miércoles, 5 de febrero de 2020
CAPITULO 141 (TERCERA HISTORIA)
—¿Papá? —dijo Paula, con el teléfono en la oreja.
—¡Mi niña! ¿Qué tal las vacaciones? —respondió su padre a través de la línea.
—Papá... —se le quebró la voz. Se sentó en el suelo, apoyando la espalda en la cama—. Estoy... muy bien, papá. Me tratan muy bien. Pedro es muy bueno y su familia, también.
—¿Qué te pasa, cariño? ¿Has estado llorando?
—Mamá me llamó anoche...
—¿Otra vez? —se enfadó—. ¿Qué te ha dicho?
—Nada, lo mismo de siempre, que Pedro es una mala influencia, que me estoy dejando arrastrar por él y que solo quiere separarme de vosotros. Y también... —tragó—. ¿Es cierto que Ramiro cena con vosotros todos los días?
Suprimió las crueles palabras que le repetía su madre desde que se marchó a Los Hamptons. Karen continuaba recordándole que los abandonó cuando murió Lucia, que solo Ramiro actuó como un verdadero hijo, no como Paula,
que huyó a China sin pensar en nada.
—Sí, hija. Ya conoces a tu madre... Los fines de semana, no, pero de lunes a jueves viene a cenar. ¿Te parece mal?
—No es que me parezca mal, pero no creo que ver a Ramiro a diario, tanto en el bufete como en casa, sea bueno.
—¿Qué quieres decir?
—Nada, papá, déjalo... Te llamaba por otra cosa.
—Claro. Dime.
—Mañana es el primer cumpleaños de Gaston, el hijo de Manuel y de Rocio — respiró hondo—. Estáis invitados. Catalina quería llamar a mamá, pero le dije que primero yo hablaría contigo.
Su padre se lo pensó unos segundos.
—No creo que le haga gracia a mamá. La situación está muy tensa, pero te prometo que hablaré con ella. Voy a llamarla ahora, ¿de acuerdo?
—Gracias, papá.
—No me las des, cariño. No me gusta nada que tu madre y tú estéis así. Entiendo a tu madre y también te entiendo a ti. Lo peor de todo es que tu madre se está equivocando y no se está dando cuenta. No quiere escucharme. Solo existe Ramiro para ella... —carraspeó—. Perdona, hija, no debí decir eso.
Paula ahogó un sollozo.
—No pasa nada. Llámame luego, papá. Un beso.
—Otro para ti, mi niña. Y saluda a la familia Alfonso de mi parte. Por cierto, ¿qué tal con Pedro?
—Muy bien... —se ruborizó.
Elias se rio.
—¿Te has puesto colorada?
—¡Papá!
—Bueno, es que te pones roja cuando hablamos de él.
—Luego hablamos. Te quiero, papá.
—Yo también a ti, hija. Luego te llamo.
Colgaron.
Se incorporó y se secó las lágrimas con los dedos. Guardó el iPhone en el bolsillo delantero del short vaquero blanco, cogió el bolso bandolera y salió del pabellón.
Habían estado por la mañana en la piscina y habían almorzado todos juntos en el porche de la casita. Después, Pedro y ella se habían duchado y vestido porque tenían que comprar el regalo de Gaston. Habían decidido ir a Southampton a pasar la tarde.
Alcanzó la piscina. Él sonrió.
—¿Nos vamos?
Paula asintió, con el aleteo revolucionando su estómago. No se creía que ese hombre fuera suyo... su novio... Bueno, su amigo.
Repasó su clásico atuendo: Converse negras, pantalones negros hasta las rodillas y un polo blanco con el cuello levantado. Llevaba sus gafas de sol negras en la cabeza, las Ray Ban Wayfarer, las preferidas de los dos porque ella también las tenía, aunque las suyas eran marrones.
No importaba cuántas veces lo viera vestido igual, jamás se cansaba de mirarlo. Su cuerpo, exudando poder y comodidad, le quitaba el aliento... Su cara, atractiva y refinada, le quitaba el aliento... Sus gestos, siempre pendiente de Paula, le quitaban el aliento...
Pedro le ofreció la mano y ella la enlazó con la suya. El cálido contacto mitigó su ansiedad, pero incrementó su palpitar, era inevitable. Se despidieron de los demás y caminaron hacia el garaje.
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