miércoles, 20 de noviembre de 2019
CAPITULO 65 (SEGUNDA HISTORIA)
No, no podía ser tierno, porque lo que sentía por ella no era ternura, sino algo tan fuerte y poderoso que no era capaz de definirlo.
La besó con arresto. Era suya y quería marcarla.
Dejó de esconderse, de sentir remordimientos por ser un bruto. ¿Para qué?, se preguntó, si Paula quería que fuera un bruto... Así que quemó sus labios con los dientes, para luego aliviarla con la lengua... Arremetió en su boca para luego alejarse... Ella gemía, se quejaba, sollozaba... Se arqueaba, se estiraba, lo apretaba con los muslos... Él le aplastaba los pechos, los pellizcaba, los amasaba...
Pedro descendió hacia sus caderas, las sujetó con firmeza y, de un solo empujón, la penetró. Ambos se quedaron sin respiración. Él se incorporó, sin moverse ni soltarla. Se miraron.
—¿Preparada, rubia? —susurró en un tono áspero.
Paula levantó los brazos y se agarró a los extremos de la mesa de billar.
—Preparada, soldado —sonrió.
Pedro también sonrió, pero con malicia. Se retiró casi por completo, centímetro a centímetro, y la embistió.
Y gritaron.
Y se abandonaron...
La imagen de Paula, tendida a su merced, curvada hacia él, recibiendo sus duras embestidas con una entrega alucinante, sin una queja, sino demostrando la misma pasión que Pedro, se grabó en su alma. Solo podía pertenecer a esa mujer.
Y apenas unos minutos después, él se derrumbó sobre ella, ambos saciados, temblando, sudando... Paula lo acunó entre sus pechos, que Pedro besó mientras recuperaba el oxígeno.
—¿Estás... bien? —quiso saber él.
—No...
La preocupación se apoderó de Pedro y se levantó como un resorte. Sin embargo, su mujer sonreía...
—Creía que, para ti, un no era un sí.
—Joder, rubia... —soltó el aire que había retenido. La incorporó para sentarla en el borde de la mesa y se abrazaron—. Querías jugar al billar.
—¿Y Gaston?
—Está con mi hermano.
—¿Te apetece jugar? —enroscó las manos en su nuca—. Soy una experta, estás avisado —se acercó y lo besó con timidez.
—No más que yo. Soy el mejor —le devolvió el beso, cogiéndola por el trasero para bajarla al suelo.
Recogió sus braguitas y su propia camiseta y la vistió con ellas. Su mujer se ruborizó, pero no dejó de sonreír.
—Me está un poquito grande.
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