martes, 15 de octubre de 2019

CAPITULO 121 (PRIMERA HISTORIA)




La mansión estaba atestada de gente. Los hombres vestían de esmoquin y las mujeres, de gala. Paula se sintió un pececito en el océano, pero su novio, al notarlo, le besó la sien y le susurró al oído:
—Eres la más hermosa, que no se te olvide.


Paula, que no cabía en sí del amor que sentía por su doctor Alfonso, fue a responderle, pero Stela Michel se le adelantó:
—¡Señorita! —desplegó los brazos para recibirla.


—¡Stela! —caminó con las muletas hacia la diseñadora.


Se encontraron a mitad de camino, junto con Rocio. Las tres se abrazaron.


—Estás guapísima —le obsequió Stela, acariciándole la mejilla.


—Vosotras, también —les dijo a las dos, con las lágrimas agolpándose en sus ojos.


—Paula, estás bellísima —se acercó Sam, con una deslumbrante sonrisa.


—Ernesto—le devolvió el gesto—. Tú también estás muy guapo —se sonrojó inevitablemente.


—Me gusta tu diadema —su sonrisa se tornó pícara—, y la escayola — ambos se carcajearon—. Te interesará saber —cogió una copa de champán que les ofreció un camarero en una bandeja de plata y se la tendió— que mis socios ya han tomado una decisión.


—¿Y? —su corazón frenó en seco.


Silencio.


Se miraron, muy serios.


—¡Ernesto! —lo reprendió, tirando de su chaqueta.


—Han decidido no demoler la escuela.


—¡Bien! —chilló ella, abrazándolo por el cuello.


Sullivan se echó a reír, tanto por el arrebato de Paula como por la estupefacción de los presentes. La atrapó entre sus brazos para que no se cayera. A pesar de la música, proveniente de una orquesta, al fondo, todo el mundo había escuchado su grito.


—Ernesto—lo saludó Pedro, con una sonrisa sincera.


Pedro —convino Sullivan, de igual modo—. Me gustaría hablar contigo cuando tengas un momento —le pidió, antes de dar un sorbo a la bebida—, pero no aquí.


—Claro. Llámame.


¿Y estos dos desde cuándo se llevan tan bien?, se cuestionó Paula, sorprendida.


Paula y Pedro estuvieron conversando con la familia Alfonso al completo, y algunos amigos, hasta cinco minutos antes de la medianoche. Entonces, las doncellas indicaron a los invitados que salieran al jardín, cubierto de nieve, en la parte trasera. Los sirvientes abrieron los balcones del salón. Pedro cargó a Paula en sus brazos para que descansara un rato de las muletas.


A las doce en punto, una lluvia de fuegos artificiales estalló ante sus ojos.


Confeti de todos los colores voló sobre ellos desde la azotea de la casa. Los presentes emitieron exclamaciones de júbilo y sorpresa.


—Feliz año nuevo, bruja —y la besó, estrechándola contra el pecho.


Ella lo correspondió, henchida de amor y llorando de felicidad.


—El primero de muchos, doctor Alfonso...





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