miércoles, 8 de enero de 2020

CAPITULO 50 (TERCERA HISTORIA)





¡Ja! ¿Amigos? ¡No te lo crees ni tú! ¿De verdad piensas ser amiga de Pedro Alfonso, ese mismo hombre que te ha reconocido que le gustas, que te quiere besar otra vez? ¡Cómo se te ha ocurrido acceder a esto!


Apenas durmió más de tres horas esa noche de lo nerviosa que estaba.


—¿De qué te ríes, cariño? —quiso saber su madre al día siguiente.


—De nada —mintió.


Pero no podía dejar de sonreír. A pesar de la locura a la que había accedido, saber que tenía a Pedro a su lado, que podía contar con él, que lo vería a menudo... Se llenó de ilusión. Sacó el móvil del bolso y le escribió un mensaje:
P: ¿Qué tal la guardia anoche? ¿Sigues trabajando?


La respuesta tardó cinco segundos:
DP: Una guardia tranquila. Sí, sigo trabajando, hasta las seis. ¿Y tú?, ¿qué haces?


P: Estoy en el taller de Stela Michel.


DP: Zaira es la ayudante de Stela, pregúntale por ella, son como madre e hija.


—¿Con quién hablas, cariño?


No debía mentir otra vez, pero prefirió guardarse el pequeño secreto para ella sola. Algo en su interior le aconsejó que mantuviera la boca cerrada hacia Paula Chaves.


—Con uno de mis alumnos, mamá. Estoy concertando una clase.


Paula y su madre acababan de entrar en el taller de la diseñadora, en la planta baja de un edificio de pisos en pleno corazón de Boston. Madre e hija se encontraban en una especie de salón, al que se accedía nada más traspasar la puerta principal. El piso era amplísimo, cuadrado y contenía varios apartados, pues contó seis puertas en torno al salón. Ellas estaban en el centro del taller, en un apartado abierto: el gigantesco probador. Una moqueta beis, pulcra y limpia delimitaba el espacio. Había un podio circular, de terciopelo rojo, en medio, rodeado por un biombo formado por espejos altos y anchos que definían tres cuartas partes del mueble, y sofás a ambos lados para los clientes.


—Súbete al podio, querida —le indicó Stela, portando varios vestidos en los brazos.


Stela Michel era una mujer alta, esbelta y extremadamente elegante. Vestía por completo de negro. Sus cabellos castaños estaban recogidos en un moño bajo y tirante a modo de flor, con la raya lateral, mostrando su ancho mechón canoso, un distintivo especial. 


Caminaba con los hombros relajados y el mentón ligeramente elevado, una imagen que transmitía sabiduría y formalidad, imagen que podía confundirse con altanería, pero Paula pensaba que las primeras impresiones podían ser falsas. El metro verde alrededor del cuello y el alfiletero morado en la muñeca derecha, lo que indicaba que era zurda, parecían pertenecer a su propia piel.


La diseñadora apoyó los vestidos en los sofás de la izquierda. Paula se quitó el bolso bandolera y lo dejó en el sofá de la derecha, para no entorpecer su trabajo. Se subió al podio y esperó. Stela fue retirando las fundas de los vestidos de novia, y los desplegó por el mueble.


El momento había llegado.


—Bueno —comenzó Stela, sonriéndole con cariño—, antes de nada, me gustaría hacerte una serie de preguntas, Paula. Luego, te pruebas estos vestidos para que yo vea cuál es tu corte y con cuál te sientes más cómoda. A partir de ahí, diseño tu vestido. Concertamos otra cita para que hagas los cambios que desees en el boceto y elijamos las telas. Te tomo medidas y comenzamos. ¿Cuándo es la boda?


—El...


—El veintitrés de septiembre —la interrumpió Karen.


La señora Michel frunció el ceño un segundo.


—Por favor, señora Chaves—le dijo Stela—, siéntese y póngase cómoda. ¿Le apetece un café? —sonrió.


—No, gracias —respondió de igual modo.


—¿Y tú, querida? —le preguntó ahora a Paula.


Ella negó con la cabeza, ocultando una risita por la tensión que, de repente, se había instalado en el taller.


—¿Zaira Alfonso trabaja para usted, señora Michel? —se interesó Paula, para suavizar el ambiente.


—¡Claro! —exclamó, muy contenta—. Es algo más que mi ayudante. La adoro como si fuera mi propia hija. ¿La conoces?


—Estuve ingresada un tiempo en el hospital. 
Pedro fue mi neurocirujano y hace poco conocí a Rocio y a Zaira. Pedro me ha comentado que Zaira trabaja para usted.


—¡Qué grata noticia, querida! —se acercó a ella y comenzó a rodearla, analizando su cuerpo—. Bájate y charlemos —la tomó de las manos con
confianza y la ayudó a descender. Se acomodaron las tres en el sofá libre—. Zaira era mi ayudante los fines de semana, pero cuando nació Caro decidió trabajar entre semana unas horas diarias y así tener libres los fines de semana para su marido y su hija. De hecho, no tardará en venir —comprobó la hora en su reloj de muñeca—. Y bien, ¿qué habías pensado para tu vestido?


—Las flores y los lazos...


—Mucho volumen y una gran cola, ¿verdad, tesoro? —la cortó Karen, agarrándola del brazo.


—Disculpe mis palabras, señora Chaves —le pidió la diseñadora—, pero me gustaría que me respondiera la novia, es decir, su hija.


Karen se sobresaltó, y se enfadó, pero no dijo nada.


—¿Paula?


—Bueno, yo... —comenzó Paula, dubitativa, mirando a su madre—. Sí — aceptó en un suspiro derrotado—. Volumen y cola.


Stela la observó unos segundos, como si la examinara.


—Vamos a probarte unos vestidos. Solo para ver el corte, no te fijes en el vestido en sí, ¿de acuerdo?


Ella asintió y se dirigió de nuevo al podio. Se desnudó para quedarse en ropa interior y descalza. La diseñadora le colocó por la cabeza el primer traje: era largo, sin cola, recto, de corte imperio y manga muy corta. Paula hizo una mueca. Stela se rio y se lo cambió por otro: largo, pequeña cola, corte en la cadera, mangas hasta los antebrazos y escote en barco. Paula negó de inmediato.



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