miércoles, 22 de enero de 2020
CAPITULO 94 (TERCERA HISTORIA)
Ignoró la bañera y se tumbó en la cama. Las lágrimas consiguieron que se durmiera enseguida. El intenso dolor, en cambio, lo persiguió en las pesadillas y lo acompañó como si se tratase de su propia sombra desde que se despertó a la mañana siguiente.
Desayunó en la cocina, solo, hasta que Rocio, en camisón, se reunió con él.
—Buenos días, Pedro —sonrió.
—Buenos días.
—¿Estás bien?
Pedro asintió, sin mirarla.
—Vi ayer a Paula en el hospital —le explicó su cuñada, que se preparó una infusión de menta—. Me dijo que acababa de verte, pero que parecías enfadado. Y luego llegaste a casa y te encerraste en tu cuarto. Te escuchamos gritar. ¿Qué ha pasado?
—Lo que tenía que pasar —apuró el zumo de naranja que se estaba bebiendo y fregó el vaso—. Entre Paula y yo no puede haber nada porque ella no quiere que lo haya. Así de simple. Solo tengo que aceptarlo y punto. Tengo que seguir con mi vida —se secó las manos con un trapo.
—Claro que lo quiere, Pedro —le frotó el brazo. Utilizaba un tono bajo y apenado—. Y no quiere casarse con Ramiro.
—Pero lo va a hacer —se giró, furioso, y la enfrentó—. Estuvimos escribiéndonos anoche. Le deseé toda la felicidad del mundo junto a un hombre que no se la merece y que la hará infeliz. ¿Sabes qué me contestó? — entrecerró los ojos—. Me dijo: «Adiós, Pedro». La llamé cobarde y me dijo «adiós». No tengo nada más que hablar con ella, o de ella con nadie —se dirigió al pasillo—. Por favor, os pido que no me saquéis el tema. Bastante voy a tener que soportar verla esta noche en casa de papá y mamá colgada del brazo del gilipollas de Anderson —se fue a su dormitorio sin esperar respuesta, tampoco la quería. Dio un portazo.
Sin embargo, Rocio entró, decidida y firme:
—Lucha por ella, Pedro. No permitas que Ramiro gane la batalla. ¡Es idiota! —exclamó, alzando los brazos—. El martes y el jueves tuvimos yoga en su casa y el muy idiota se presentó los dos días. La tiene muy controlada. No nos echó, pero no se movió del sofá hasta que la clase terminó —hizo una mueca—. No me gustó cómo miró a Zaira...
—¿Qué quieres decir, Rocio? —aquello pinchó su estómago.
—No sé... —chasqueó la lengua—. Zaira no se dio cuenta, pero yo, sí. Ramiro no se perdía ninguno de sus movimientos. Y sus ojos... —se abrazó a sí misma en un acto reflejo, sintiendo un escalofrío—. No me gustó nada —negó con la cabeza.
—¿Has hablado de esto con Zaira? —quiso saber Pedro.
—No, pero Zaira me dijo el jueves, cuando volvíamos a casa, que Ramiro le daba mala espina. Yo siento algo raro cuando nos cruzamos con él — contempló a Pedro con el miedo surcando su dulce rostro—. No me gusta
Ramiro, mucho menos para Paula. No sé... —clavó la vista en un punto perdido—. Me recuerda a las serpientes a punto de atacar...
Eso mismo había pensado Pedro de Anderson, calificándolo de cobra venenosa.
—No se lo digas a Mauro —le pidió él, rodeándola con los brazos para tranquilizarla—. Yo tampoco me fío de Anderson —se quedó pensativo unos segundos—. La hermana de Paula era pelirroja y, según Paula, muy alegre y
alocada.
Rocio lo contempló sin esconder el pánico que, de repente, transmitió: Lucia Chaves se parecía mucho a Zaira Alfonso...
El resto del día fue una frustración continua. Y estar horas encerrado en su habitación, a solas, dándole vueltas a los últimos acontecimientos, a las palabras, a los mensajes... no lo ayudó en absoluto. Los leyó más de cien veces, desde el primero que se enviaron, la primera vez que se habían abrazado, cuando Paula le había hablado de Lucia en el loft.
Se duchó y se arregló de esmoquin. A sus padres les encantaban las cenas de gala. Catalina y Samuel Alfonso eran sencillos en cuanto al trato con la gente y odiaban las etiquetas y el esnobismo, pero, si celebraban algo, cuanto más pomposo y excelso, mejor. Y no por alardear, sino para que los invitados se sintieran reyes y reinas por una noche. Se esperaban seiscientos invitados.
Sería una despedida a lo grande, incluso habían contratado fuegos artificiales, habría sorpresas y baile.
El problema de Pedro era que, para él, se trataba de la despedida de su hermano mayor, no de su padre... Así lo certificaba su desolado corazón. Era estúpido sentirse así, porque vivía con Mauro, pero... ¿y si la familia aumentaba y sus hermanos decidían marcharse del ático por separado?, ¿qué haría Pedro sin el pícaro de Manuel y sin la protección de Mauro?
Tal posibilidad lo inquietaba sobremanera. Las estancias poseían un tamaño perfecto para realizar obras y convertirlas en apartamentos independientes, sin embargo, quizás sus gustos o sus preferencias se enfocaban en un hogar de varias plantas, tal vez, una mansión, con jardín, piscina e intimidad.
El sudor se impregnó en sus manos y en su nuca. ¿Alejarse de sus hermanos? Jamás. Ya se le ocurriría algo para evitar tal catástrofe.
Se anudó la pajarita y salió al salón.
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