viernes, 14 de febrero de 2020

CAPITULO 171 (TERCERA HISTORIA)





Se reunió con su madre en un restaurante que había cerca del loft.


—Hola, mamá —la besó en la mejilla.


—Hola, Paula —le devolvió el gesto.


Paula. Sí, nada de tesoro o cariño.


Habían charlado por teléfono desde que se confesó a sus padres, dos días atrás, pero Karen había estado distante. La relación entre madre e hija era frágil y Paula no supo definir si se debía a lo que les había contado de China,
de su vida sin Lucia, o porque todavía no aceptaba a su novio como tal.


—¿Has estado en el bufete? —se interesó su madre, ojeando la carta para decidir qué comer.


—Papá me ha contado lo de... —tragó, nerviosa—. Me ha contado lo del bufete. No sabía nada.


—Claro que no sabías nada, Paula —frunció el ceño—. No quiero discutir, pero has estado en tu burbuja particular desde que empezaste a ver al... a Pedro en secreto —carraspeó, incómoda—. Pero no te preocupes, que Ramiro y papá llegarán al fondo del problema y lo solucionarán.


Ramiro, siempre Ramiro... Y Pedro y ella continuaban siendo inadaptados para Karen. Ya no le hacía falta pensar más.


Un camarero les tomó nota. Pidieron una ensalada cada una. Y les sirvieron agua. A Paula le apetecía una copa de vino, pero prefirió no añadir otra causa de posible reproche.


—¿Os gustaría cenar un día en casa? —le sugirió ella, antes de beber un sorbo.


—No estaría mal —convino su madre, más relajada—. Ni siquiera sé dónde vives.


Otra pulla...


—En Beacon Hill también, enfrente del Boston Common. Es un ático precioso —sonrió—. Y enorme. Vivimos las tres muy bien.


—¿Las tres? —se extrañó Karen—. ¿Qué tres?


—Las tres parejas: Mauro y Zaira, Manuel y Rocio y Pedro y yo.


Su madre se quedó boquiabierta.


—¿Vives con tu novio, sus hermanos, sus cuñadas y sus sobrinos?


—Y Mau Alfonso.


—¿Quién es Mau Alfonso? —se horrorizó—. Suena a...


—Es el perro de Mauro.


—¡Perro! —se llevó las manos a la cabeza—. ¿Tú —la señaló con el dedo —, la que necesitaba independencia, te trasladas a un piso con cinco adultos más, dos niños, un bebé en camino y un perro? ¡Y se trata de su familia, por el amor de Dios, no de la tuya!


Bueno, creo que definitivamente no van a venir a cenar...


Paula agachó la cabeza y hundió los hombros, no pudo evitarlo.


—Estará su madre todo el día allí —bufó Karen, sonrojada—. Tú no haces nada con tu vida y tú y yo no nos vemos desde antes de irte a Los Hamptons.Parece que Ramiro tiene razón.


¿Que no hago nada con mi vida? ¿Que Ramiro tiene razón? ¡Otra vez!


—¿Qué te ha dicho Ramiro ahora, mamá? —pronunció en un tono afilado, apretando los puños encima de la mesa—. ¿Otra vez te ha llenado la cabeza de mentiras?


Su madre se irguió en el asiento y, sin esconder el enfado, dijo:
—Creía que el doctor Fitz te ayudaba, pero mírate... ¿Ahora también te preparas para un ataque?, ¿conmigo? —señaló sus puños con una mano.


—¿Qué te ha dicho Ramiro? —abrió las manos enseguida y se mordió la lengua por la rabia que sintió cuando su madre lo nombró.


—Te vio el otro día comer con la madre, la abuela y la cuñada del... de Pedro.


—Es la segunda vez que te corriges a la hora de llamar a Pedro por su nombre. No soy tonta, mamá. Nunca lo vas a aceptar, ¿verdad? —se cruzó de brazos. En esa ocasión, no hubo lágrimas ni un nudo en la garganta. Ya no más —. ¿Por qué me has invitado a comer? ¿Sirvió de algo lo que os dije la otra noche? Dímelo, para saber a qué atenerme a partir de ahora.


