sábado, 1 de febrero de 2020

CAPITULO 129 (TERCERA HISTORIA)





Paula soltó una carcajada por su reacción. Se asomó y le vio dejar atrás la ducha, por el lado contrario al suyo. Ella giró para no descubrirse a medida que él rodeaba el tabique. Paula se alejó hacia el otro y salió por la puerta que accedía al vestidor. Se escondió detrás del sofá y esperó en silencio.


Escuchó la puerta abrirse y después a Pedro alejarse hacia el salón.


Entonces, ya no oyó nada. Frunciendo el ceño, se incorporó despacio y avanzó a hurtadillas.


¿Dónde está?


Lo buscó durante un par de minutos por todo el pabellón, sin éxito. Miró debajo de la cama. Nada. Se metió en el baño. Se acercó al jacuzzi. Tampoco.


Y, de pronto, unos brazos la envolvieron desde su espalda, elevándola del suelo.


—¡AY! —chilló por el susto.


—Encontré a mi muñeca —le susurró al oído—. Ahora, toca el castigo... —le succionó el cuello y se lo mordió.


Pedro... —gimió, cerrando los ojos.


La cabeza de Paula cayó hacia atrás, chocándose con sus poderosos pectorales. Se derritió. Él se dirigió a la ducha sin soltarla y sin dejar de engullir su cuello, su oreja, su mandíbula, su hombro...


—Ay, Dios...


—¿Tienes calor?


—Mucho... Muchísimo...


—Pues vamos a refrescarte, muñeca, que yo lo necesito tanto como tú...


Pedro se quitó la toalla. Aquella colosal erección se colocó entre sus nalgas, rozándose contra ella adrede. Los dos resoplaron porque ansiaban mucho más...


Él accionó el grifo. La suave cascada los empapó de inmediato. La depositó en el suelo y le apresó los senos entre las manos.


—¡Pedro! —se arqueó de forma instintiva.


—Joder, Pau... —rugió como un animal, aplastándole los pechos—. ¿Qué tal... va... el... calor? —preguntó entre jadeos.


—Fa... —tragó—. Fatal...


—¿Tanto calor... tienes? —tiró de sus senos con fuerza una y otra vez.


—¡Sí!


Paula se retorció, estimulándolos a ambos por la fricción de sus intimidades. Se estaban asfixiando.


—Joder, Pau... No puedo más... Tengo que...


Pedro gruñó y se detuvo, pero solo para estamparla contra la piedra negra y alzarle una pierna hacia su cadera. Paula casi no tuvo tiempo de sujetarse a sus hombros porque se apoderó de su boca con voracidad y la penetró con una embestida... brutal.


—Dios...


—¿Paro?


—¡No!


—Jamás.


Él sonrió con malicia, se retiró muy despacio y la penetró de nuevo con el mismo ímpetu. Y así continuó, arrancándoles gritos de placer a los dos, angustiándola, saliendo de ella lentamente para clavarse en su interior con intensidad. Sí, intenso, muy intenso... Así era Pedro Alfonso.


Paula se arqueó, de puntillas, ofreciéndole los pechos, que él absorbió de inmediato en su deliciosa boca, chupándolos con anhelo entre aullidos entrecortados.


—Pau...


Pedro...


Y ese fuego que los calcinaba por segundos, al fin, los consumió, pero no se extinguió...


Jamás.





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