domingo, 26 de enero de 2020
CAPITULO 108 (TERCERA HISTORIA)
Pedro agarró el cuello de Ramiro desde atrás, alejándolo de Paula. Lo soltó con brusquedad y se enzarzaron en puñetazos por el suelo, rodando el uno sobre el otro. Pero les duró poco porque Mauricio, Daniel y Lucas cogieron a
Anderson de los brazos y lo arrastraron hasta sacarlo del loft.
—¡Paula! —gritó Pedro, corriendo a la cama—. Pau...
Se quitó la americana y tapó su desnudez.
Comprobó sus constantes vitales.
Estaba inconsciente, pero respiraba con normalidad.
Frunció el ceño al notar algo rugoso en su cuello. Le retiró el pelo y vio un mordisco. Esa preciosa piel blanquecina, la piel de su leona blanca, estaba lastimada y manchada con puntos rojos. El cuerpo de Pedro se sacudió de rabia, y lágrimas furiosas mojaron su rostro, cayendo al de ella.
—Lo voy a matar...
Reprimió un rugido. Nunca había pasado tanto miedo como en ese momento.
Con cuidado y manos temblorosas, la tumbó sobre el lecho y la despojó de la ropa interior rasgada. La vistió con el pijama, que encontró arrugado entre el cabecero y el colchón. La depositó en el suelo. Deshizo la cama a manotazos. La tumbó de nuevo en ella y la arropó con su chaqueta. Se fijó en el anillo de compromiso que todavía llevaba en el dedo anular. Se lo quitó y lo arrojó al montón de las sábanas.
Se reunió con sus amigos. Estaban en la cocina. Faltaba Mauricio.
—Necesito un favor —les dijo Pedro—. Dos favores.
—Lo que sea.
—Necesito que vayáis a mi casa y me traigáis sábanas limpias y la colcha de mi habitación —se acercó a la puerta y cogió su juego de llaves, que aún colgaba de la cerradura. Se lo entregó a Dani—. Y las necesito ahora. Las sábanas están en mi armario. Y el segundo favor es que tiréis esto a un contenedor —les entregó las sábanas, la colcha, el albornoz y la ropa interior de Paula.
Mauricio entró en ese instante en el apartamento, ajustándose la pajarita.
—Se ha ido —anunció su amigo, serio—. Me he encargado de ello. ¿Cómo está Paula? —tenía un corte en la ceja.
—Está inconsciente —respondió él—. No quiero despertarla. Debería, pero... —agachó la cabeza—. No quiero.
Lucas se quedó. Mauricio y Daniel se marcharon.
—Tiene un mordisco en el cuello... —se frotó la cara, inhalando aire con dificultad—. Tenía rota la ropa... Joder... Estaba desnuda... —se tiró del pelo con tanta fuerza que gritó, aunque no lo hizo por el dolor de la cabeza, sino por su corazón—. Lo voy a matar... ¡Joder!
—Tienen que reconocerla. Necesita un hospital, solo para descartar...
—¡No! ¡Nadie va a tocarla todavía! —empujó a Lucas y regresó con ella.
Paula estaba en posición fetal. Se había movido. Pedro permaneció en el borde de la cama, observándola. No se inmutó hasta que Daniel entró en el dormitorio con las sábanas y la colcha.
—Cógela en brazos —le pidió a su amigo en un tono quebrado. Tragó—. Tengo que hacer la cama.
Daniel obedeció y Pedro colocó las sábanas en el colchón, cambiando las de los almohadones también, y la colcha. A continuación, la metió dentro.
—Tus hermanos están aquí —anunció Mauricio, muy serio, a través de los flecos.
Lucas se ofreció a quedarse en la habitación mientras él hablaba con su familia en el salón.
Zaira y Rocio lloraron en silencio al escucharlo. Manuel y Mauro, en cambio... Pedro sintió un escalofrío al apreciar el sombrío semblante de sus hermanos.
Ninguno comentó nada.
Ninguno salió del loft.
—He arreglado la puerta del baño —señaló Lucas, que le palmeó el hombro, y finalmente se fue.
Pedro se sentó en el suelo, a un lado de la cama, con la espalda en la pared. Flexionó las piernas y se las rodeó con los brazos. Y contempló a Paula hasta que la noche cedió paso al amanecer y las pestañas de ella aletearon, cinco horas después.
Paula alzó los párpados lentamente, como si luchase para abrirlos. Clavó sus luceros en Pedro, miró las sábanas, las acarició, arrugando la frente e incorporándose. Observó a Pedro de nuevo. Y palideció...
Él se levantó y caminó hacia ella, pero Paula saltó a la esquina contraria del colchón y se tapó con la colcha hasta la barbilla, gimiendo asustada. A Pedro se le cayó el alma a los pies... Se detuvo.
—Pau... —estiró el brazo. Sonrió—. Ven conmigo... Por favor...
Pero ella salió disparada hacia el servicio, donde se encerró.
Oyó sollozos. Oyó la ducha.
Y no lo aguantó más, se metió en el baño. Una intensa nube de vapor revelaba la temperatura del agua. Se desnudó y se introdujo en la ducha, abrazándola por detrás. El agua lo abrasó, en efecto, pero no le importó.
Paula se sobresaltó. La esponja aterrizó en el plato.
Y estalló en llanto.
Pedro estaba aterrado. Su cuerpo se convulsionaba como el de ella.
—doctor Pedro... —se giró y le arrojó los brazos al cuello—. doctor Pedro... doctor Pedro...
Él la levantó por las caderas y se deslizó hasta sentarse debajo del chorro.
Paula se hizo un ovillo en su regazo. Pedro la envolvió con fuerza.
Permanecieron quietos hasta que el agua empezó a enfriarse. La sacó de la ducha. Ella no se despegaba de Pedro, estaba adherida a él como una lapa, por lo que los cubrió a ambos con una toalla.
—Necesito mirarte, Paula. Necesito... —tragó—. Necesito comprobar que estás bien, que él no... —no pudo terminar la frase.
Paula se levantó muy despacio. Se rodeó a sí misma, agachando la cabeza y hundiendo los hombros. Él analizó su piel, erizada y enrojecida por haberse frotado demasiado fuerte con la esponja, tanto que se había raspado. Buscó el bote de crema en el armario del lavabo. Olía a flores frescas, a ella. La embadurnó al tiempo que aprovechaba para reconocerla con las manos y con los ojos. No parecía haber nada, excepto el mordisco y una señal en uno de
sus pechos. No obstante, en un caso así los daños eran internos... Estaba asustada, temblaba y desviaba la mirada, no se la sostenía en el espejo.
Esperando a que absorbiera el producto, Pedro le secó los cabellos con una toalla pequeña y se los cepilló con cariño y delicadeza, deshaciéndole los enredos. Después, le colocó el pijama de lino que había tirado en el suelo y Pedro se puso los calzoncillos. Paula lo abrazó por la nuca y levantó una pierna hacia su cadera. Él la alzó como si se tratase de una niña pequeña y la
llevó a la cama, donde se durmió en su pecho. Pedro la besó y se dirigió al salón.
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