miércoles, 9 de octubre de 2019

CAPITULO 101 (PRIMERA HISTORIA)





Como la noche anterior, Paula se sentó entre las piernas de su doctor Alfonso, en el suelo, para cenar. Tomaron una taza de chocolate caliente de postre y se tumbaron en el sofá, cubriéndose con una manta. No tardaron en quedarse dormidos.


Así los encontraron Manuel y Bruno por la mañana, al volver de su guardia.


—Joder... —siseó el mediano, contemplando el árbol de Navidad, pasmado.


La pareja se levantó del sillón de un salto.


—¡Joder, es tardísimo! —exclamó Pedro, revolviéndose los cabellos.


Ambos corrieron hacia la habitación, con torpeza porque el sueño todavía no les había abandonado. Se vistieron a toda velocidad. 


Paula metió sus pertenencias a manotazos en la bolsa de piel.


—Nunca he llegado tarde... —maldijo él, de camino a la puerta principal.


Bajaron las catorce plantas dando saltos por las escaleras.


—No me acompañes —le dijo Paula, negando con la cabeza—. Vete al hospital. Luego hablamos.


—No. Voy contigo.


Pedro, tienes razón, es tardísimo. Venga, vete —lo empujó.


—¿Estás segura? —frunció el ceño.


—¡Vete! —le sonrió.


—Está bien, pero avísame cuando llegues a casa —retrocedió hacia el semáforo.


Paula sintió un pinchazo en las entrañas, asintió, fingiendo alegría, y se fue sin mirar atrás. Las lágrimas amenazaron con estallar en cualquier momento.


Ni siquiera le había dado un apretón en la mano, un beso en la frente, un pequeño abrazo... 


Nada. Después de lo que habían compartido, y la despedida era tan fría... La había besado el día anterior en plena calle, igual que en el
Boston Common frente a la pista de hielo, en público, como en los muelles, pero tras dos días increíbles...


De repente, un brazo la agarró por la cintura y la giró sobre sí misma. Ella aterrizó en un cuerpo muy familiar, cálido y acogedor.


Pedro, pero ¿qué...?


No terminó de formular la pregunta, porque él la besó en los labios de manera feroz durante un segundo escaso. La soltó y se alejó a grandes zancadas, guapísimo en su traje gris de tres piezas, debajo del abrigo entallado y oscuro hasta las rodillas. Las mujeres babearon a su paso, ¡quién no!


Paula, petrificada en el suelo, se tocó los labios que le palpitaban sobremanera por ese beso tan... impresionante.


Y hasta dentro de tres días no lo voy a ver...


Su móvil vibró dentro del bolso con una llamada, despertándola del trance.


Descolgó de forma automática, sin mirar de quién se trataba.


—¿Sí?


—Buenos días, Paula.


—¿Ernesto? —arrugó la frente.


—Siento llamarte tan temprano, pero tengo una semana bastante ocupada. ¿Te viene bien comer el miércoles?


—Sí —suspiró—, pero tendrá que ser pronto.


—No hay problema. Hablo con mis socios y te mando la dirección por mensaje.


—Sí. Perdona por cancelarlo la semana pasada.


—No importa. Espero que tu abuela se encuentre mejor. Enferma mucho, ¿no?


Bueno... —titubeó, nerviosa, andando hacia su casa—. En realidad... No la cancelé porque mi abuela enfermara. Lo siento —respiró hondo—. Te mentí, Ernesto.


En el último momento, había telefoneado a Ernesto Sullivan aquel día para posponer el almuerzo, alegando que Sara la necesitaba porque estaba indispuesta. Mentira, claro. Lo había hecho para estar con Pedro antes de la conferencia. Y no se arrepentía en absoluto.


—Lo sé.


—¿Lo sabes? —se detuvo, incrédula.


—Paula, me dedico al sector inmobiliario prácticamente desde que nací. Sé cuándo alguien me está mintiendo, negociando o marcándose un farol. Créeme, he aprendido con los años y a fuerza de errores —se rio—. Y también sé que me mentiste en el Bristol Lounge, tu abuela tampoco enfermó cuando cenaste conmigo. Pero... no fuiste la única. Yo también te mentí esa noche.


Paula soltó una carcajada que contagió a Ernesto.


—La cena en el Four Seasons era solo conmigo, en ningún momento pensaste en avisar a tus socios —adivinó ella, retomando el camino a su apartamento.


—Me declaro culpable.


—Ernesto... —dudó, pero se atrevió—. ¿Por que lo hiciste? Te confieso que, hasta la gala, no me fiaba mucho de ti. No sé cómo conseguiste mi número, y me seguiste aquel día que me interceptaste en la calle. Y también creo que, cuando nos encontramos en el Boston Common, no fue casualidad, sé que vives en Suffolk.


Sullivan suspiró.


—Me equivoqué contigo, Paula, y con Pedro. Él y yo nunca hemos sido amigos y nos convertimos en rivales cuando, unos meses después de que Alejandra cancelara nuestra boda, me enteré de que se veían a solas. Supongo que quise devolverle la jugada. Lo culpé a él por celos, pero ahora me doy cuenta de que la culpa no fue de Pedro, sino de Georgia.


—¿Georgia?


—Perdona, Paula, tengo que colgar, llego tarde a una reunión. Nos vemos el miércoles. Dentro de un rato te mando la dirección del restaurante y la hora de la comida. Adiós, Paula.


Paula observó el móvil, atónita. No pudo despedirse de él porque Ernesto no se lo permitió. Y ella no era tonta. ¿Qué relación guardaba la señora Graham con la anulación del compromiso entre Alejandra y Sullivan?


Paula entró en su portal y comenzó el lunes gris...




No hay comentarios:

Publicar un comentario