miércoles, 27 de noviembre de 2019
CAPITULO 91 (SEGUNDA HISTORIA)
¡Piensa rápido!
Pero no. Se atascó. Ni siquiera respiraba.
Paula, muy colorada, salió del despacho, murmurando una despedida.
—¿Cuánto tiempo lleva ahí, doctor Payne? —le preguntó su secretaria.
—Yo...
Bonnie se rio y lo dejó solo. Pedro se sentó en la silla de piel. Unos minutos antes había entrado en su despacho y había oído la voz de Paula. Se había acercado a la puerta que comunicaba con la habitación vacía y se había paralizado al escuchar su nombre: Pedro es especial... Nunca he conocido a nadie como él... Tiene algo que lo hace diferente a cualquiera, no sé qué es...
Pero cuando lo miro, siento que él me protegerá hasta de mí misma. A pesar de las discusiones o del dolor que me causan las mentiras que oigo de Pedro, es mirarlo y querer correr hacia sus brazos...
Esas palabras se tatuaron en su alma... ¿De verdad pensaba eso de él? ¿De verdad se sentía así por él? Respiró hondo infinitas veces para normalizar su acelerado corazón, pero no logró relajarse en todo el día, tampoco concentrarse. En más de una ocasión, alguna enfermera le preguntó si se encontraba bien. Él respondía con monosílabos, escueto y, todavía, aturdido.
No bajó a almorzar a la cafetería por si se cruzaba con su mujer. Era rídiculo, ¿desde cuándo se asustaba?
Cuando recogió la bata y se colocó la chaqueta, su iPhone vibró en el bolsillo. Era un mensaje de ella:
Paula: Estoy con Zaira y tu madre en el taller de Stela. Salí antes de trabajar. Nos vemos en casa.
Pedro gruñó. ¡Y encima huía!
¡Eres tú quien se ha escondido, joder!
Se marchó a casa y se cambió de ropa.
Después, se llevó a Gaston al salón.
—¿Y esa mirada? —quiso saber Mauro, sentado en el sofá. Caro estaba durmiendo en su cuco, a un lado, y el perro, tumbado sobre la alfombra, junto a la niña—. La he visto antes —entornó los ojos.
—No —musitó él, distraído.
—Es por Paula —adivinó Mauro, alzando una ceja, arrogante—. No te molestes en negarlo. Es la misma mirada que tenías cuando llegaste a casa después de la gala en el hotel Liberty —levantó una mano—. Escúpelo, Pedro.
Pedro se acomodó a su lado y clavó la vista en un punto perdido en la mesa.
—Creo que... Creo... Olvídalo, Pa —se incorporó y fue a la cocina, donde se sirvió un vaso de agua fría.
—¿Qué ocurre, Pedro? —se preocupó su hermano, sentándose en uno de los taburetes de la barra americana.
—¿Cómo te sentiste cuando sospechabas que Zaira estaba embarazada?
—¿Paula está embarazada?
—¡No! —exclamó él—. Contesta a la pregunta.
—Bueno... —se encogió de hombros—. Zaira tardó un mes en decirme que estaba embarazada porque tenía miedo de que yo me viera obligado a estar con ella por el bebé. Cuando lo sospeché —sonrió—, me sentí muy feliz, pero —arrugó la frente— también nervioso. ¿Por qué quieres saber todo esto?
—Esta mañana, escuché a Paula decirle a Bonnie que... —se ruborizó—, que yo... que ella...
—Está enamorada de ti.
—¡No! Bueno... No lo dijo con esas palabras, pero...
—¿Qué fue lo que dijo? —se cruzó de brazos.
—Se siente segura conmigo —sonrió sin darse cuenta—. Dijo que, a pesar de nuestros enfados o del daño que le causan sus compañeras, me necesita...
—Eso es bueno, ¿no?
Pedro permaneció callado. Suspiró, suspiró, suspiró...
—¿Cuál es el problema? —dijo Mauro, dando una palmada en el aire para que se espabilara—. Un momento... —entrecerró los ojos—. ¿De verdad nunca has sospechado que Paula estuviera enamorada de ti?
—No está enamorada de mí... —lo corrigió él, sin convicción.
—Lo está. ¿Cómo es posible que el mayor mujeriego de Boston no lo supiera hasta ahora y porque se lo ha escuchado a escondidas a la aludida? — soltó una carcajada y se levantó—. A mí me sucedió lo mismo con Zaira, si te sirve de consuelo. Creía que ella no me amaba. ¿De qué tienes miedo, Pedro?
—¡No lo sé! —se desesperó. Caminó hacia el salón y tumbó a Gaston en su cuco, al lado del de su sobrina—. Supongo que... Me asusté... ¡Y no sé por qué, joder! —se pasó las manos por la cabeza.
—La amas.
—¡Por supuesto que la amo! —se derrumbó en el sofá.
