miércoles, 18 de diciembre de 2019
CAPITULO 3 (TERCERA HISTORIA)
Ella entró primero y Pedro la siguió, impregnándose de su fresca fragancia floral. Y no pudo evitar admirar su aspecto cuando el mayordomo se hizo cargo de su chaqueta y su bolso. Llevaba un vestido primaveral con un
estampado de flores diminutas azules y amarillas sobre fondo blanco, de manga corta, ceñido en el pecho, fruncido en la cintura, suelto hasta la mitad de los muslos, revelando unas piernas preciosas, brillantes, seguramente por alguna crema, esbeltas, proporcionadas a su menudo cuerpo —Pedro le sacaba más de una cabeza—.
Lo que de verdad lo apasionó fueron sus Converse amarillas tipo zapatillas, y que por cierto estaban con los cordones flojos. Él se consideraba un amante ferviente de las All Star, mucho más que su cuñada Zaira, ¡y ya era decir!
Paula era muy discreta para su gusto, pero se sentía irremediablemente atraído por ella desde hacía demasiado tiempo. Y, ¿quién, en su sano juicio, se cautivaba por una paciente en coma, por muy bonita que fuera? Se había cuestionado tal hecho durante meses y la respuesta seguía siendo la misma: le hacía falta una mujer para resolver su incomprensible exaltación hacia Paula.
En ese instante, contaba con una lacerante erección que estiraba los botones de sus vaqueros negros. Y, sí, llevaba ya un año y medio de celibato, no porque no lo hubiera intentando, sino porque ninguna mujer lo había tentado lo suficiente como para poner fin a su castidad. En las últimas semanas, había retomado su vida privada y social, pero no había logrado estimularse con ninguna, excepto si sus pensamientos se dirigían a su antigua paciente...
Paula no se asemejaba en nada a sus ligues, era sencilla, discreta, excesivamente educada y, a pesar de su retraimiento, no apartaba los ojos de los suyos cuando le hablaba, algo que a él le encantaba, lo que demostraba que era una persona de fiar, honesta. Pedro había estado con mujeres extrovertidas, divertidas, que le ayudaban a desconectar de tanto hospital; quizás, por eso, ninguna de sus cortas relaciones había cuajado. Ninguna de ellas era como Paula Chaves.
Con lo a gusto que estaba intentando olvidarla...
La consideraba una muñeca, no solo por su precioso rostro tan perfectamente esculpido, de facciones tan delicadas como su voz, muy femeninas, de labios finos y pómulos alzados y sonrosados, sino también porque las muñecas eran juguetes y, por tanto, se podían romper, ya fueran de porcelana, de plástico o de trapo. Él podía continuar su lista de contras, pero su cuerpo solo respondía al de ella, ni siquiera acataba las órdenes del propio Pedro, iba a su libre albedrío. Y eso no le había ocurrido nunca. Con Paula, experimentaba un desconcertante desasosiego.
Debía alejarse de ella, que era lo que, en teoría, había hecho hasta que ella se había presentado en la mansión de sus padres esa noche.
¿Quién le habrá dado la dirección?
Paula y Pedro atravesaron el amplio hall, en línea recta hacia el gran salón, enfrente, dejando la escalera a la derecha, que conducía al único piso superior. Las tres puertas acristaladas que accedían al jardín estaban abiertas.
Las doncellas salían y entraban con bandejas llenas y vacías, de comida y bebida.
—Me alegro de volver a verte, cielo —señaló Catalina, colgándose del brazo de Paula con su característico cariño—. Disculpa al mocoso de mi hijo.
—Joder... —siseó Pedro, apretando los puños.
El resto de los presentes se acercó para saludar a la recién llegada. Él se sirvió una cerveza.
El jardín era muy grande, en consonancia a la vivienda. Era todo césped.
Al fondo, estaba la jardinera en forma de U invertida. Las macetas se disponían continuando las tres paredes de ladrillos, cubiertas por una enredadera que su madre había plantado cuando los hermanos Alfonso eran pequeños.
En el centro del lugar, se encontraban el tablero y las sillas de mimbre que, normalmente, se hallaban a la derecha, en la única parte techada
del jardín, donde, además, estaba la barbacoa fija a la pared.
Su padre, Samuel, su abuelo, Miguel, el padre de su cuñada Zaira, Carlos Hicks, y el director del hospital, Jorge West, actual pareja de la madre de su cuñada Rocio, Juana, preparaban las costillas, bebían vino y charlaban de manera animada.
—¿Estás más tranquilo, Pedro? —le dijo Rocio, reuniéndose con él.
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