sábado, 1 de febrero de 2020

CAPITULO 128 (TERCERA HISTORIA)




Paula se despertó en la cama, sola...


Se incorporó de golpe. Tenía el pijama puesto y estaba desarropada. No recordaba haber llegado al pabellón. ¿Dónde estaba Pedro?


No ha sido un sueño, ¿verdad?


El miedo la dominó. Asustada, lo buscó, pero no lo encontró.


Por favor, que no haya sido un sueño... Por favor...


—¡Pedro! —lo llamó a voces.


Un ruido la alertó. Provenía del baño. Escuchó una puerta. Pasos.


Pedro, con una toalla anudada a las caderas, se presentó ante ella.


—¿Dónde estabas? —inquirió Paula, que soltó el aire que había retenido.


—Iba a darme una ducha —respondió, con el semblante cruzado por la confusión.


—¿Por qué siempre me despierto sin ti? —se tiró de la camiseta—. ¡Sí! — exclamó de pronto—. ¡Estoy muy enfadada!


Él dibujó una traviesa sonrisa en sus labios y avanzó hacia ella como un depredador, seguro de sí mismo, medio desnudo e increíblemente atractivo con restos de sueño en la cara, adorable y muy sexy...


—No volverás a despertarte sin mí, muñeca —la cogió de las manos y le besó los nudillos—. Te lo prometo.


—Creí que había sido un sueño, que... —suspiró, al borde de las lágrimas —. Es que... Todo lo que nos está pasando, desde el principio, es tan bonito que siempre que dormimos juntos y me levanto sola creo que ha sido un sueño...


—Nunca tan bonito como tú, Paula. Ven aquí —la abrazó, acariciándole la espalda—. ¿Sabes qué hora es?


—No.


—Las doce y media.


—¡¿Qué?! —desorbitó los ojos—. ¡Es tardísimo!


—Es evidente que necesitábamos dormir —la besó en el flequillo—. ¿Te encuentras bien? —la meció en su cálido pecho.


Paula suspiró de nuevo, pero esa vez con una sonrisa de embeleso y con los párpados cerrados, feliz.


—Sí, ¿por qué? Me siento muy descansada.


—¿Te duele el cuerpo? —la besó en la cabeza.


—No, ¿por qué? —arrugó la frente.


¿A qué venía el interrogatorio?


—¿No te duele nada? —insistió Pedro en un tono ronco.


Ella lo miró, extrañada. Sin embargo, al atisbar el pícaro brillo de sus ojos, lo comprendió. Se sonrojó y retrocedió por instinto.


—¿Huyes de mí? —quiso saber él, apoyando las manos en la cintura e intentando ocultar una risita.


Paula sonrió con picardía, rodeando el salón en dirección al dormitorio.


—De repente, tengo mucho calor —comentó ella, agarrándose el borde de la camiseta—. Creo que me daré una ducha. No te importa que me cuele, ¿verdad? —se la sacó por la cabeza—. Digo, como tú también te ibas a dar una ducha...


Pedro desencajó la mandíbula ante su atrevimiento. Y se la comió con los ojos, caminando en trance en su dirección.


—O podemos ducharnos juntos... —le sugirió su provocativa leona blanca — doctor Pedro —se bajó el pantaloncito de lino y lo lanzó con el pie al rostro de él.


Como Dios la trajo al mundo, dio una vuelta sobre sus talones entre risas infantiles y salió corriendo hacia el servicio, donde se escondió detrás del segundo tabique. Aguantó la respiración al oír que él entraba.


—Ay... —suspiró Pedro, dramático—. He perdido mi muñeca. Y, ahora, ¿qué hago?


—¡Búscala! —le gritó, pegándose a la piedra.


—Que la busque, ¿eh? Y cuando la encuentre, ¿qué hago?


—Castigarla...


—¡Joder!




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