miércoles, 25 de septiembre de 2019

CAPITULO 55 (PRIMERA HISTORIA)




El jueves por la tarde, no se movió del despacho en las cuatro horas que Paula se encargó de entretener a los niños. Había escuchado el jaleo y las risas, pero se mantuvo quieto y encerrado.


Y el viernes, la conferencia resultó ser otro tormento, sobre todo cuando la vio en la sala vestida con sus ropas estridentes de rojo y amarillo, fresa y plátano. Pedro echaba mucho de menos comer pomelo, fresa y plátano...


Su madre lo telefoneó cuando terminó el seminario. Paula ni siquiera se despidió de él, tan solo se marchó en silencio.


—Mamá —le dijo Pedro al descolgar.


—¡Uy! ¿Qué te pasa?


—Nada.


—Si lo sabré yo, que te he parido. ¿Qué te pasa, Pedro?


Pedro se mordió la lengua y suspiró.


—¿Qué quieres, mamá? —jugueteó con la pluma que utilizaba para escribir.


Catalina permaneció unos segundos callada y añadió:
—Esta noche vienen unos amigos y tus hermanos a cenar. ¿Te apetece? Te aviso con poco tiempo, hijo, perdona.


La pregunta era retórica, los dos lo sabían, pero su madre siempre la formulaba y él siempre respondía afirmativamente.


—Claro. Allí estaré.


—¡Perfecto! Te veo luego, cariño. Un beso.


—Adiós, mamá —colgó, guardó la bata y se colocó la chaqueta.


Alguien golpeó la puerta.


—Adelante.


La enfermera Moore entró en el despacho. Su semblante no pronosticaba nada bueno.


—¿Ocurre algo? —se preocupó Pedro, con el abrigo colgando del brazo.


—Yo... —se retorció las manos, ruborizada—. No sé si... si debería decirle esto, pero... Paula se marcha del hospital.


—Es lógico. Ya son las ocho y media —señaló él—. Hace media hora que debería haber terminado.


—No me entiende, doctor Alfonso—lo contempló unos segundos—. Paula se marcha del hospital —repitió, alzando las cejas—. La semana que viene será su última semana con nosotros. Ya no volverá más. Solo lo sé yo, pero me ha dicho que hablará con el director West en cuanto le sea posible, que la decisión está tomada.


El corazón de Pedro se detuvo de golpe. Se enfadó... Se enfadó mucho.


—¿Y por qué me lo dice a mí, Moore? —entrecerró los ojos.


—Bueno, yo... pensé que... que usted y ella... —titubeó, más colorada imposible.


—Pues pensó mal —la cortó y se fue.


A grandes y fuertes zancadas, alcanzó su apartamento. Estaba tan furioso consigo mismo que se duchó con agua fría y se vistió a manotazos, murmurando maldiciones; creía, convencido, que la decisión de Paula había
sido por él, por su distancia, y no la culpaba, se culpaba a sí mismo, porque era la imagen que él mostraba, aunque no fuera la verdadera...




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