miércoles, 25 de septiembre de 2019

CAPITULO 53 (PRIMERA HISTORIA)




¡Joder!


¿Cuándo se había convertido en un poeta. ¡Era un hombre de ciencia, por el amor de Dios! ¿Te besaría una eternidad?


Increíble...


Quería golpearse la cabeza para ver si reaccionaba, porque era obvio que estaba trastornado, aturdido por una bruja adorable, preciosa, que besaba tan condenadamente bien que todavía le palpitaban los labios, sin contar con la dolorosa excitación que padecía su cuerpo, ¡y era miércoles!


Llevaba desde el sábado por la noche sin avanzar en ningún sentido, cuatro días sin dar un paso coherente, un pensamiento coherente, un sueño coherente, una palabra coherente, un gesto coherente...


En el hospital, se habían dado cuenta de su estado y el personal de la planta de Pediatría, imaginando el motivo, no ocultaba las sonrisas. 


Menos mal que la enfermera Moore lo solucionaba todo cuando, sin percatarse del desastre que organizaba, cambiaba los formularios. Pero Pedro no se agobiaba, todo
lo contrario, lo agradecía. Cuando cometía un error, ya estaba Rocio para rectificarlo al instante. Llevaba un tiempo pensando en hablar con el director West para proponer a Moore como jefa de enfermeras y, después de esa semana, la rubia se había ganado el puesto con creces.


Y para colmo de males, tenía una estúpida banda sonora metida en la cabeza. Las canciones de las películas de Disney se colaban en su mente y se repetían sin cesar. En el hospital, el mes de diciembre, por ser el mes de la Navidad, estaba dedicado a los niños. El director lo había decretado así a raíz de una propuesta de Paula. En la sala de juegos, se reproducían, desde el día uno, dos películas diarias, una por la mañana, de Disney, y otra por la tarde, de Navidad. La habitación estaba siempre repleta de pequeños, ya fueran pacientes o hermanos de los niños ingresados. Y esa música le recordaba a ella, porque se imaginaba a todas las dichosas princesas Disney con el rostro de Paula.


Ella había estado en el hospital, pero no se habían visto. La culpa había sido de Pedro. Paula le había escrito un mensaje el lunes por la noche avisándole de que el martes iría a la hora del almuerzo para hablar con Jorge West, y proponiéndole que comieran juntos en la cafetería. Y, ¿qué había hecho Pedro? Nada. No había contestado, y había desaparecido del complejo en ese intervalo de tiempo. Ella le había escrito de nuevo, pero había obtenido el mismo resultado: nada.


Y, ¿por qué se había comportado así?


¡Porque soy un idiota!


Estaba muerto de miedo. Su interior era un completo caos. Amaba el orden; sin embargo, su vida, desde hacía poco, era un desastre. Las mujeres siempre habían deseado cazarlo, igual que a sus hermanos, y él había huido como si fueran la peste. Ahora que era Pedro quien pronunciaba, por primera vez en sus treinta y seis años, las palabras me gustas, me gustas muchísimo, y, encima se lo soltaba a la mujer en cuestión, también salía huyendo; además, a una mujer a quien le había pedido que no se asustara.


¡Y soy yo el que se queda en shock, joder! Increíble...


Si no lo odiaba, sería un milagro, sobre todo porque el sábado tendría lugar la gala que había organizado la asociación de su madre. Había pensado, desde el principio, en asistir con Paula, pero, claro, ¡cómo se lo iba a pedir!



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