miércoles, 4 de diciembre de 2019

CAPITULO 113 (SEGUNDA HISTORIA)




Mauro y Pedro ayudaron a sus preciosas acompañantes a salir del coche, al inicio de la alfombra roja, frente a la entrada del hotel. Un sinfín de flashes, periodistas y curiosos se disponían a ambos lados. Había un photocall donde las dos parejas permitieron que las fotografiasen, por separado y juntas. 


Los reporteros les hicieron un interrogatorio a cada uno, pero ninguno respondió con palabras, sí con sonrisas.


—¿No tienes frío? —se preocupó él, posando una mano en su espalda desnuda, para guiarla hacia el hall.


—Contigo no tengo frío —le susurró al oído antes de pellizcárselo con los dientes.


Pedro jadeó. Se le erizó la piel y se le debilitaron las rodillas.


—Quizás, hoy podamos recordar viejos tiempos —le propuso Paula al entrar en el mismo ascensor donde se habían acostado por primera vez, hacía ya un año y tres meses.


Los dos se rieron.


Descendieron a la planta inferior. Caminaron por el amplio corredor con gruesas columnas en el centro, simulando dos senderos. Casi al final, a la derecha, un mayordomo a cada lado flanqueaba la doble puerta abierta.


El gran salón, cubierto el suelo por una moqueta gris, se dividía en tres partes diferenciadas: en el centro, ocupando dos de las tres partes, se disponían las mesas para la cena, con los nombres de cada uno escritos a mano en una etiqueta sobre la porcelana blanca, junto a la paleta para la subasta; al fondo y a la izquierda, estaba la orquesta, que amenizaba el concurrido ambiente con música suave y agradable; y un podio, a la derecha, donde se llevaría a cabo la subasta antes del baile.


Fue como retroceder en el tiempo. Estaba todo exactamente igual que aquella noche en que Paula y Pedro se dejaron llevar, al fin, por su pasión reprimida.


Y, en efecto, ninguna mujer vestía de blanco, lo que lo enorgulleció aún más. Los camareros les ofrecieron champán, pero pidieron cerveza.


Catalina, muy atractiva de negro, y Samuel, de esmoquin, igual que el resto de los hombres, acudieron a su encuentro. Abrazaron a los cuatro y se deshicieron en halagos hacia sus dos nueras.


—¿Dónde está Bruno? —se interesó su padre, arrugando la frente.


—Pues no sé —contestó Pedro, encogiéndose de hombros—. Estaba en el hospital.


—¿Alguna urgencia? —quiso saber su madre.


—Ayer, Nicole sufrió otro ataque —les informó Paula—. Duró apenas un minuto, fue el más leve hasta ahora —chasqueó la lengua—. Y ya va el tercero...


—Entonces, no creo que Bruno venga a la gala —murmuró él.


—Yo, tampoco —convino Mau, serio.


Se relacionaron con los presentes, en especial con los médicos, que paraban a Pedro cada pocos pasos reconociendo su trabajo. Él se sonrojaba, era inevitable, nunca se acostumbraba, pero ya estaba su mujer para intervenir en su auxilio cuando eso ocurría.


Es sencillamente perfecta...


Cuando unas doncellas les indicaron que se sentaran para cenar, Pedro recibió un mensaje en el móvil. Sonrió. Tomó de la mano a Paula y la sacó de la sala.


—La segunda sorpresa, rubia —se colocó a su espalda y le tapó los ojos con la mano libre al llegar al pasillo—. ¿Preparada?




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