miércoles, 22 de enero de 2020
CAPITULO 97 (TERCERA HISTORIA)
—Doctor... —carraspeó—. Doctor Pedro —lo saludó Paula al instante.
Los ojos de Pedro repasaron su cuerpo con bárbara codicia que despertó a las mariposas del estómago de ella. Posesivo, en efecto, lo era. Y estaba más que conforme con ser suya... Porque lo era, de nadie más, solo suya...
—Pau... —susurró, ronco. Parpadeó, como si se despertase de un letargo. La soltó y se irguió—. Señorita Chaves, es un placer volver a verla.
Paula ahogó una exclamación. ¿Señorita Chaves? ¿La trataba de usted?
Tú acabas de llamarlo «doctor Pedro»... Te lo has buscado tú solita.
—Paula, cariño —le dijo Ramiro, rodeándola por la cintura—. Doctor Pedro —le tendió la mano.
Pedro se la estrechó sonriendo con frialdad.
—Espero que disfruten de la fiesta —les dedicó, antes de dar media vuelta y alejarse en dirección contraria.
Ella suspiró, temblorosa.
—¿Estás bien, cariño? —quiso saber su novio, inclinándose para besarla.
Y lo hizo. Fue rápido y casto, pero lo hizo.
Detestaba la palabra cariño. Detestaba fingir.
Detestaba su vida. Detestaba a Ramiro... y cada día más.
Esa semana había sido peor que la anterior...
Después del mágico fin de semana pasado con su héroe, no soportaba que Ramiro la mirase siquiera.
Continuaba invitándola a cenar a diario. Ella se obligaba a escuchar sus tonterías. Ya no le interesaban el Derecho y las leyes y su novio no hablaba de otra cosa. Aunque lo peor eran los almuerzos... Comía con su madre y charlaban sobre la boda.
Paula sentía que, más temprano que tarde, explotaría. Cuando se metía en la cama, necesitaba realizar una serie de respiraciones para calmarse, pues padecía ataques de ansiedad. En esa última semana, había visitado al psicólogo todas las mañanas, pero tampoco le ayudaba desahogarse con el doctor Fitz, que insistía en que se reuniese con sus padres, rompiese su relación con su prometido y se lanzase a los brazos de Pedro Alfonso, esas eran siempre sus palabras exactas.
Había dudado. Incluso había hablado con Ramiro de la boda. Dos noches atrás, se lo dijo.
Tuvo el valor de confesarle que no quería casarse con él, tampoco continuar la relación. Y la reacción de Ramiro había sido besarla y
sobarla para desnudarla y acostarse con ella.
Paula había chillado de pavor porque lo había notado desesperado y violento... Él no se había enfadado, todo lo contrario, se había reído y le había dicho que no se preocupase ya más por la boda, que Karen se encargaría de todo, así Paula se relajaría. Después, ella, aterrada, se había restregado tanto el cuerpo con la esponja en la ducha que tenía la piel enrojecida. Se sintió sucia. Apenas la había tocado, pero se
había tumbado sobre su cuerpo, aplastándola, y apreciar a otro hombre que no fuera Pedro, la asfixió, y se asustó. Todavía se estremecía de la manera más desagradable al recordarlo. Aún le escocía la piel.
Y ahí estaban, en la fiesta de jubilación de Samuel Alfonso, un hombre de aspecto fuerte, intimidante y casi tan alto como sus hijos. Su pelo ligeramente encanecido poseía las entradas propias de su edad, casi los setenta años, aunque aparentaba menos por lo bien que se mantenía. Y era atractivo. Sus ojos eran castaños, cálidos y apaciguados, como los de su madre, Ana, la abuela Alfonso, y los de su hijo pequeño, Pedro.
Pedro...
Su corazón estaba por los suelos de tanto como le pesaba. Observó el espacio, con las mesas circulares y los silloncitos de mimbre a modo de asientos situados en el centro de la carpa, y buscó a su héroe. Lo encontró al fondo, en la barra que habían dispuesto para el baile y donde se servían bebidas para el cóctel, aunque un sinfín de camareros poblaban el lugar con bandejas de plata repletas de copas que ofrecían a los invitados. Todo estaba decorado en negro y blanco, como los uniformes de los empleados, los manteles y las servilletas, la vajilla, los centros de flores blancas en las mesas, telas abombadas mezclando ambos colores colgadas en el techo... Su padre le contó que el negro era el preferido del homenajeado y el blanco, el de Catalina.
Negro, como los trajes, las corbatas, las Converse, las sábanas y la habitación de Pedro...
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