miércoles, 29 de enero de 2020
CAPITULO 120 (TERCERA HISTORIA)
Leyó todas y cada una de las noticias que se habían publicado sobre Pedro, sin excepción, mientras retomaba la marcha. Y se sorprendió, no precisamente de manera positiva. Hablaban sobre él como un hombre sin corazón y sin escrúpulos a la hora de terminar con una mujer para empezar con otra de inmediato.
Comentaban que su impresionante atractivo era inversamente proporcional a su interior: carente de sentimientos.
Y se enfadó sobremanera.
¡Cómo se atreven! ¡Pero si es el hombre más tierno del mundo!
Apagó la pantalla del móvil y lo guardó en el bolsillo. Si seguía leyendo tales embustes, acabaría rompiendo el teléfono de tanto como lo había apretado por la rabia.
Alcanzó la edificación, los establos. Sonrió. La puerta corredera de entrada estaba abierta, al igual que la trasera, de frente, que conducía a una pista de arena iluminada por grandes focos.
La estructura de las cuadras era en forma de T, donde se disponían los apartados de los caballos. El olor la inundó de felicidad. Pequeñas lamparitas en el techo alumbraban la galería. Paseó por el corredor de la izquierda, acariciando los barrotes de madera de los animales que iba dejando atrás. Al final, se topó con un precioso semental negro, inmenso, cuyas crines onduladas eran interminables, como la cola. Le encantaban los caballos, pero reconoció que ese caballo en concreto le imponía con su majestuosa y bella presencia. La raza era española, sin lugar a dudas, caracterizado por un pecho amplio y musculoso, por un cuello fuerte y arqueado, y unos ojos vivaces y despiertos.
—Tú eres Paula —afirmó una voz masculina a su espalda.
Ella se sobresaltó por el susto que se llevó. No se lo esperaba, mucho menos toparse con una simpática y agradable sonrisa que la contagió.
—Eres la amiga de Pedro —afirmó el desconocido, extendiendo la mano hacia Paula.
—Las noticias vuelan... —murmuró, estrechándosela.
—Me llamo Claudio. Mi padre es el encargado de los establos.
—Encantada.
Era alto, moreno de pelo muy corto y poseía unos hermosos ojos verdes que le transmitieron confianza.
—¿Te gustan los caballos? —se interesó él.
—Mucho.
—Vaya... —chasqueó la lengua, divertido—. Pues procura no aparecer en los establos si está mi hermano.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Porque, cuando Mario te vea, estarás en peligro.
Paula retrocedió en un acto reflejo. Claudio se rio.
—Lo digo porque eres muy guapa y mi hermano no se detiene ante nada. Le dará igual que seas la amiga de Pedro.
Estupendo... Menuda manera de empezar las vacaciones... Pedro huye de mí y ahora tengo que preocuparme, además, por un acosador... ¿Algo más?
—Este caballo es precioso —le comentó ella.
—Es el de Pedro —sonrió—. Es el mejor que hay. Se lo regaló su abuela siendo un potrillo, cuando Pedro participó en su primera competición de salto.
Las mariposas revolucionaron su tripa. El semental la intimidaba tanto como su héroe.
—¿Quieres que te prepare un caballo? —le sugirió Claudio.
Se lo pensó un segundo nada más y asintió con una amplia sonrisa.
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