domingo, 10 de noviembre de 2019

CAPITULO 56 (SEGUNDA HISTORIA)






¡Oh, Dios mío! ¡¿Qué he hecho?!


Paula se golpeó la frente con la mano a ver si así se espabilaba, porque su trastorno sobrepasaba fronteras... En sus cabales, jamás le hubiera reconocido tales sentimientos, ¡jamás!


¡No voy a poder mirarlo a la cara! ¡Le acabo de suplicar! Dios mío...


¿Qué pensará de mí?


Se levantó del colchón y paseó por la habitación, acelerando y desacelerando. Entonces, el picaporte cedió. Se cubrió la boca, horrorizada.


Lanzó el móvil a la cama. Rezó para que fuera Zaira quien entrase.


Y sus plegarias recibieron respuesta.


—¡Hola! —la saludó su amiga, con el pelo alborotado y los labios hinchados.


Paula se echó a reír de manera histérica.


—¿Estás bien? —se preocupó Zai, parpadeando confusa por su reacción.


—Sí, sí... —carraspeó. Suspiró y sonrió—. ¿Y tu aspecto se debe a...?


El rostro de Zaira adquirió el color de sus cabellos. Paula sintió una punzada de envidia, pero estalló en carcajadas, contagiando a su amiga.


—Mauro ha pensado que vayamos los cuatro a Long Island a cenar — comentó Zai, sentándose en el borde de la cama—. Acabamos de hablar con Julia y con Daniela y han dicho que estarán encantadas de cuidar a los niños. ¿Te apetece?


—Pues... —observó a su hijo dormir—. No sé... No me gusta dejar a Gaston.


—¿Nunca saliste sin el niño con Ariel por Europa?


Ariel...


La tristeza la invadió. Se acomodó junto a Zaira y agachó la cabeza.


—¿Lo echas de menos? —la rodeó por los hombros para ofrecerle consuelo.


No había vuelto a pensar en Howard desde que dejó de telefonearlo.


Siempre sería su amigo, de eso no cabía duda, lo quería muchísimo, pero...


—Han pasado demasiadas cosas en estas tres semanas —se justificó ella, ruborizada. Inhaló una gran bocanada de aire—. Antes del parto, sí salíamos a cenar. Muy pocas veces nos quedábamos en el hotel. En realidad... Me había olvidado de Ariel... —confesó en un hilo de voz. Se dejó caer hacia atrás—. Soy la peor amiga del mundo... —se tapó la cara.


—No lo eres —se tumbó a su lado—. Es normal, Pau. Estás enamorada.


—Zai, no empieces...


—Lo estás —se rio—. Y desde hace mucho tiempo. Y Ariel... —suspiró —. Ariel fue un gran hombre que cuidó de ti un tiempo en el que necesitabas alejarte —permaneció unos segundos muda—. Sé por qué te marchaste a
Europa.


—¿Ah, sí, listilla? —bromeó Paula—. Y, según tú, ¿por qué me fui?


—Porque te enamoraste de un hombre que te hizo daño, Paula, el mismo hombre que te abandonó en el ascensor de un hotel y que, encima, te dejó embarazada —hablaba con los ojos cerrados y una tranquilidad asombrosa—. Te dio miedo admitir y reconocer tus sentimientos. Te dio miedo contarle la verdad. Y te agarraste a Ariel como la vía de escape que necesitabas. Créeme —la miró, con las cejas levantadas—, sé lo que es huir. Y huir es la solución perfecta cuando te encuentras perdida, pero solo es una solución temporal. Tarde o temprano, todo vuelve a su cauce, porque la realidad está ahí y te golpea cuando menos te lo esperas —se incorporó y le secó las mejillas con cariño.


Paula estaba llorando y no se había percatado de ello. Se cogieron de las manos.


—Me pidió que me casara con él cuando recibí el alta en el hospital después de que naciera Gaston.


—¡No me lo habías dicho! —se quedó boquiabierta.


—Le respondí que no —se sorbió la nariz con delicadeza—. No podía casarme con él. Ariel se merece a una mujer que de verdad lo ame. Y él ya sabía que yo... —se detuvo porque el nudo de su garganta se lo impidió.


—Tiene que ser muy difícil para James estar sin ti —señaló Zaira, en tono bajo—. De verdad, ese hombre te adora, Paula. Creo que nadie soportaría vivir con la persona amada sin ser correspondido y, luego, aceptar la derrota.


—¿Sabes? —sonrió con tristeza. Las lágrimas continuaban humedeciéndole las mejillas—. Me gustaba verlo con Gaston, cómo lo cuidaba, pero... — suspiró de forma irregular—. Siempre deseé que fuera Pedro y no Ariel quien me sujetara la mano en el parto... Fue tan duro, Zai... Fue tan duro ver a Pedro en la prensa del brazo de otra mientras yo llevaba a su hijo en mi vientre... Tan duro... —se derrumbó. El llanto la venció.


Su amiga la abrazó con fuerza y lloró con ella. 


Los recuerdos de las noches en vela, las infinitas lágrimas que había derramado desde que se había enterado de que estaba embarazada... Todo regresó encogiendo su corazón.


—Venga —la intentó animar Zai, poniéndose en pie—. Vamos a elegir un modelito sensacional para esta noche, ¿vale?


Paula se secó la cara con las manos y asintió.


—¿Pedro lo sabe?


—Está Mauro con él en la sala del billar.


—¿A...? ¿Aquí?


—Sí —respondió Zaira, abriendo el armario.


¿Había estado Pedro a dos pasos de ella cuando se habían escrito los mensajes del móvil? ¿Por qué no se había acercado? ¿Por qué no había contestado al último mensaje?


Se ruborizó. Se aclaró la voz y comenzó a probarse vestidos. Entre las dos, eligieron una falda larga de color verde oscuro, recta desde las caderas hasta el suelo y con una abertura lateral por encima de la rodilla derecha; para el cuerpo, se decantó por una blusa negra, ceñida a sus curvas, sin mangas, cerrada al cuello por delante y con pronunciado escote en la espalda, muy sugerente.





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