jueves, 12 de septiembre de 2019
CAPITULO 11 (PRIMERA HISTORIA)
Paula traspasó una verja negra y caminó hacia el edificio. Pedro esperó varios minutos y entró, impaciente. La recepción consistía en una mesa repleta de archivadores y papeles desordenados, y una silla, ambas a la derecha.
Deseó recoger el estropicio, el caos y el desorden lo enervaban muchísimo, pero se contuvo y continuó andando. A dos pasos, había un pasillo, a la izquierda, y, de frente, una escalera que conducía a las plantas superiores que había contado desde la fachada. Escuchó voces femeninas y recorrió el estrecho corredor, con tres aulas a cada lado. Al fondo, giró a la derecha. Más puertas.
—No tenemos más dinero —pronunció una mujer—. ¿Qué vamos a hacer? —se lamentó.
—Yo sí tengo, ya lo sabes. Acéptalo, por favor —le rogó Paula—. No quiero que la cierren. Ellos no se lo merecen.
—No quiero más dinero tuyo, lo siento —zanjó.
Él se asomó por el hueco entornado de la puerta. Y se le desorbitaron los
ojos al instante. Paula...
Una sedosa y abundante cabellera pelirroja, de distintas tonalidades de naranja —oscuros y claros mechones se entremezclaban—, ondulada, rizada en las puntas y que se prolongaba hasta el final de su cintura; esta, bien marcada por el ajustado jersey. ¿Por qué demonios escondía todo eso?, se preguntó Pedro, que había dejado de respirar. De pronto, alguien tiró de su sudadera.
Un niño, de unos cinco años, que se chupaba el pulgar y sujetaba un oso de peluche roto con la otra mano, rubio y con unos enormes ojos verdes, le dijo:
—¿Eres el gran jefe?
—¿Quién es el gran jefe? —se agachó y se alejó para que Paula no les oyese. El niño lo siguió.
—El que nos va a echar a la calle. ¿Eres tú?
Pedro arrugó la frente, se levantó, con el niño en brazos, y se dirigió a la recepción. Lo sentó en la mesa.
—No soy el gran jefe —negó con la cabeza.
—Entonces, eres amigo de Pau—solo soltaba el dedo para hablar, luego, volvía a metérselo en la boca.
—¿Paula? —adivinó él, posando las dos manos a los lados del cuerpecito del niño.
—Sí, Pau. ¿Eres su amigo?
—Más o menos —sonrió—. ¿Qué hace Pau aquí?
—Nos enseña a escribir y a leer —el niño sonrió, radiante—. Nos cuenta historias y, a veces, hacemos teatro. ¡Y jugamos mucho!
Pedro lo bajó al suelo. Unos tacones resonaron, acercándose.
—Encantado de conocerte —le indicó al niño, que se irguió y se llevó la manita a la frente—. Me llamo Pepe. Ahora tengo que irme —le revolvió los rubios cabellos desaliñados.
—Yo soy Gus. Nunca viene nadie aquí, salvo para regañarnos o decirnos que tenemos que irnos a la calle.
Pedro asintió y se marchó. Deseó quedarse con Gus, pero prefirió alejarse sin ser visto por la pelirroja. Regresó a su casa, apenas fueron quince minutos andando, aunque se le antojó uno escaso.
Paula... Paula... Paula...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario