miércoles, 18 de septiembre de 2019

CAPITULO 31 (PRIMERA HISTORIA)




Dos horas más tarde, por fin, encontraron el vestido perfecto: gris marengo, sin mangas, escote en pico en la espalda hasta el inicio del sostén, cerrado en el cuello redondo, ceñido hasta las rodillas y con una abertura lateral que le permitía andar con normalidad a pesar de la falda de tubo.


—Necesitas unos zapatos impresionantes —comentó Manuel, tocándose el mentón, pensativo—. El vestido es gris, quizá algo...


Paula sonrió, se agachó y sacó unos elegantes zapatos de tacón de aguja, de terciopelo, fucsia y negro, entrelazando los colores a modo de tiras anchas.


Se los mostró.


—¡Perfectos! —su amigo los analizó, encantado con el descubrimiento—. Te falta una chaqueta negra —se dio varios golpecitos en la barbilla—, pero moderna, corta y de piel, que te aporte un toque atrevido. Llevas una abertura —le señaló el lateral del muslo izquierdo—, pero el vestido es sencillo, por lo que los complementos deben ser importantes. ¡Ah! —alzó un dedo en el aire
—. Vendré a recogerte, pero no te peines hasta que llegue, ¿de acuerdo?


Ella asintió, alucinada. Sabía que a Manuel Alfonso le gustaba la moda, además de que sus múltiples novias eran casi siempre modelos, pero Paula desconocía que entendiera sobre el tema.


Buscó la chaqueta perfecta. Compartieron una sonrisa. Se cambió y lo acompañó a la puerta.


—A las seis estaré aquí —le dijo su amigo antes de marcharse.


Al día siguiente, le pidió a Stela salir antes para poder arreglarse a tiempo.


—Por supuesto, señorita —aceptó su jefa, enseguida, sonriendo de pura dicha—. No te imaginas cuánto me alegro de que salgas un sábado por la noche.


Paula se echó a reír.


—La familia Alfonso es muy conocida —le comentó la diseñadora—. Son muy queridos en la alta sociedad de Boston. Catalina Alfonso es una mujer entregada por completo a causas de caridad. No sabía que fueras amiga de sus
hijos.


— Bueno... —se sonrojó. Se sentó en la silla del despacho que había detrás del escritorio, pegada a la única ventana—. Soy más amiga del mediano, de Manuel, y también del pequeño, Bruno —desvió la mirada, nerviosa—. Los
conocí hace siete meses.


—¿Y del mayor? —arqueó sus delicadas cejas—. Tengo entendido que también es médico en el hospital donde entretienes a los niños.


—Pedro es el jefe de Pediatría —cogió un bolígrafo y comenzó a darle vueltas y más vueltas entre los dedos.


—Muchas de mis clientas han dicho alguna vez —la señora Michel caminó y se apoyó en el marco blanco de la ventana— que los tres son solteros y muy codiciados. Los he visto en la prensa. Son muy guapos, ¿verdad? Sobre todo... Pedro.


Pau se sobresaltó. Su corazón se ralentizó de manera discontinua.


—¿Hay algo entre tú y...?


—¡No! —se incorporó ella de un salto.


Stela soltó una suave carcajada.


—Pero te gustaría, ¿verdad? —le acarició la barbilla.


—Pertenecemos a dos mundos totalmente distintos, Stela. Jamás podría haber nada entre él y yo —pronunció, en un hilo de voz, con los hombros hundidos y jugueteando con unos papeles de la mesa—. Pedro es... —levantó el mentón—. No nos llevamos bien. Y tiene novia —un dolor agudo se anidó en su vientre.


La diseñadora la abrazó con ternura y le dijo:
—Ahora vas a recoger tus cosas y te vas a ir. Es tu primera fiesta —le guiñó un ojo—. Necesitas tiempo para arreglarte. Y ya es muy tarde, son las cuatro y media.


Ella asintió, sonriendo con tristeza.


—Y mañana, si estás muy cansada, quédate en casa —añadió Stela—. Es una orden —agitó un dedo en el aire y después le lanzó un beso.


Paula regresó a su casa sin ánimos. No tenía ganas de ver al doctor Alfonso, ni de hacer el ridículo en la mansión, pero ya se había comprometido y lo cierto era que, en el fondo, le apetecía; en especial, envolverse de hierbabuena...


Y llegó el momento.



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