sábado, 15 de febrero de 2020

CAPITULO 176 (TERCERA HISTORIA)





Cuando Paula abrió los ojos a la mañana siguiente, se topó con un pequeño ramo de margaritas en el lado de la cama donde Pedro había dormido. Dibujó una radiante sonrisa y se incorporó de un salto. Lo cogió con cuidado y aspiró su fresco aroma. Se fijó en que parecían arrancadas. Estaban sujetas por una cinta negra. No eran compradas...


Se levantó del colchón y se puso el vestido por la cabeza. No se molestó en estirarlo. Corrió con las margaritas en una mano. Un olor dulce y la canción Lips are moving de Meghan Trainor le arrancaron una risita infantil. Su tripa rugió hambrienta, ni siquiera habían cenado.


—¡doctor Pedro! —gritó al detenerse en la cocina.


Él se sobresaltó. Estaba preparando algo parecido a tortitas —no sabía cocinar ni un huevo frito, pero lo estaba intentando, por ella—. Se le cayó la espátula al suelo por el susto. Solo llevaba los calzoncillos puestos. Se giró, analizó su aspecto y soltó una carcajada por el desastre de vestido que llevaba, pero a ella le dio igual, se arrojó a sus brazos.


—¡Gracias! Son muy bonitas.


—No tanto como tú.


Paula lo besó en el rostro como si se tratase de un niño, haciéndole cosquillas. Y Pedro se vengó, clavándole los dedos en el costado.


—¡NO! —chilló, retorciéndose.


Consiguió escapar hacia el salón. Sin embargo, su novio la siguió. Las margaritas aterrizaron en el sofá. Y comenzó la persecución.


—¿Por qué huyes de mí? —le preguntó él, sonriendo con travesura, desde el otro extremo del sillón.


Ella salió disparada hacia la habitación, pero no alcanzó los flecos porque Pedro la atrapó por la cintura y retomó las cosquillas. Paula se rio, gritó, se rio, gritó, se rio, gritó...


Entonces, sonó el timbre del apartamento.


Ambos se detuvieron de golpe.


—¿Quién será? —quiso saber ella, intentando recuperar el aliento.


—Solo puede ser Adela —y, sin previo aviso, la cargó sobre el hombro y caminó hacia la puerta.


—¡Bájame, por Dios! —profirió, avergonzada, pero feliz—. ¡Pedro! —le azotó las nalgas—. ¡Bájame!


Y la puerta se abrió.


—¿Paula?


Esa voz...


—Ay, cielos... ¿Mamá?


Su novio la bajó de inmediato al suelo. Paula se dio la vuelta, tapando así la desnudez de Pedro, y observó a sus padres, atónita y con las mejillas
incendiadas. Se retiró los cabellos de la cara a manotazos. Elias intentaba controlar la risa y Karen estaba pálida.


—Nosotros... —comenzó su madre, cuyo rostro poco a poco se tornó rojo intenso.


—Estábamos por el barrio —la ayudó su padre— y vimos el Mini en la puerta. Pensamos que estabais aquí y queríamos saludaros —carraspeó, procurando adoptar una postura seria, en vano—. Creo que es un mal momento.


Pedro, a su espalda, le ajustó el vestido, toqueteándole el trasero adrede.


¡Se lo pellizcó!


Ella desorbitó los ojos y retrocedió, obligándolo a él a que reculara también.


—Pasad —les dijo a sus padres. Sujetó las caderas de Pedro con las manos y continuó en su marcha atrás hacia el dormitorio—. Dadnos un minuto.


—Huele a quemado —comentó Elias, frunciendo el ceño y olfateando.


—Mierda... —masculló Pedro, antes de correr a la cocina.


—¡Oh! —exclamó su madre, tapándose la boca ante la imagen de Pedro en bóxer negros.


Esto no puede ir a peor, ¿verdad?


Tomó una gran bocanada de aire y la expulsó de manera irregular. No se calmó, mucho menos cuando él regresó a su lado.


—Se han quemado las tortitas —anunció Pedro, cómodo y tan tranquilo en calzoncillos.


—¿Tortitas a esta hora? —lo interrogó Karen, acercándose a ellos—. Es mediodía. Venga —los empujó, ya recompuesta—, vestíos que nos vamos los cuatro a comer. Sois unos niños... —resopló, alzando los brazos en una plegaria—. ¡Venga!


Ambos obedecieron.




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