domingo, 6 de octubre de 2019

CAPITULO 92 (PRIMERA HISTORIA)




Pedro recogió a Paula a las diez de la mañana, después de recibir su mensaje de buenos días. No utilizó la moto, el trayecto era corto y le apetecía caminar con ella. Hacía mucho frío, las aceras estaban cubiertas de nieve, pero el sol asomaba entre las pocas nubes que poblaban el cielo. Era sábado, quedaban menos de dos semanas para Navidad y las calles estaban atestabas de familias y niños que disfrutaban de las inminentes fiestas.


—¡Hola! —lo saludó ella con una sonrisa radiante al salir del portal.


El estómago de Pedro se revolucionó, y el resto de su cuerpo. Estaba preciosa con vaqueros pitillo, sus características Converse turquesa y un jersey de cuello vuelto en color crema, ajustado hasta las caderas. Llevaba una boina de delicada lana, a juego con el suéter y la bufanda, caída hacia la izquierda, permitiendo así que se entrevieran algunos mechones pelirrojos en la frente, y una chaqueta de estilo roquero, azul oscuro y forrada en el interior.


No iba maquillada, excepto por un sutil brillo en sus deliciosos labios; a él le encantó, así, las pecas estaban visibles para su propio placer, y tampoco le hacía falta más, su rostro era tan bonito que cualquier pintura lo ensombrecería.


—Hola, nena —respondió, ronco.


Le quitó el bolso de piel marrón que contenía su equipaje de dos días y entrelazó una mano con la suya. No pudo evitarlo, necesitaba tocarla, aunque fuera a través de los guantes.


Su novia se ruborizó, agachando la cabeza. Él le dio un ligero apretón.


—¿Te apetece hacer algo especial? —quiso saber Pedro.


—En realidad, todavía no tengo los regalos de Navidad.


—¿Quieres ir de compras? —la observó, cautivado—. Conozco el lugar perfecto.


Ella se detuvo, seria.


—Yo no tengo tu poder adquisitivo —se soltó y frunció el ceño—, así que no quiero ir a las tiendas caras a las que estás acostumbrado. Mejor elijo yo el sitio.


Me la comería ahora mismo...


—Tienes cierta tendencia a juzgarme siempre de primeras, ¿lo sabías? —se inclinó él, ocultando una risita—. ¿Cómo estás tan segura de que voy a llevarte a tiendas caras? Solo te he dicho que conozco el lugar perfecto.


—¿Ah, no? —ladeó la cabeza, mordiéndose el labio inferior.


Eres adorable...


Se contuvo con un esfuerzo sobrehumano para no cargarla sobre el hombro y correr hacia su casa, de donde no la permitiría salir, al menos, durante dos días.


No —sonrió Pedro—. Dejamos esto en mi casa —levantó el equipaje— y te llevo al sitio que he pensado, ¿de acuerdo? —añadió con fingida arrogancia.


Paula se echó a reír y asintió, así que dejaron la maleta en el apartamento de los tres mosqueteros y se marcharon a disfrutar de un día de compras navideñas.


Pedro estaba convencido de que ella se enamoraría del sitio adonde iban, como le había sucedido a él unos meses atrás, cuando había descubierto un callejón muy bonito en su barrio, invisible para los que no lo conocieran. La entrada estaba al final de una calle estrecha. 


Parecía una vivienda, se accedía al lugar a través de una puerta de madera vieja, que, a su vez, conducía a un coqueto jardín.


—Se llama La fábrica de sueños —le susurró Pedro.


Anduvieron despacio por un sendero de gravilla blanca, admirando las flores de distintos colores plantadas a ambos lados, que separaban el césped verde intenso de las piedrecitas blancas. Alcanzaron una verja baja, también de madera. Él abrió la portezuela y giraron a la derecha.


—¡Oh! —exclamó ella, cubriéndose la boca con las manos.


Pedro ocultó el regocijo que le produjo el gesto, aunque, en su interior, respiró aliviado.


Ese callejón era un mundo mágico. La madreselva poblaba las fachadas de los establecimientos, todos ellos con toldos, cada uno de un color: amarillo, rojo, verde, azul, blanco, naranja, rosa... Las tiendas eran pequeñas, de madera oscura y decoradas con motivos navideños; entre las puertas y los escaparates habían colocado abetos de tamaño mediano con diminutas luces blancas.


El callejón era largo, estrecho en el inicio, pero se iba ampliando hacia el final, y habían dispuesto una alfombra roja a modo de camino. 


