viernes, 17 de enero de 2020

CAPITULO 79 (TERCERA HISTORIA)






Había bebido alcohol, por lo que decidió no mover el coche. Ya lo recogería después. No estaba muy lejos. Tardó diez minutos en alcanzar la calle de Paula.


Sonrió cuando subió los pocos escalones de la fachada del edificio. Sacó su juego de llaves del bolsillo, que todavía no había devuelto a la señora Robins, sino que la había unido a las suyas, y no tenía ninguna prisa por devolverlas. 


Se metió en el portal con sigilo para no ser escuchado por la anciana. Subió a la última planta. Golpeó con suavidad en vez de tocar el timbre. Se revolvió los cabellos, vibrando de pies a cabeza. ¿Había hecho bien en presentarse en su casa? ¿Cómo lo recibiría?


Y se abrió la puerta.


—Doctor Pedro...


El tiempo se congeló, literalmente. De repente, nada importaba. La incertidumbre, el miedo y la cruda realidad se disiparon al hallar en esos luceros verdes la conexión que solo experimentaba al mirarla.


Se observaron con los ojos brillantes y una insondable emoción interna que pugnaba por ser rescatada. Paula emitió un sollozo, cubriéndose la boca.


Pedro no lo toleró más. Le resultaba inadmisible continuar alejados un solo segundo más, acortó la distancia, le retiró la mano, se inclinó y... la besó.


Puf... Esto es la gloria... ¿Cómo he podido esperar tanto? ¡Una jodida semana! Es la última vez que soy tan imbécil, ¡la última! Empujoncito, dicen... ¡Y una mierda! La voy a atar a mí, me da igual con qué, pero no me separo más de ella. Es mía. ¡Mía!


Ella emitió otro sollozo que él se bebió y aprovechó para succionar sus labios con una urgencia atronadora, porque fue ruidoso, era imposible mantenerse callado o tranquilo, su interior sufría las consecuencias de una tortura inaudita. Y la abrazó, aliviado de golpe al apreciar ese pequeño cuerpo tan tierno contra el suyo. La había echado tanto de menos... La estrechó con firmeza, enlazando la boca con la de ella, sin concederle tregua, ni siquiera para tomar aire.


Yo se lo doy. No necesita más que a mí. Y si no lo sabe, se lo demostraré.


¡Soy su héroe, joder!


Paula, entonces, reaccionó con osadía. Lo rodeó por la nuca, poniéndose de puntillas. Y lo engulló, paralizando a Pedro un momento por su impulso.


Pedro...


Su nombre... Pero no se enfadó al oírlo, todo lo contrario, Pedro se precipitó a una cascada de altura infinita. Su nombre le supuso el aliciente definitivo para descender hacia su trasero respingón. Jadeó como un animal malherido. Masajeó sus nalgas con brusquedad, ansioso, desmedido. Ella se arqueó, gimiendo, adhiriéndose a la palpitante anatomía de Pedro de forma desmandada y abriendo la boca en una clara invitación.


Y él se quemó... Y, para salir de un incendio, ¿qué había que hacer? Buscar un refugio...


Cerró la puerta de una patada y levantó a su muñeca del suelo, tomándola por el trasero. Ella lo envolvió con las piernas y tiró de su pelo. Él la penetró con la lengua y saqueó su boca. Y gimieron.


Pero Pedro estaba desesperado, no se saciaba, necesitaba más, mucho más... Necesitaba sentir cómo se estremecía bajo sus manos, bajo sus labios, por toda su piel... Necesitaba... Caminó hacia el sofá sin dejar de besarla, la tumbó y se colocó entre sus muslos con cuidado de no aplastarla, a pesar de que Nicole se curvaba hacia Pedro instándolo a que lo hiciera, a que la hundiera en el sillón.


Sus caderas chocaron y tal hecho provocó que ella gritase y que él creyese morir de placer... Su lacerante erección encontró un hueco en su preciada intimidad, cubierta escasamente por un fino pantalón de lino y las braguitas de algodón que se entreveían.


Pedro no detuvo el beso, tal idea era absurda. Ascendió una mano —con la que no se sostenía al sofá— hacia el costado de Paula, por encima de la camiseta del pijama que llevaba, ese tentador pijama holgado en la parte superior, de tirantes. Paula desconocía el extraordinario poder de persuasión que suscitaba ese pijama: parecía sencillo, discreto, pero las apariencias engañaban porque, en realidad, era un estímulo añadido a la tremenda excitación de Pedro.


