martes, 17 de diciembre de 2019

CAPITULO 154 (SEGUNDA HISTORIA)





La metió en la habitación donde habían dormido en su boda y la lanzó a la cama sin miramientos, como aquella primera noche en Miami que jamás olvidaría. Él la contempló con mucha hambre, humedeciéndose los labios, y con sus fieros ojos del puro chocolate líquido vidriosos por el deseo.


El vestido se le había subido a las caderas y el tirante derecho se le había deslizado por el hombro, pero Paula no se molestó en arreglarse, sino que se descalzó y se levantó. Lo rodeó, admirando su intachable atractivo, su porte imperioso de guerrero. Se situó frente a él, vestido con unos vaqueros y una camisa por fuera de los mismos. Y se arrodilló a sus pies.


La mirada de Pedro rasgó su piel de los relámpagos que destelló al adivinar sus intenciones. Ella ya había perdido la vergüenza y el miedo. Había recuperado la confianza y la seguridad en sí misma. Ya no llevaba pañuelo, ni siquiera en la calle. En las últimas tres semanas, ese hombre se había encargado de ello, y de mucho más...


Le desabrochó los pantalones y se los bajó, con los calzoncillos, de un tirón hasta los tobillos. Le acarició las piernas con las yemas de los dedos, desde los gemelos hasta el trasero, que masajeó a placer. Recorrió su piel a la vez que le besaba esas endemoniadas ingles en uve que tanto la enloquecían.


Dirigió los ojos a los suyos.


—Eres mío, soldado.


—Sí, rubia... Y tú, mía... —le pasó las manos por el cortísimo cabello blanquecino, sonriendo con adoración—. Mi rubia...


Ella le devolvió la sonrisa, pero con picardía.


Y besó su inmensa erección.


Pedro jadeó, vulnerable, debilitado... Se sujetó a los postes de la cama. Y Paula lo condujo a las alturas, poderosa, cariñosa, traviesa... con los labios, con la lengua, con las manos... lánguida, sensual, adictiva...


Él arqueaba las caderas hacia su boca, murmurando incoherencias, rugiendo en ocasiones, guñendo en otras, disfrutando como nunca...


—Suficiente.


Pedro la agarró por las axilas para levantarla, se sentó en el borde de la cama y la colocó entre sus piernas. Le bajó las braguitas con premura,
desesperado. Ella le permitió todo, tan ansiosa como él, que la giró para quedar de espaldas y la acomodó a horcajadas en su regazo.


—¿Preparada? —le susurró al oído, ronco, antes de lamerle el cuello.


—Siempre... —gimió Paula, cerrando los ojos—. Siempre...


Él la levantó y se enterró profundamente en su interior con una tortuosa lentitud. Pero esa lentitud se desvaneció en apenas un instante... 


Hicieron el amor con esa gloriosa intensidad que jamás los saciaría...



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