martes, 17 de diciembre de 2019

CAPITULO FINAL (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro agarró la mano de Paula y la llevó a la mesa que había al lado de la barbacoa. Se sentó en una de las sillas libres y la acomodó a ella en su regazo.


—¿Tú sabías que Bruno había dejado de tratar a Nicole? —quiso saber ella, abrazándolo por el cuello.


—No, pero algo me imaginaba, porque cada vez que le preguntábamos se ponía nervioso y se marchaba, como ahora.


—¿Quién le habrá dado la dirección de aquí? Creía que estaba prohibido ofrecer los datos personales de los médicos a los pacientes.


—He sido yo —declaró Mauro, sentándose en frente de ellos—. Vino a verme esta mañana a la consulta preguntándome por Bruno. Le dije que viniera aquí esta noche si quería hablar con él —sonrió con malicia.


—¡Lo has hecho aposta! —Pedro soltó una sonora carcajada.


—Por supuesto —resopló Mauro, ampliando la sonrisa.


—Te va a odiar cuando se entere —predijo Zaira, uniéndose a ellos.


—Ojo por ojo y diente por diente —musitó Mauro, antes de besarle la sien a su mujer.


Pedro rompió a reír con más ganas.


—¿Lo has hecho por eso?


Zai y Paula los observaron sin comprender a qué se referían.


—Cuando estábamos en el instituto —comenzó Pedro—, Mau estaba loquito por la chica más popular de su clase. Él era muy tímido por aquel entonces y no se atrevía a pedirle que fuera su pareja en el baile de graduación, así que yo lo ayudé. Hablé con ella de parte de Mauro y aceptó, porque resultó que también estaba loca por él. El caso —gesticuló con la mano libre, pues con la otra acariciaba de forma distraída la cadera de su mujer— es que a Bruno le habían castigado mis padres por culpa de Mauro. Bruno se enfadó mucho y decidió vengarse: habló con la chica y le dijo que lo que más le gustaba a Mauro era
bailar, pero que no se atrevería nunca a pedirle un baile, que lo hiciera ella. 


Los cuatro soltaron una carcajada. Mauro Alfonso ni sabía ni le gustaba bailar, era, literalmente, un pato mareado, menos cuando Zaira se subía a sus pies y lo guiaba al ritmo de la música.


—Y me sacó a bailar —continuó Mauro, irguiéndose, fingiendo altanería—. Por supuesto, hice el ridículo. La chica se asustó y me tiró el ponche a la cara. Todos se rieron de mí.


—Mi pobre doctor Alfonso... —suspiró Zai, tomándolo por la nuca para besarlo en los labios—. Estabas destinado a mí.


—Eso jamás lo dudes, bruja —le devolvió el beso.


—Cuando Mauro se enteró de que el culpable había sido Bruno, juró y perjuró que un día lo pagaría.


—Lo siento por Nicole, pero esto es solo el principio de mi venganza.


De nuevo, se rieron.


Y disfrutaron del aperitivo previo a la cena, charlando en familia.


—Por cierto, soldado —le susurró Paula a Pedro al oído—, mañana tenemos una cita en el restaurante de Luigi. Alexis se queda con Gaston en casa.


—¿Y no podemos ir a otro sitio? —sugirió él, ilusionado por recibir una respuesta afirmativa—. Luigi me odia.


—Luigi no te odia. Es que es muy protector conmigo. Además, ya le avisé de que se comportara contigo.


De repente, la mano de su marido se coló por dentro del vestido en dirección a su trasero. Ella se sonrojó.


Pedro, por favor, estate quieto.


—Prometo comportarme con Luigi, pero con una condición —se inclinó.


—¿Cu...? ¿Cuál?


—Calcetín.


—¿A...? ¿Ahora? —balbuceó—. Pero si acabamos... —recibió un pellizco en la nalga—. ¡Ay! —gritó sin querer.


Todos los miraron.


—¿Estás bien, Paula? —se preocupó Ana.


—Se encuentra un poco mareada —contestó Pedro, incorporándose con Paula en brazos—. Es mejor que descanse un rato en la cama. Comed sin nosotros.


Pedro, por favor... —le dijo ella, mientras atravesaban el gran salón—. No puede ser que tengas más ganas de...


—Quiero mi calcetín ahora.


Se encerraron en la habitación.


Y la lanzó a la cama, arrojándose él un instante después.


—Nuestro calcetín...


—Nuestro secreto...


El mosquetero seductor Pedro Alfonso dibujó una lenta sonrisa en su rostro, irresistible...





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