jueves, 12 de septiembre de 2019
CAPITULO 10 (PRIMERA HISTORIA)
Una lenta sonrisa cruzó su semblante.
Emprendió de nuevo la carrera, pero detrás de ella, a varios metros, para no ser descubierto. Le sorprendieron muchas cosas: lo bien que mantenía la marcha, su postura erguida y perfecta y, para su completo horror, las pronunciadas curvas de su cuerpo.
Paula llevaba una sudadera de neopreno, ceñida desde el cuello cerrado hasta las caderas, rosa fosforito, y unas mallas elásticas y negras que se amoldaban a su trasero prieto de una forma que le incitó a querer tocarlo para asegurarse de si era auténtico o se trataba de su mayor fantasía...
¿Auténtico? Su corazón obvió algún latido que otro. ¡Eso es un culo como Dios manda!, dijo para sus adentros.
Y sus piernas... Ladeó la cabeza y se mordió el labio inferior al admirar sus piernas, esbeltas, preciosas...
Corroborado: esa niña colorida usaba tallas más grandes adrede, pero ¿por qué? Sus caderas eran ligeramente anchas, aunque proporcionadas a su suculenta anatomía. Pedro frunció el ceño. ¿Cómo era posible que la hubiera reconocido al alba y llevando ropa ajustada y negra? Ella jamás vestía así.
Él estiró una mano y a punto estuvo de pisarle los talones. Un rayo de cordura lo atravesó a tiempo y se alejó unos metros de ella. Parpadeó hasta enfocar la visión. Se había quedado momentáneamente ciego.
Serán las lentillas. ¡Las odio! Pero, sin ellas, no veo una mierda...
Espera... Ese olor... Joder, qué bien hueles, bruja...
Aspiró algo más que su aroma primaveral: su propia esencia fresca, como olían las flores silvestres pegadas a una cascada.
Paula ralentizó la carrera a medida que se aproximaba a una de las puertas del Boston Common, la misma por la que había accedido Pedro. Él debió escoger ese segundo para dar media vuelta y marcharse, pero decidió seguirla.
Anduvieron deprisa. Ella se detuvo en un portal cercano y entró. Pedro flexionó una pierna y recostó la espalda en un edificio, enfrente, detrás de unos árboles que lo mantenían oculto, y esperó. No se movió por miedo a perderla de vista.
Media hora más tarde, una mujer joven salió del portal. Iba vestida con unos vaqueros pitillo, una camiseta larga y blanca, sujeta por un cinturón de piel en las caderas, y un jersey fino más corto por encima, de cuello alto, azul oscuro. Llevaba unos botines marrones de tacón ancho y alto y un abrigo a juego, con pelo en la capucha, que no se había abrochado todavía. Se colocó un gorro de lana con pompón, escondiendo una extraordinaria melena larga y pelirroja...
¡Pelirroja! ¡Paula!
A Pedro se le desencajó la mandíbula. Se separó de la pared. ¿Dónde estaban sus faldas acampanadas, sus camisetas de tonos estridentes y frases positivas? ¿Dónde estaban sus Converse? ¡¿Dónde estaba Paula?!
Ella emprendió el camino. Él cruzó un paso de peatones y la siguió. Un sinfín de preguntas se anidaron en su cerebro, preguntas que no debía hacerse, preguntas insistentes que aumentaron en número al alcanzar una pequeña escuela pública. Pedro conocía ese edificio. Era un colegio destinado a niños que buscaban casas de acogida, que no habían sido adoptados aún.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario