domingo, 19 de enero de 2020
CAPITULO 86 (TERCERA HISTORIA)
Él permaneció unos segundos callado. Si hubiera abierto la boca en ese instante, hubiera cometido el terrible error de forzarla a elegir, aunque la decisión era un hecho: Ramiro por encima de Pedro. Y tenía tanto miedo de
que ella huyera de él... Quería gritarle que no se casara, que la protegería de cualquiera que osara dañarla, aunque fueran sus padres los que la hirieran, pero se lo guardó para sí mismo, no estaba preparada.
—Ya sé dónde me meto —apuntó Pedro, con fingida seguridad—.Vive esto conmigo y no pienses en nada más, ¿de acuerdo?
Paula recostó la cabeza en su pecho. Él la abrazó con cariño. Ambos temblaron, aunque no añadieron nada más.
Un rato después, salieron a la calle con sus hermanos, sus cuñadas y sus sobrinos. Estuvieron en el Boston Common paseando y charlando. Hacía calor, pero las grandes copas de los gruesos árboles creaban en el parque sombras agradables para no tostarse al sol.
—Bueno, Pedro —le dijo Rocio cuando se sentaron en el césped, sobre unos manteles que habían traído para merendar—, hemos pensado en celebrar el cumple de Gaston en Los Hamptons. Nos vamos a ir unos días, ¿te apuntas?
Tenías tres meses de vacaciones, ¿no?
—¡Tres meses! —exclamó Paula, pasmada—. Eso es mucho tiempo.
—Hace mucho que no me cojo vacaciones —respondió Pedro, encogiéndose de hombros, despreocupado—. Y he hecho muchas guardias.
—Mi hermano no se coge vacaciones desde que te ingresaron, Paula — declaró Manuel, sonriendo con travesura.
Pedro se enfadó. Estiró las piernas, cruzándolas en los tobillos, y se apoyó en las palmas de las manos, a su espalda.
—Eso no es cierto —mintió—. No digas tonterías.
—Pongamos las cartas sobre la mesa —anunció Mauro, divertido. Sujetaba a Caro, que intentaba gatear pero todavía le costaba—. No somos
tontos y nos lo estáis llamando. Paula y Pedro se miraron.
—A eso me refiero —declaró Pedro, alzando las cejas—. No os habéis mirado en todo el día delante de nosotros, de hecho, habéis huido el uno del otro, y os habéis encerrado en la habitación dos veces —levantó una mano—,
eso sin contar con que habéis fabricado el agua en mitad de la comida. Repito: no somos tontos —arrugó la frente—. Y no entendemos que os escondáis de nosotros. Precisamente, nosotros jamás te juzgaremos, Paula. Si mi hermano está contigo es porque le gustas y, por ende, a nosotros también, independientemente de que las circunstancias no sean normales —sonrió.
Ella dio un respingo. Pedro, en cambio, quiso estrangular a su familia, aunque en el fondo agradeció las palabras de su hermano. Quizás, así Paula se relajaba y se acercaba a él.
—Yo no... —ella carraspeó—. No es... fácil.
—Lo sabemos —reconoció Zaira con una sonrisa amable—. No os preocupéis. Deberíais aprovechar un día como hoy —se colgó del cuello de su marido—. El sol, el amor secreto... ¡Es todo tan romántico!
Los demás se rieron.
Amor secreto...
Pedro observó a una sonrojada Paula. Le guiñó un ojo y extendió la mano hacia ella. Pedro sonrió con timidez y gateó hacia él, que flexionó las piernas para que se acomodara entre ellas.
—Por fin —le susurró él, besándola en el pelo.
Paula suspiró y se dejó mimar.
—¿Por qué no te vienes, Paula? —le preguntó Manuel.
—¿Adónde?
—A Los Hamptons. Nosotros vamos a estar un par de semanas, pero puedes venirte el tiempo que quieras con Pedro.
Pedro sintió un regocijo.
Dos semanas con mi muñeca, alejados del mundo... Suena muy interesante...
Y rezó para recibir una respuesta afirmativa.
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