miércoles, 29 de enero de 2020

CAPITULO 117 (TERCERA HISTORIA)





Sin embargo, que lo llamara amigo le había dolido. Quizás, era una actitud infantil, pero no sabía qué esperar de ella. Habían compartido más que saludos y abrazos cariñosos, ¿y lo calificaba de amigo?


—Ya sabías cómo era —declaró Pedro, secándose con fuerza—. Si no te gusto, haberlo pensado antes de venir conmigo —lanzó la toalla a la hamaca, recogió las zapatillas y la camiseta y se fue.


Se chocó con Manuel al entrar en la mansión.


—¡Eh! —exclamó su hermano, sujetándolo por los hombros—. ¿Qué te pasa, tío?


—¡Suéltame, joder! —lo rodeó y se adentró en el laberinto.


Pero Manuel lo siguió hasta su pabellón.


—¿A qué viene esto? —inquirió su hermano, cruzado de brazos—. ¿Y qué demonios haces en el vestidor? —observó el espacio.


—No te importa —se detuvo y lo enfrentó—. Quiero ducharme. Lárgate, Manuel.


—Espera un momento... —dijo, desapareciendo para regresar a los pocos segundos—. ¿Dónde piensas dormir?


—¡Eso no te importa, joder!


—¡Que te calmes, Pedro! ¡No soy tu enemigo, joder!


Ambos respiraban con dificultad. Los dos mantenían una relación... especial. Con Manuel, las cosas siempre eran fáciles, pero con Manuel, no. El mediano de los Alfonso siempre había tratado a Pedro como a un enano mocoso.


Y discutían por todo desde que tenían uso de razón, aunque, a raíz de su boda con Rocio, la situación entre los dos había mejorado con creces. Lo adoraba, tanto como a Mauro, pero en ocasiones lo sacaba de quicio porque Manuel era capaz de leer las almas humanas con solo echar un vistazo a la cara de la persona en cuestión. Eso, Pedro lo admiraba, y era el primero en enorgullecerse de su hermano mediano, pero, en momentos como ese, lo odiaba.


—¿Qué te sucede? —insistió Manuel, apoyándose en el marco del hueco, con cuidado de no tocar la sábana colgada—. ¿Estás así por lo que ha dicho Paula?


Pedro le ofreció la espalda y apretó la mandíbula.


—Todos sabemos, incluida ella, que eso de que sois amigos no es verdad, Pedro. Relájate y disfruta de tus vacaciones —avanzó hacia él—. ¿Es que no recuerdas lo que esta mañana le ha gritado a su madre por teléfono? No seas idiota.


—Estoy harto de tantos inconvenientes, Manuel—confesó en un tono muy bajo, agachando la cabeza—. No quiero tocarla. Tengo miedo de asustarla por lo que intentó hacerle Anderson. La he abrazado, pero... —tragó—. Siempre se interpone algo... Ha discutido esta mañana con su madre y no me ha dirigido la palabra, ni siquiera me ha rozado. Cinco horas de viaje, ¿y qué ha hecho? Ni me ha mirado... —alzó los brazos—. ¡Y encima niega que seamos novios!


—Paciencia, Pedro—le palmeó el hombro—. Anderson y Karen son dos manipuladores de tomo y lomo. Paula ni siquiera ha asimilado lo que ha pasado en los últimos tres días. Dale tiempo.


—Ese es el problema, Manuel —lo miró. Le picaban los ojos—. Que siempre tengo que darle tiempo... ¿Y qué pasa conmigo, joder? —se golpeó el pecho —. ¡Yo también tengo sentimientos! —se encerró en el baño de un portazo.


No pudo continuar hablando...




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