jueves, 6 de febrero de 2020
CAPITULO 147 (TERCERA HISTORIA)
Mientras Pedro descansaba en la hamaca de la terraza, ella se duchó, tarareando de lo dichosa que se sentía. Después, en toalla, se dirigió al dormitorio y eligió un biquini nuevo que se había comprado, pensando en su héroe, la semana anterior con Rocio y Zaira: sencillo, de braguita pequeña con dos lazos en los laterales y sujetador cruzado en forma de corazón y sin tirantes; en la espalda, se ataba con otro lazo; y, lo más importante: era negro.
A juego, también estrenó un vestido playero del mismo color, largo hasta el suelo, palabra de honor, traslúcido desde la mitad de los muslos y con una abertura por delante que enseñaba sus piernas al caminar. Se recogió los cabellos en su caracterísitca coleta ondulada y lateral con un lazo rosa, idéntico el tono pálido de las sandalias planas de tiras a modo de cuerdas finas que decidió calzarse.
Observó su reflejo en uno de los espejos del baño y se sorprendió. Era la primera vez que vestía de negro y el resultado le gustó mucho. Su piel dorada por el sol y el color de sus brillantes ojos resaltaban. Se sintió hermosa, amada y feliz.
Se reunió con él.
—Ya estoy, doctor Pedro.
Pedro se levantó y, en cuanto alzó la mirada hacia ella, sus ojos centellearon.
—Creo que me queda bien el negro —comentó Paula, estirando una pierna para que se fijara en la abertura del vestido—. Me lo compré por ti. ¿Te gusta?
—Joder... —gimió—. Me encantas...
—Dúchate y, mientras, me pinto las uñas de negro, ¿vale?
Él asintió, pero no se movió. Ella, ruborizada, ocultó una risita infantil y lo empujó hacia el servicio.
Va a ser un gran día, ¡sí, señor!
Un rato más tarde, bajaban hacia el recibidor de la mansión con los regalos. Se fueron a la casita de la piscina.
—¿Van a venir tus padres? —le preguntó Pedro.
—Mi padre no me ha llamado, así que no lo creo. Además, no saben la dirección.
—¡Buenos días! —los saludó Rocio, muy efusiva, con Gaston en brazos.
—¡Felicidades! —exclamó Paula con una radiante sonrisa.
El niño se retorció y estiró las manitas hacia ella, que dejó en el suelo la bolsa que llevaba para cogerlo. Lo besó por toda la cara, haciéndole cosquillas. Gaston, un calco de su tío Ale, el hermano pequeño de Rocio, quien ya estaba allí, al igual que Juana, su madre, y Jorge West, se desternilló por las atenciones.
Le entregaron los tres regalos a los padres del niño. La ropa, el tren y el tiovivo provocaron lágrimas en la rubia y entusiasmo en Manuel.
—¡Gracias! ¡Son perfectos! —Rocio los abrazó, llorando de felicidad.
A continuación, desayunaron en familia, entre risas, bromas y alegría.
Todos se deshacían en atenciones para el cumpleañero, tan bribón como lo era su padre y tan precioso como su madre. Paula se emocionó por la confianza, el amor y la simpatía que se respiraba.
Pasaron la mañana en la piscina, jugando con los niños, bañándose, tumbándose al sol y divirtiéndose. También, Mauro, Zaira, Manuel, Pedro, Ale y ella jugaron al voleibol en el agua. Almorzaron y entre todos organizaron la decoración para la fiesta. Inflaron globos de colores, que la pelirroja moldeó en diversos animales y flores.
—Es genial —señaló Paula, sentándose con Zaira en una de las hamacas a la sombra—. ¿Dónde has aprendido?
—En realidad, aprendí yo sola, pero me inspiró mi tía Caro.
—¿Caro, como tu hija?
—Así es. Se llama así por mi tía —sonrió, dándole forma de conejo a un globo azul—. Cuando tenía catorce años, me caí por las escaleras de mi casa, atravesé una ventana y aterricé en el jardín. Me clavé un cristal —se tocó la cicatriz de media luna irregular que tenía en el costado.
—Vaya, lo siento mucho...
—Bueno —frunció el ceño—, en realidad, no fue exactamente un accidente, pero ya te contaré mi vida otro día, y te aseguro —hizo una mueca cómica— que es igual o más complicada que la tuya.
Ambas se rieron.
—La cuestión —prosiguió Zaira con una expresión de nostalgia— es que, mientras estuve ingresada, mi tía Caro, para animarme, se vestía de payaso y se inventaba cuentos mientras inflaba globos con formas de flores y de animales —sonrió—. Es a lo que me dedicaba antes en el Emmerson, en el General y en el Boston Children's. Hacía reír a los niños ingresados durante unas horas al día. Hasta que nació Caro.
—¿De verdad? —se ilusionó—. Eres maravillosa, Zai.
La pelirroja se sonrojó por el cumplido.
—Me recuerdas tanto a mi hermana... —suspiró Pau, con una mano en el corazón.
—Soy hija única, pero siempre he querido tener una hermana —le confesó Zaira, tomándola de la mano—. Y creo que ahora tengo dos, si tú me dejas.
Paula la abrazó en un arrebato. Lloró, no de tristeza, sino de alivio. Rocio, que lo había oído todo, se les unió. Las carcajadas se mezclaron con las lágrimas.
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Re lindos los 3 caps.
ResponderEliminarQue linda relación tienen las tres!
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