Varios niños jugaban en torno a un tiovivo que existía al fondo, justo al lado de un alto árbol de Navidad, donde un Papá Noel sentado en un trono, escuchaba a los pequeños pedirle regalos. Además, unos altavoces colgados emitían villancicos alegres y algunos niños brincaban al ritmo, dichosos y felices.


—Aquí se puede comprar de todo: ropa, comida, juguetes, complementos, zapatos, disfraces... Hay dos sitios para comer, uno de ellos es de dulces. Y el diez por ciento de cada compra que se hace está destinado a caridad —le explicó él.


—Es increíble... —se acercó a uno de los establecimientos—. ¡Mira qué bola tan bonita! —apoyó las manos en el cristal y contempló una bola de nieve con movimiento.


—¿Te gustan las bolas de nieve? —se interesó, sonriendo.


—Mi padre las coleccionaba. Llegó a tener cuarenta y dos. Viajaba mucho por trabajo: impartía seminarios de pediatría por todo el país. Siempre se compraba una bola de nieve en cada sitio que visitaba.


Pedro le costó muchísimo permanecer mudo... 


¿Impartía seminarios? Eso hacía Samuel Alfonso por ser el director del Boston Children’s Hospital. El padre de Paula no era un pediatra más.


¿Quién eres, Paula?


Pero no quería estropear el fin de semana y, si comenzaba el interrogatorio, ella se asustaría y huiría en dirección contraria.


—Ya ves —le dijo él, pegándose a su espalda— que no te he traído a tiendas caras.


Su novia se giró y quedó atrapada entre el escaparate y su cuerpo. Pedro empujó sutilmente sus caderas hacia las de ella, y no resultó complicado el movimiento porque había mucha gente.


—Estamos en plena calle —le susurró Paula, mirándolo con los labios entreabiertos, las mejillas y la nariz coloradas, no solo por el frío...


—Lo sé —se inclinó despacio hacia su oído—. No voy a besarte, porque nuestros besos son...


—Solo tú y yo.


—Exacto —la miró, embrujado—, pero no puedo evitar tocarte, aunque sea a través de la ropa.


—¿Ni siquiera me abrazarás? ¿Eso también es solo entre tú y yo? — inquirió ella en tono triste, incluso sus gemas turquesas se abatieron en las terminaciones.


Él frunció el ceño. Siempre había odiado las demostraciones cariñosas en público, pero, últimamente, en concreto desde que se habían besado por primera vez, se estaba descubriendo a sí mismo. La había cogido de la mano en más de una ocasión, eso sin contar con la cariñosa actitud que habían mantenido en el bar del hotel Four Seasons el mes pasado, o el apasionado beso que habían protagonizado en los muelles la semana anterior. No obstante, Pedro se contenía siempre que estaba con Paula para no acariciarla.


—¿Quieres que te abrace? —quiso saber Pedro, con el pecho cerrado en un puño.


—No importa... —lo rodeó y se dirigió a una nueva tienda.


—Sí importa —la agarró del brazo y la detuvo antes de entrar—. ¿Qué te pasa?


Nada —desvió los ojos—. Es solo que... Déjalo —hizo ademán de separarse.


Él no se lo permitió, sino que la arrastró lejos de la alfombra roja.


—Dímelo —la soltó y la miró expectante.


—Siempre quiero abrazarte, o besarte... —murmuró, apoyándose en la pared y retorciendo los dedos en el regazo—, o hacerte alguna broma —clavó la mirada en el suelo—, no sé... —se encogió de hombros—. Me gustaría tener
la libertad de darte un beso o acariciarte, sin pensar que te vaya a sentar mal o que te vayas a enfadar. Yo nunca he estado con nadie, de hecho, no sé qué somos, o qué esperas de esto, o cómo tengo que actuar... Ayer dijiste que éramos novios, pero... —suspiró, entrecortada—. Lo único que sé es que, si pudiera —alzó la barbilla y lo observó, más ruborizada que antes—, estaría siempre colgada de tu cuello porque... —se mordió el labio un instante—, porque cada día me gusta más estar contigo... —giró el rostro, avergonzada—. Cada día me gustas más, Pedro...


—¿Un pastelito de arándanos? —los interrumpió una dependienta que llevaba una bandeja con dulces.


—Gracias —dijo Paula, que tomó uno y escapó de allí.



1 comentario:

  1. NO te la puedo creer la reacción de Pau, lo dejó sin palabras a Pedro calculo. Eso que los besos o las demostraciones de cariño en público me parecen un poco egoísta de parte de Pedro. Ansiosa x leer los próximos caps.

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