miércoles, 27 de noviembre de 2019
CAPITULO 90 (SEGUNDA HISTORIA)
Charlaron, bailaron y se divirtieron durante unas horas. Cuando ella ya no podía más del cansancio, se despidieron de Carlos y de los demás y partieron rumbo al apartamento. Cayó rendida en la cama antes de desnudarse.
A la mañana siguiente, recogieron a su hijo y, como hacía sol a pesar del frío, pasearon los tres por la ciudad. Almorzaron en un restaurante muy bonito y acogedor. Hablaron sobre la gala y acordaron que fuese Catalina quien se comunicara directamente con su madre, Jane.
Paula desbordaba felicidad. Se reía por tonterías y se quedaba embobada en Pedro todo el tiempo, en especial cuando cogía al niño y lo acunaba en el pecho. La población femenina se giraba al verlo. Sentía celos, era inevitable, pero también un profundo orgullo porque ese hombre tan atractivo y atento era suyo.
Por la noche, cenaron con Zaira, Mauro y Bruno, en el salón. Los cinco vieron una película con palomitas en el sofá, Paula en el regazo de Pedro, mientras él le acariciaba el rostro con los labios de vez en cuando de forma distraída.
Fue un día perfecto.
No obstante, la vuelta a la rutina, al hospital, aunque la relación entre ellos se había fortalecido ese maravilloso fin de semana, retornó su angustia hacia determinadas compañeras.
Su marido la besó en los labios al despedirse en la quinta planta, frente a todo el mundo, sin esconderse. Emma y las demás no ocultaron su desagrado ante la escena.
—Recuerda —le susurró él al oído—, mándame un calcetín antes de desaparecer.
Ella asintió, poco convencida, y se dirigió al vestuario para cambiarse de ropa.
Comenzó su ronda con la repelente de Sabrina. Su jefa seguía sin permitirle hacer nada que no fuera acatar las órdenes de su compañera. En el turno de noche, se había sentido útil y tranquila, pero, desde que se había cambiado de nuevo, la jornada resultaba tediosa y eterna de nuevo.
A las once, hicieron un descanso, que Paula aprovechó para visitar a Pedro. Ilusionada por sorprenderlo, llamó a su despacho. Le abrió la puerta Bonnie.
—¡Hola! —la saludó la secretaria con una amplia sonrisa—. Se acaba de marchar, lo siento.
—No importa —mintió ella.
—¿Te apetece un café?
—Claro.
Bonnie preparó café para las dos en una sala que comunicaba con el estudio. Estaba prácticamente vacía. Era muy amplia y la luz entraba a raudales por el ventanal que ocupaba la pared de la derecha.
—Hoy lo he visto más contento que nunca —le comentó la secretaria—. ¿Las cosas están mejor entre vosotros?
Paula sonrió, ruborizada.
—Me alegro —continuó Bonnie antes de dar un sorbo a su taza—. Los días que estuviste en el turno de noche... —adoptó una actitud grave—. Estaba hecho polvo. Jamás lo había visto tan mal.
—Es duro... —confesó, con la cabeza agachada—. Creo que nunca me acostumbraré a los comentarios. Son malas.
—Las mujeres somos arpías por naturaleza —se rio con dulzura—. Lo amas.
Paula la miró y suspiró, entrecortada. Las lágrimas se agolparon en sus ojos y no tardaron en mojar sus mejillas.
—¡Oh, cariño! —exclamó la secretaria, abrazándola—. Perdóname. Mi intención no era que lloraras.
—No te preocupes... —se sentaron en las dos únicas sillas que había pegadas a la mesa donde estaba la cafetera, junto a una nevera pequeña—. El día que lo conocí, cuando me miró... —se mordió el labio inferior—. Suena cursi, pero... me derretí —respiró hondo—. Siempre lo veía rodeado de mujeres que babeaban por él. Escuchaba historias y me enfadaba. No quería ser como ellas, quería ser diferente, que me viera diferente —se corrigió, estrujándose el uniforme en el pecho con la mano libre, con la otra sujetaba el café que todavía no había probado—. Empecé a tener citas con hombres con la esperanza de poder olvidarme de él.
—Pero ninguno de ellos era él.
—Ninguno —clavó los ojos en un punto infinito—. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que me dormía llorando al recordar lo que contaban sobre Pedro. Era horrible... —sintió un escalofrío—. Y ahora... —resopló— es peor aún... Él me dice que no haga caso, que las ignore, pero es difícil...
—¿Por qué no trabajas en esta planta con él? Así estarías con Pedro, y lejos de Sabrina y Emma—le sugirió Bonnie—. Me ha contado que te gusta la Oncología y Pedro es uno de los mejores oncólogos del estado. Aprenderías mucho con él, sobre todo porque le apasiona su trabajo y es un gran jefe. Los residentes están encantados. Y trata muy bien a todos.
—Están prohibidas las relaciones personales entre compañeros de la misma sección. Y es una pena, porque me encantaría trabajar con él —sonrió —. Las dos únicas veces que hemos coincidido por un paciente de Bruno, me he sentido más cerca de Pedro y lo he sentido a él distinto... He sentido una conexión. No sé cómo explicarlo... —apoyó la taza en la mesa—. Pedro es todo lo contrario a lo que muestra en su fachada de mujeriego —gesticuló mientras hablaba—. Es muy detallista, considerado y cariñoso, pero solo a escondidas, como si pretendiera ocultarse del mundo, porque de cara a la galería finge ser despreocupado e interesado en cosas vanas. Y en el trabajo lo he visto como realmente es. Han sido unos minutos escasos los que hemos coincidido, pero... —inhaló una gran bocanada de aire y lo expulsó de forma sonora—. Lo adoro... —meneó la cabeza entre carcajadas—. Lo amo tanto que necesito aferrarme a cualquier cosa de él, sobre todo a esa conexión...
Bonnie sonrió.
—Pedro es especial —añadió Paula, con la mirada ausente—. Nunca he conocido a nadie como él. Tiene algo que lo hace diferente a cualquiera, no sé qué es... pero, cuando lo miro, siento que él me protegerá hasta de mí misma. A pesar de las discusiones o del dolor que me causan las mentiras que oigo de Pedro, es mirarlo y querer correr hacia sus brazos —se levantó para regresar al trabajo. Suspiró y sonrió—. Gracias por el café, Bonnie. Tengo que volver — abrió la puerta para salir por el despacho y se alarmó—. ¡Pedro!
Sí, Pedro Alfonso estaba frente a Paula y no parecía que acabara de llegar...
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