miércoles, 16 de octubre de 2019
CAPITULO 122 (PRIMERA HISTORIA)
—Ay, madre mía... —pronunció Paula en un hilo de voz, asustada—. ¡No quiero!
Pedro se echó a reír. Estaban sentados en el borde de la cama; su novia, en su regazo, pálida. Arnold Switch, el fisioterapeuta, tenía una sierra en la mano para rajar el yeso.
—Lo único que vas a sentir es un hormigueo, te lo prometo —le aseguró Switch, con una sonrisa tranquilizadora—. Esto no corta la piel.
Era moreno, de ojos verdes, cuerpo atlético y alto. Cualquier mujer caería redonda a sus pies, Pedro solo esperaba que Paula no fuera una de ellas, pensó, muerto de celos. Fisioterapeuta y paciente tendrían que pasar, al menos, cuatro semanas juntos, y a diario, para la rehabilitación.
—Pedro... —tembló ella—. Por favor, ¿es necesario utilizar la sierra?
—No tengas miedo, nena —le sonrió con ternura—, la sierra no te va a cortar la piel, y Switch ha cortado tantas escayolas que podría hacerlo con los ojos cerrados. Solo mírame a mí, ¿vale?
Paula asintió y se irguió, fingiendo valentía.
—¡Adelante! —exclamó, como si se tratase de un soldado, rígida y conteniendo la respiración.
Me la comería ahora mismo...
Pedro ahogó una carcajada y le indicó a su colega que podía empezar. Y ella terminó riéndose. El color del pomelo retornó a sus mejillas.
—¡Me hace cosquillas!
Switch apagó la sierra y la dejó en el suelo.
—No te muevas —le ordenó con suavidad.
Tras retirar el yeso, la piel estaba deshidratada y con escamas amarillentas.
La cicatriz era tan fina que apenas se notaría con el paso del tiempo, cosa que alegró a Pedro, porque lo último que deseaba era que ella se angustiase cada vez que la viera.
—¡Qué mal huele! —se quejó Paula, tapándose la nariz.
—Siempre que se quita una escayola el aroma no es agradable porque el sudor se acumula debajo del yeso y no se lava —no obstante, no le parecía tan exagerado y le extrañó su reacción.
—Voy a preparar los barreños —dijo el fisioterapeuta, y se metió en el servicio.
—¿Qué barreños? —insistió ella, todavía sin entender.
—Tiene que limpiarte la pierna para quitar las escamas —contestó Pedro—, además de hacerte baños de contrastes durante media hora, alternando el agua fría y el agua ardiendo, y aplicarte una crema especial, masajeándote la
pierna. Después de un rato, te vendará —hizo un ademán—. Al principio, notarás la pierna rígida e incluso hinchada y te dolerá, pero es normal porque la has tenido inmovilizada más de dos semanas.
—Suenas muy profesional —sonrió, ruborizada—. Si tú eres médico y estás de vacaciones, ¿por qué no eres tú quien me lo hace?
—Porque soy pediatra, no fisioterapeuta —ladeó la cabeza. Se inclinó, apoyando las manos a ambos lados del cuerpo de su novia—. Yo te cuido, pero de otra manera —le mordisqueó el labio.
Ella ahogó un gemido, sus pupilas se dilataron.
La erección de Pedro tensó los vaqueros, carraspeó y se alejó, por el bien de los dos.
—Ya está —anunció Switch, cargado con un pesado barreño que colocó cerca de ella.
A Paula todo le provocaba cosquillas, por lo que la siguiente hora todo fue grititos y risas. Pedro hubiera deseado ser él quien le provocara eso, pero consiguió controlar sus celos infundados saliendo de la habitación con cualquier excusa.
—He terminado por hoy —le dijo Arnold, en el salón. Se había puesto el abrigo y la bolsa colgaba de su hombro—. Vendré mañana a las once, ¿te parece bien esa hora? También tengo libre a las siete de la tarde.
—A las once —contestó, seco, acompañándolo a la puerta.
Switch sonrió, divertido por sus celos, y se marchó.
En ese momento, Sara llamó al telefonillo, igual que cada día, para hacer compañía a su nieta hasta la hora de la cena; luego, Manuel o Bruno, llevaban a la anciana a su casa cuando volvían de trabajar.
Y, así, instaurada una nueva rutina en la vida de Pedro Alfonso, pasó una semana.
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