miércoles, 18 de diciembre de 2019
CAPITULO 1 (TERCERA HISTORIA)
—Te quedas a cenar —le dijo Catalina a alguien, en el hall—. Además, hoy celebramos el cumpleaños de Pedro, ¿verdad que sí, hijo? —añadió hacia el aludido.
Pedro, que ese día cumplía treinta y tres años, se giró y se congeló en el acto. Un horrible sudor frío impregnó su piel.
No puede ser...
—¿Qué hace aquí, señorita Chaves? —le exigió Pedro a la recién llegada, irguiéndose, en actitud defensiva.
Paula palideció aún más de lo que ya estaba.
—¿Y esos modales, Pedro? —lo reprendió Catalina con el ceño fruncido.
Ignoró a su madre, no adrede, sino porque no veía ni oía nada que no fuera a la joven que tenía enfrente, que se había quedado sorda o muda porque no respondía.
No, no era una pesadilla, mucho menos un sueño: Paula Chaves estaba ahí, a dos metros de distancia.
—No sé quién le ha dado la dirección de mi familia —añadió Pedro— e ignoro el motivo por el que se encuentra en mi casa, pero, si desea una reunión, una consulta o una revisión, preséntese en el hospital y pida cita — dicho aquello, huyó como si ella pudiese contagiarle una enfermedad mortal.
Se dirigió a la cocina, vacía porque las doncellas estaban en el jardín sirviendo la cena. Se tiró del pelo, dejándoselo más desaliñado de lo habitual, y no le importó, no estaba de humor para permanecer presentable; nunca lo estaba en lo referido a su antigua paciente.
Hacía ya un año y medio que Paula Chaves había ingresado en el hospital en estado de coma. Sufrió un accidente de coche que, en principio, no tuvo complicaciones, pero, unos meses después, la chica se desmayó y no se despertó. El suceso, supuestamente sin importancia para los ineptos que la habían tratado, desencadenó en un coágulo en el cerebro. La intervención resultaba tan complicada por el tamaño y la posición del coágulo que la trasladaron al Hospital General de Massachusetts, al doctor Pedro Alfonso, uno de los mejores y más jóvenes neurocirujanos del estado.
Pedro la operó, pero, del coma, Paula no había salido hasta hacía siete semanas. Durante el año y tres meses que la paciente había estado bajo su cuidado, él se centró por completo en ella; su vida privada y social desaparecieron.
Las mujeres, las fiestas, los amigos, todo menos su familia, en especial sus hermanos y sus cuñadas, se relegó al olvido, incluido un mínimo de alcohol, aunque fuera una copa de vino o una cerveza. Pedro Alfonso se convirtió en su universo.
La pregunta fundamental era: ¿por qué?
Paula era la hermana mayor de Lucia Chaves, su primer paciente fallecido.
Lucia murió a los diecisiete años de edad por haber sufrido un derrame cerebral, hacía más de tres años. La paciente llegó a Urgencias por parálisis facial. Pedro se encargó del caso al instante, llevando a cabo las pruebas pertinentes; ni siquiera durmió, no se separó de Lucia. La intervino al cuarto día, pero, apenas unas horas más tarde, la paciente padeció un segundo ataque que acabó con su vida.
A raíz de aquello, de la entrega, la responsabilidad y la profesionalidad del neurocirujano Pedro Alfonso, el director Jorge West le ofreció el cargo de jefe de Neurocirugía. Sin embargo, Pedro no aceptó el nuevo puesto hasta un año después. Le afectó tanto la muerte de Lucia que estuvo meses acudiendo a un psicólogo.
Parecía su destino... Había sido el médico de las dos hermanas Chaves; una de ellas había muerto en sus manos, la otra, gracias a Dios, se había salvado.
Al inicio del ingreso de Paula, y durante mucho más tiempo, él creyó, convencido, que se trataba de una segunda oportunidad para enmendar su error, y se tomó el caso como una penitencia para purgar su pecado. Miraba a Paula y a quien veía era a la hermana, no a Paula, y eso que no se asemejaban en nada.
Jamás olvidaría a Lucia... Había soñado tantas veces con la pequeña de las Chaves que ya había perdido la cuenta. Lucia era pelirroja, de pelo rizado hasta los hombros, facciones de dulce ángel, pecas y ojos castaños, la réplica exacta del padre, Elias Chaves. Y esos sueños eran crueles pesadillas en las que la pelirroja fallecía una y otra vez, manchándole a Pedro las manos de sangre; se había despertado en infinidad de ocasiones empapado en sudor y sufriendo temblores, lo que había provocado meses de insomnio.
Cuando recibió la información del traslado de una nueva paciente, Paula, experimentó un súbito ataque de ansiedad. Se le cayeron los papeles al suelo y comenzó a costarle respirar.
Cuando se recuperó, recibió una llamada telefónica de Karen Chaves, la madre. La mujer le suplicó ayuda; le dijo que sabía quién era él, porque recordaba al hombre que había intentado salvar a su hija Lucia, y que, por favor, operara a su otra hija, que lo necesitaban.
Karen pensó que se había vuelto loca, pero precisamente fue por la señora Chaves por lo que accedió a tal desafío. Se dio cuenta de que esos padres no le guardaban rencor, no lo culpaban de la muerte de su hija pequeña, al contrario que él.
Y un día, Pedro no supo cuándo, no supo por qué, no supo cómo, no supo nada... Lucia quedó relegaba al fondo de su alma y se centró en Paula por ser Paula, no por ser la hermana de su primer paciente fallecido. Y la culpa, al fin, se desvaneció, cuando se despertó del coma, siete semanas atrás.
Pero... En todo siempre había un pero.
Al día siguiente de que ella abriera los ojos, él se encargó de llevar a cabo las pruebas pertinentes, y, cuando la subieron de la sala donde le realizaron una TC —una tomografía computada o ecografía—, tanto cerebral como corporal, quien esperaba a Paula en la habitación era su novio, Ramiro Anderson, que la recibió con una caja pequeña y abierta en cuyo interior había una sortija, la misma sortija que la chica llevaba en su mano derecha desde entonces. Su novio se convirtió en su prometido.
Esa fue la razón por la que Pedro le cedió el caso de Paula Chaves a otro médico. Pedro había terminado su penitencia, ella había despertado, asunto zanjado. Era el jefe y podía permitirse actuar como creyera más conveniente, y lo más conveniente era que Paula contara con un nuevo neurocirujano.
No entró de nuevo en la habitación quinientos uno. La madre de ella se presentó en su despacho el día que Paula recibió el alta, para agradecerle su sacrificio y su entrega, incluso lo abrazó. Pedro se sorprendió, aunque correspondió el gesto. Ambos habían conversado mucho en ese tiempo.
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