miércoles, 18 de septiembre de 2019

CAPITULO 32 (PRIMERA HISTORIA)




Manuel se transformó en peluquero profesional, le alisó los cabellos y se los retiró con unas horquillas, de tal manera que un lateral de su cuello quedaba al descubierto. Los mechones se deslizaban por su espalda y por su hombro derecho. Se maquilló con un poco de rimel y brillo labial, nada más; en presencia de Pedro, su rostro se incendiaba ya de por sí, por lo que no necesitaba colorete.


—¡Estás increíble! —le obsequió su amigo, tomándola de las manos y obligándola a girar sobre sí misma, entre carcajadas—. Vámonos, peque.


Su abuela se emocionó al verla tan guapa.


—Mi niña... —se sorbió la nariz—. Cuídamela bien, Manuel.


Y partieron rumbo al barrio de Suffolk en el Aston Martin. Sin embargo, el trayecto fue... ¡espantoso! Sorteaban los coches a una velocidad de vértigo y con la música demasiado alta, tanto, que creyó quedarse sorda.


—¡Cuidado! —le gritó ella, sujeta al cinturón de seguridad como si su vida dependiera de ello, cosa que era cierta.


—¿Qué te pasa? —le preguntó él.


—¡Mira a la carretera! —le chilló, aterrada.


Manuel se echó a reír.


—Puedo ir más rápido, peque —aceleró para demostrárselo.


—¡Manuel! —cerró los ojos y rezó una plegaria.


Se detuvieron frente a la casa de la familia Alfonso un par de minutos después. Un sinfín de flashes se dispararon alrededor del deportivo.


Agradeció que las lunas fueran tintadas.


—No pienso salir de aquí —se negó Pau, en redondo—. ¿No podemos entrar por el garaje como la última vez? —se lamentó—. Por favor, Manuel, no quiero ser tu nueva conquista mañana en la prensa —se cruzó de brazos.


—Tú lo que no quieres es que te vean así vestida —sonrió—. Lo siento, pero hoy no hay más puertas. Y me gusta que me vean con mujeres hermosas —le guiñó un ojo—. Espera, que te ayudo a salir.


Paula farfulló una serie de incoherencias. Al día siguiente, sería el hazmerreír de la ciudad, ¡eso seguro!


Su amigo le abrió la puerta y le tendió la mano.


—Sonríe, peque —le susurró él al oído; en verdad, estaba disfrutando.


—Esta me la vas a pagar —sentenció con una sonrisa, colgándose de su brazo—. Voy a preguntarle ahora mismo a tu madre si hoy se podía o no entrar por el garaje. Eres un traidor...


Manuel ocultó una risita y la condujo hacia el interior de la mansión.


—Al menos, no he posado contigo —la pinchó él, adrede.


—Solo me faltaba eso... —apretó la mandíbula. Le entregó la chaqueta a una doncella—. Un día te encerraré en una habitación con la enfermera Moore.


—No te atreverás... —la tomó del codo, rechinando los dientes.


Pau sonrió con malicia.


—Pruébame, Manuel —le pellizcó la mano para que la soltara—, solo pruébame.


—¡Cariño! —los interrumpió Catalina, acercándose para saludarlos. Besó a su hijo—. ¡Paula! —exclamó, alucinada, analizando su aspecto—. Estás... ¡Qué cambio tan sublime! —la abrazó con cariño.


Ella se ruborizó por el halago.



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