padre antes que él. Así, sabe cómo alcanzar la clientela que quieren, sus gustos, sus costumbres, para que sus hoteles no solo sean destinados a estancias turísticas o noches sueltas de turistas de gran nivel económico, sino, también, que la alta sociedad de la ciudad donde está erigido el hotel acuda al mismo para tomarse una copa, cenas de negocios o encuentros románticos. Sus hoteles son de lujo, lo que significa que los clientes son personas con mucho dinero.
—No creo que sea solo para conocer a la clientela —añadió Pedro, con la frente arrugada—, sino también para tener ventaja frente a todos, como si fuera un dios que lo sabe todo de todos por posibles problemas, chantajes, etcétera. ¿A ti te investigó?
—Dice que no —se tiró de la oreja izquierda—. Dice que le gusté tanto desde el principio que prefirió conocerme. Por eso, se enfadó tanto en el hospital cuando discutimos. Melisa le contó muchas mentiras, pero sintió que confiaba en él desde el minuto cero —colocó las manos en la cintura—. Yo nunca le conté nada, ni siquiera que soy de Nueva York. Y tampoco investigó a Melisa, eso me dijo —frunció el ceño, pensativa.
—Pero, seguramente, lo haya hecho ya —señaló Zai, acercándose a ella —. Discutisteis en el hospital y un par de días después se presentó Melisa diciendo que había roto con él. ¿Crees que al enterarse de las mentiras de tu hermana, que no concordaban para nada con la imagen que tenía Ariel de ti, no te ha investigado para corroborarlo?, ¿a ti y a tu hermana? —arqueó las cejas—. Es evidente que a Ariel le preocupa la información.
—Entonces, no será tan fácil engañarlo —protestó Pedro, cambiándose a su hijo de brazo.
—Por eso, mientras yo esté hablando con Ariel el lunes, alguien debe recoger el equipaje de mi habitación, y tú no puedes, Pedro, porque tienes vetada la entrada en el hotel.
—Lo haremos Bruno y yo —anunció Mauro, decidido—. Tendrás que darnos la llave y avisarnos cuando estés con Howard. Y las maletas deben estar listas para no retrasarnos.
—Pues será mejor que me vista ya y vaya al hotel para prepararlo todo — observó a su marido, divertida—. Iré sola porque no pueden verme contigo, ¿de acuerdo?
Él gruñó.
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