—Vaya... Por fin lo reconoces en voz alta —Mauro sonrió, frente a él.
—Estoy aterrado, joder... —apoyó los codos en las rodillas y la barbilla en las manos—. No quiero perderla... —se le formó un nudo en la garganta—. Es como si ahora tuviera una gran responsabilidad para la que creía que estaba preparado, pero... ¡Joder!
—¿Por qué no le confiesas lo que sientes por ella?
—¿Y si he malinterpretado sus palabras? —las dudas lo asaltaron—. ¿Y si lo que he escuchado hoy solo responde a un sentimiento especial porque soy el padre de su hijo? —frunció el ceño. Se incorporó de un salto y soltó varias palabrotas—. Esto es una mierda... ¡Con lo fácil que es estudiarse un puto libro de Medicina! —alzó los brazos, implorando una respuesta.
—¿Por qué te resulta tan complicado? —rebatió su hermano, observándolo con diversión—. Estáis locos el uno por el otro, es un hecho para todo el mundo menos para vosotros, y desde hace mucho tiempo, Pedro. Mira, conozco
ese miedo —sonrió con suavidad—. Lo sé porque yo siento ese miedo por Zaira.
—¿Todavía? —preguntó Pedro, extrañado y asustado a partes iguales—. ¿Y la presión en el pecho? —se estrujó la camisa a la altura del corazón—. ¡Es horrible, joder! Cuando la miro, cuando pienso en ella, cuando me sonríe... ¡Joder! —se pasó las manos por la cabeza de nuevo—. ¿Y si me abandona otra vez? —paseó sin rumbo por la estancia—. ¿Y si no es suficiente para ella lo que yo siento? ¿Y si en el hospital consiguen que se aleje de mí otra vez? ¿Y si no soy lo suficientemente bueno para ella? ¿Y si me equivoco? ¿Y si lo fastidio? ¿Y si...?
—Tan inteligente para unas cosas y tan estúpido para otras —sonrió con suficiencia—. Si existiera el manual perfecto del amor, ya te lo hubieras empollado y ahora no estarías así —se rio abiertamente.
—Eso seguro... —jadeó, recostándose sobre la pared.
—Vas a tener ese miedo siempre, Pedro. Es inevitable. Pero tendrás que arriesgarte, porque el amor es eso.
—¿Sabes por qué tengo tanto miedo? —lo miró, atormentado—. Porque con Paula no sirven las palabras, ni siquiera un te amo... ¿Cómo le dices a un mujer así que la amas? Y tampoco valen los clásicos —enumeró con los dedos —: odia los piropos, las flores, los bombones y las citas —dejó caer los hombros, derrotado—. Y, claro, con una mujer así, el riesgo es mil veces mayor, y eso es proporcional al miedo. Bueno, ahora sí quiere citas, pero solo hemos tenido una y salió mal —sonrió—. Es única. No hay nadie como ella. No es normal ni siquiera vestida de novia.
Ambos se rieron.
—¿Por qué no os escapais un fin de semana? —le sugirió Mauro—. Nosotros cuidamos de Gaston. Os lo merecéis.
Pedro lo pensó. Todo en su relación había sido planificado por terceras personas. No se arrepentía de nada, pero la realidad era la que era. Y cada vez que avanzaban entre ellos, siempre surgía algo que los desestabilizaba.
Su mujer quería una cita, pero Paula era diferente, así que la cita debía de ser diferente. Abrazó a Mauro en un arrebato de felicidad, sacó el móvil del bolsillo del pantalón y telefoneó a Bruno.
—¿Qué quieres, Pedro? —su saludo de siempre.
—Oye, Bruno, ¿podrías decirme si el fin de semana que viene lo tiene libre Paula?
—Perdona... ¿Quién?
—Paula.
—¿Quién? —repitió en un tono irónico.
—¡Paula, joder! ¡Te estoy hablando de Paula!
Su hermano pequeño soltó una sonora carcajada.
—¿Se puede saber de qué te ríes?
—¿Tienes fiebre?
—Que si tengo... —se pellizcó el puente de la nariz—. ¿Me lo dices tú o tendré que averiguarlo yo?
—Es la primera vez que te oigo llamarla por su nombre —suspiró, teatrero—. Qué pena que no lo esté grabando...
Pedro se ruborizó y le dio la espalda a Mauro, porque estaba escuchando la conversación y también se estaba riendo sin disimulo.
—Contéstame, Bruno —le exigió en un gruñido.
—¿Por qué no se lo preguntas tú? Hoy ha estado distraída, no sabrás tú la razón, ¿verdad?
—Quiero darle una sorpresa y necesito saber si el fin de semana que viene lo tiene libre sin que ella se entere.
Bruno permaneció en silencio unos segundos.
—El fin de semana que viene lo tiene libre; el de la gala, creo que no.
—¡Perfecto! —exclamó Pedro, efusivo—. Gracias, Bruno —colgó.
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