—¿A partir de ahora? ¿Atenerte tú? Esto es increíble... —lanzó la servilleta al mantel—. Hace dos días, de repente —levantó las manos—, te sientas con tu padre y conmigo para decirnos que echas mucho de menos a tu hermana, que sufriste ataques de ansiedad en China y junto a una mujer que no era yo, es decir, que no era tu madre, y a miles de kilómetros de tu casa, de tu padre y de mí, durante dos años. ¡Dos años! —se inclinó—. ¿Acaso se te ha ocurrido pensar lo que significa eso para nosotros, Paula?


—Pues pensé que...


—Ah, pero ¿pensaste? —la interrumpió su madre, que se rio sin humor—. Te diré yo lo que significa lo que nos dijiste, Paula. Verás... —entrelazó los dedos en el regazo—. Resulta que mi hija se marchó nada más morirse su única hermana porque no podía seguir en su casa —recalcó—, donde todo le recordase a ella. Decide que China es la mejor opción. Cuanto más lejos, mejor, ¿cierto? —arqueó las cejas un segundo—. Y no hace más que sufrir ataques de ansiedad, pero, en lugar de regresar a Boston, a su casa, con nosotros, que somos sus padres, lo único que tiene ella y lo único que tenemos nosotros, decide alargar el viaje. Y no solo eso —agitó un dedo en el aire—, porque resulta que en Nepal, su siguiente destino, sigue sufriendo, sigue sin apoyarse en sus padres, en mí —se golpeó el pecho—, que soy tu madre, Paula. Continúas en China. Perfecto. Ahora, ponte en mi situación.
»Tu padre te sugirió el viaje, vale, pero tú aceptaste, nos alejaste de tu vida, de ti. Elegiste Shangái por Lucia, vale. Repito: aceptaste el sueño de tu hermana, pero ¿qué nos hiciste a nosotros? Alejarnos de ti. Y, ¿en dos años una llamada telefónica semanal? —respiró hondo—. ¿Sabes lo que hubiera hecho una hija que de verdad quiere a su familia, una familia que siempre ha dado su vida por ella? Hubiera rechazado el viaje, el sueño de su hermana fallecida. Te fuiste en cuanto Lucia se murió, Paula —se levantó—. Y casi cuatro años más tarde, de repente, sientes que tienes que contarnos lo mal que lo pasaste. Hace casi cuatro años, tu padre y yo perdimos a dos hijas, no solo a una, porque la que estaba viva se marchó lejos de nosotros cuando más la necesitábamos. Luego, a los pocos meses de volver de la condenada China, estuviste un año y medio en coma. Y, cuando despiertas, cuando por fin recupero a la hija que me queda —entornó los ojos—, un maldito niño que se cree un hombre me la arrebata de mi lado y, lo peor de todo, es que mi hija se lo permite. De nuevo, mi hija se aleja de nuestro lado, del mío —se limpió a manotazos las lágrimas que comenzó a derramar.
»Esto no es por Ramiro, ni siquiera por Pedro. Esto es porque me siento traicionada, Paula. Me duele, me duele mucho... —tragó—. Me duele escuchar que quedas con Catalina. Me duele verte tan feliz con otra madre que no soy yo, con otra familia que no somos tu padre y yo. Me duele saber que en quien te has apoyado desde el principio ha sido en Pedro, un hombre a quien conoces desde hace un par de meses, no en tu padre o en mí —inhaló una bocanada de aire—. Ahora soy yo quien necesita tiempo para aceptar, Paula. Tú lo necesitaste cuando murió Lucia y yo lo asumí porque no tenía otra opción. Se invierten los papeles —y se fue.


Paula sacó varios billetes de la cartera para pagar y salió del local. Se dirigió al loft y se tumbó en la cama vacía. Tenía que comprar sábanas, por si acaso alguna noche dormían allí. Su refugio, como el estanque de Los Hamptons...


Los del taller la telefonearon para avisarla de que le devolvían el coche.


Los esperó. Le entregaron la llave y le ofrecieron una hoja para que la firmase.


—Lo pagará Ramiro Anderson —les dijo, seria—. Les daré sus datos para que puedan localizarlo.


Y eso hizo. Solo faltaba que encima tuviera que pagarlo ella...


Regresó al apartamento, al colchón. Se descalzó y cogió el iPhone rosa. Le escribió un mensaje a su niño preferido:
P: Te necesito...


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