miércoles, 29 de enero de 2020

CAPITULO 118 (TERCERA HISTORIA)





Manuel traspasó la sábana y se sobresaltó al ver a Paula plantada en el salón, a pocos metros.


Lo había escuchado todo, incluido que Pedro no se atrevía a tocarla por miedo a que lo rechazara por culpa de Ramiro.


—Lo siento, yo... yo... —balbuceó ella, jugueteando con el borde de su vestido.


—Tranquila —sonrió—. ¿Vienes de la piscina?


—Sí. ¿Ya habéis cenado?


—Julia os ha dejado cena en la cocina. Bajad cuando queráis —introdujo las manos en los bolsillos de sus bermudas azul oscuro—. Nosotros íbamos a ir a la piscina ahora. No a bañarnos, pero sí a tumbarnos en el césped. ¿Te quieres venir?


—Gracias, yo... —se humedeció los labios—. Estoy algo cansada. Creo que me acostaré.


Él sonrió de nuevo y caminó hacia la puerta.


—Manuel —lo llamó.


Manuel se paró y se giró. Paula lo miró un instante sin disimular la intensidad de sus emociones; enseguida, las lágrimas descendieron por su rostro.


—Amo a tu hermano con toda mi alma...


—Lo sé —se acercó y le acarició la mejilla—. Si alguien intentara lastimar a mi rubia —se le oscurecieron los ojos—, ten por seguro que me sentiría como Pedro.


—¿No está enfadado conmigo?


—Está dolido porque parece que todo está en contra de vosotros, Paula: Anderson, tu madre... —chasqueó la lengua—. Siempre hay algo que se interpone. ¿Sabes? —sonrió, nostálgico, con los ojos perdidos—. A mí, Los Hamptons me ayudó con Rocio. Es un lugar mágico. Si me permites un consejo, no desaproveches un solo minuto.


—He intentado acercarme a él ahora en la piscina, pero... —hundió los hombros—. Me ha rechazado... Quizás, ha sido un error venir, un error meterlo en mi vida... —tragó—. Es demasiado complicada.


—La vida es complicada si tú quieres que lo sea. ¿Te cuento un secreto? ¿Sabes lo que se esconde en esa habitación? —señaló la sábana con un dedo —. El vestidor.


—Pero si él me dijo...


—Te está dando tiempo, te está respetando. Solo depende de ti el rumbo que tome vuestra relación de... —sonrió con su particular picardía— de amistad. Conquístalo. Demuéstrale lo que sientes por él, y ya no solo por Pedroporque tú también lo necesitas. ¿No estás cansada de fingir que todo está bien, mientras te vas marchitando por dentro poco a poco? ¿No crees que ya ha llegado el momento de que empieces a vivir, pero de verdad? —y se fue nada más decirlo.


Ella se dirigió a su habitación. Pues claro que era la de Pedro... La cama debajo de la ventana, las sábanas y la colcha eran negras... Su corazón se encogió con crueldad. Había una cómoda en la pared del fondo, debajo de la otra ventana. Husmeó en los cajones hasta encontrar las toallas. Sacó una grande y una pequeña. Negras... Las pegó a su cara y aspiró su aroma. 


Olían a él... Sin querer, gimió.


Se quitó el vestido, las zapatillas y el biquini. Se tapó con la grande y, mientras esperaba a que el servicio fuera desalojado, deshizo el equipaje.


Como no había armario, tan solo la cómoda, guardó sus pertenencias en el último cajón, doblando los vestidos y las faldas con cuidado para que no se arrugaran. Las zapatillas y las sandalias las dejó dentro de la maleta, que colocó debajo del colchón; la fina colcha alcanzaba el suelo, ocultándola.


Oyó una puerta abrirse y cerrarse, por lo que dedujo que el baño ya estaba vacío. Entró con el neceser, presionó el interruptor y se quedó hipnotizada por el lujo de la estancia, tan grande como el dormitorio, ¡y ya era decir!


A la izquierda, se situaban los dos lavabos, en forma de cuencos de porcelana blanca, sobre un soporte grueso clavado a la pared de color negro mate; dos espejos individuales, con las esquinas redondeadas, estaban colgados encima de cada lavabo. Anduvo lentamente hacia allí, intimidada, y depositó su estuche en el de la izquierda, el de Pedro estaba en el de la
derecha. Giró la cara a la izquierda y descubrió dos cajones pegados en paralelo, estrechos, rectangulares, pero profundos, y negros, a unos diez centímetros del suelo, el cual estaba compuesto por azulejos cuadrados en mate, a juego con el resto de la sala; sobre ellos, en vertical, dos rectángulos blancos de luz. A la derecha de los lavabos, había un radiador que se extendía desde el suelo hasta el techo. Las paredes eran blancas, de azulejos pequeños y rectangulares, también mate; pequeños cuadros impresionistas las poblaban.


Se dio la vuelta, sonriendo, extasiada por el lugar. Había más rectángulos de luz de diversos tamaños y ubicados de tal modo que la iluminación resultaba acogedora, íntima, incluso sensual... Se ruborizó.


Su mirada se topó con un tabique de piedra negra, en el centro. Existía hueco a ambos lados, a pesar de que ocupaba casi la anchura del baño.


Avanzó, arrugando la frente.


—¡Es una ducha! —exclamó, alucinada, asomando la cabeza.


La mampara, que no llegaba al techo, de cristal transparente, poseía gotas de agua, claro indicio de que se acababa de usar; el plato era también de piedra negra y estaba más alto que el suelo; del techo colgaba un enorme rociador cuadrado. 


Loca de contenta, se imaginó que aquella alcachofa de diseño simularía una cascada.


Continuó inspeccionando. A continuación de la ducha, se tropezó con otro tabique idéntico al anterior, donde había ganchos para colgar las toallas. Se acercó, tocó la piedra de la pared y se asomó. Y desorbitó los ojos ante el jacuzzi más espectacular que había visto en su vida. Una escalera de piedra blanca —contó seis peldaños pequeños—, se curvaba hacia la bañera de hidromasaje, redonda y negra, aprovechando la forma de la ventana de media luna, en el centro. A la derecha, estaban el váter y un mueble estrecho; a la izquierda, otro radiador como el primero.


Sacó el champú, la mascarilla, el gel y la crema del neceser y se introdujo en el maravilloso mundo de esa ducha. En efecto, el rociador parecía una suave y delicada cascada. Se rio como una niña, incluso dio brincos.


Aquel castillo era impresionante. Le gustó hasta el laberinto. Con Lucia siempre jugaba al escondite en casa de sus padres. Se acordó de su hermana y sonrió.


Sé que te hubiera gustado doctor Pedro, ¿a que sí, Lucia?




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