lunes, 27 de enero de 2020

CAPITULO 111 (TERCERA HISTORIA)




Una hora más tarde, salían del hospital.


—¿Te encuentras mejor? —se interesó Pedro, sin tocarla, de camino al loft.


— Sí.


Su escueta respuesta no lo tranquilizó en absoluto. Su rostro estaba demasiado pálido y las pequeñas manchas debajo de sus ojos revelaban lo poco que había descansado.


—¿Te importa si me meto en la cama? —le preguntó Paula, al entrar en el apartamento—. Esta noche cenaré con mis padres y no me encuentro bien.


—Claro. Ahora te llevo una pastilla.


Observó cómo desaparecía a través de los flecos. Estaba distinta desde la llamada telefónica. Y odiaba que acudiese sola a la cena, pero sería un completo error que él la acompañara, porque su presencia la perjudicaría.


Buscó los medicamentos en la cocina, que se hallaban dentro de un cajón, y un vaso de agua, pero, al entrar en la habitación, la descubrió ya durmiendo, o sin ganas de abrir los párpados y, a juzgar por su postura, también sin ganas de compañía. Le dejó la pastilla y el agua en la mesita de noche y se dirigió al salón. Se quitó la americana y la corbata, se descalzó, se remangó la camisa y se tumbó en el sofá.


No hizo nada el resto del día, excepto ojear internet y pensar.


Pensar en todo y en nada.


Estaba empezando a anochecer cuando escuchó unas pisadas cada vez más cercanas. 


Giró la cara. Paula ya estaba arreglada, con Converse incluidas. Su rostro no poseía rastro alguno de sueño, tampoco estaba hinchado, lo que significaba que, o no había dormido, o hacía ya un rato que se había despertado y ni siquiera lo había avisado.


¿Y si Pedro estorbaba en su vida? ¿Y si se había empeñado en permanecer a su lado cuando quizás deseaba estar sola? ¿Y si la agobiaba? ¿Y si estaba haciendo el ridículo? 


Siempre actuaba del mismo modo, anticipándose. Le había comentado lo de Los Hamptons y sus vacaciones, pero ella no había dicho nada. ¿Y si Pedro se estaba equivocando?


Se levantó del sillón y se calzó. Se colgó la corbata en el cuello y la chaqueta en el brazo.


—Llámame cuando quieras —le dijo él, encaminándose a la puerta—. Estaré en mi casa.


Y se fue sin mirarla.



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