miércoles, 22 de enero de 2020
CAPITULO 96 (TERCERA HISTORIA)
Y se fueron a la mansión de los Alfonso, cada uno de los tres mosqueteros en sus respectivos coches. El BMW Serie 6 Gran Coupé de Mauro, el Audi S7 de Maunuel y el Merecedes GLC de Pedro se metieron en la propiedad por la
parte delantera. Con el mando a distancia, abrieron la verja de hierro forjado y descendieron la rampa que conducía al garaje. Iban a hacerlo por la parte trasera para evitar a los numerosos fotógrafos y periodistas apostados en la entrada de la casa de sus padres, pero Manuel, que era quien precedía la
procesión, decidió en el último momento lucirse, aunque fuera en su coche.
Alexis, la niñera de Gaston y Carolina, se hizo cargo de los niños en cuanto entraron en el recibidor, junto con otra doncella. Los subieron al único piso superior por la amplia escalera de mármol.
Ellos atravesaron el hall hacia el gran salón, a la derecha de la escalinata y frente a la puerta principal. La estancia estaba vacía, excepto por la alfombra roja de pasarela que habían colocado para el evento, que se iniciaba fuera, desde la verja, y finalizaba en el jardín, justo al inicio de la carpa techada, con los cuatro laterales al aire, donde un sinfín de personas disfrutaban de una bebida previa al cóctel.
Saludaron a sus padres. Catalina, soberbia de color negro y blanco, a juego con su marido, se colgó del brazo de Pedro.
—Paula ya está aquí —le susurró con una sonrisa radiante—. Y está preciosa, por cierto.
Él apretó la mandíbula como respuesta.
—¿Ha pasado algo entre vosotros? —se preocupó su madre—. La he visto algo alicaída, la verdad. Pero, después de lo que Zaira y Rocio me han contado sobre lo controladores que son su madre y su prometido con ella, no me extraña nada su expresión.
—No ha pasado nada —contestó él con sequedad—. Tú acabas de decirlo. Prometido, mamá, tiene prometido.
Se soltó para escaparse a por una cerveza, pero, al girarse, se chocó literalmente con la aludida... La sujetó por los brazos para evitar que se cayera, como el día anterior en el hospital. El fresco aroma floral inundó sus fosas nasales hasta aturdirlo.
¿Mamá ha dicho «preciosa»? No. Una belleza incomparable... ¡Joder!
¿Por qué tengo que ser castigado de esta manera tan cruel? ¡No quiero estar en el mercado! ¡No quiero ser soltero! ¡La quiero a ella, joder!
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