Dibujó con los dedos la curva de su cintura, exquisita, profunda, muy interesante... Arriba y abajo. Una y otra vez. Hacia la tripa y hacia la espalda.


Arrugó la tela. Ella se retorció por las sensuales y audaces cosquillas que estaba sufriendo, mientras emitía murmullos ininteligibles... mientras se entregaba a sus caricias sin pánico ni vergüenza.


Me encanta esta muñeca... Jugar... No quiero hacer otra cosa que jugar...


Le lamió los labios al mismo tiempo que delineaba el borde de sus pantaloncitos, hacia adelante y hacia atrás. Introdujo la mano por dentro de la camiseta y le rozó la tripa con las yemas de los dedos.


—Joder... —aulló él, que paró el beso en cuanto sintió su divina suavidad —. Es que eres tan suave y estás tan calentita...


Se le enturbió la vista. Gruñó. Le levantó el lino hasta el pecho y besó su piel. Roció su abdomen con besos húmedos y largos. La chupó. La sujetó por la cintura, soltando la camiseta, y se calcinó por completo.


Pedro...


—No —rugió, mirándola.


Paula lo observó con los ojos velados por el deseo.


—Doctor Pedro...


Él apretó la mandíbula un instante y la besó en el ombligo. Ella dio un brinco, elevando las caderas sin percatarse de que cada una de sus espontáneas convulsiones lo estimulaban aún más. Sensible... Eso era aquella leona blanca: muy sensible.


Sopló. Besó. Lamió. Y subió, pero se detuvo. La miró de nuevo, con miedo.


—¿Qué pasa? —se preocupó ella, acariciándole los mechones.


Ante esa pregunta, Pedro sonrió, se incorporó, quedando de rodillas, arrastrándola consigo, la sentó a horcajadas en su regazo y le levantó los brazos hacia el techo.


—¿Recuerdas que una vez te dije que contigo no soy un caballero, que me vuelvo grosero, borde, irritante y más cosas que me guardé para mí? —agarró el borde de la camiseta—. Eso es lo que me pasa.


—Ya no lo eres —frunció el ceño al no comprenderlo.


—Siempre lo he sido —y le quitó la prenda por la cabeza en un rápido movimiento.


Paula enmudeció, pero no se cubrió, y Pedro...


—Joder... —siseó al observar su desnudez, aturdido—. Joder... Joder...


La tierna visión de sus senos, rosados, redondeados, alzados y erguidos le quitaron la respiración. Los tomó entre las manos, llenándolas.


—¿Tienes miedo ahora, Pau? —le susurró, silueteando el contorno de sus preciosos pechos.


Paula lo miró, conteniendo el aliento. Él se inclinó y apresó su labio inferior entre los dientes. Ella gimió.


—Pau... ¿Tienes miedo ahora?


—¿Qué me... vas... a hacer? —articuló en un hilo de voz, paralizada.


La tumbó de nuevo. Acercó la boca a esos senos tan maravillosos, los más bonitos que había contemplado jamás, y le susurró:
—Conducirte al cielo.


—Pero... —tragó—. Creía que era un pecado...


—Entonces, te llevaré al infierno.


Y besó uno de sus pechos mientras acariciaba el otro entre los dedos...


Paula gritó, curvándose, ofreciéndole los senos y tirando del pelo de Pedro.


Él, posesivo como nunca se había sentido, los veneró despacio, los abrasó con la lengua, con los dientes y con los labios. Les dedicó las mismas atenciones a ambos durante una hermosa eternidad, punzante para su erección, pero inolvidable para los dos...


Pedro... —tragó ella con dificultad—. Pedro...


—¿Has sentido esto alguna vez? —gruñó, sí... gruñó...


—Dios... Nunca... Jamás...


—Pues prepárate —descendió con la boca por su vientre. Bordeó la curva de su cintura con la lengua, deslizando los labios, dirigiéndose a sus caderas. Clavó sus fieros ojos en los de ella un segundo antes de empezar a retirarle el pantalón—. Porque no he hecho más que empezar.


—Doctor Pedro... —le acarició el rostro con dedos trémulos y su mirada vidriosa.


La devoción que sentía Pedro por Paula se incrementó a niveles carentes de medida real al escuchar ese apodo. Bajó el lino, también las braguitas, besando cada porción de piel que iba exponiendo, una piel clara, encendida, tierna y muy dulce, con aroma a flores.


—Pau... —se mordió los labios, reprimiendo su propio deseo. Solo le importaba ella—. Mi muñeca... Mía...




No hay comentarios:

Publicar un comentario