miércoles, 19 de febrero de 2020

CAPITULO 187 (TERCERA HISTORIA)






Paula no supo cómo, pero regresó al gran salón.


Entonces, unos brazos la levantaron desde atrás. Gritó, aterrorizada.


—¿Estás bien? —se preocupó de inmediato Pedro, que la bajó y le dio la vuelta para mirarla—. ¿Pau?


—Sí... Estoy... —suspiró, entrecortada—. Me has asustado, nada más.


Sin embargo, él frunció el ceño, sin creerse tal embuste.


En ese momento Ramiro pasó por su derecha y le dedicó una sonrisa que le erizó la piel.


Pedro gruñó al verlo.


—¿Te ha dicho o te ha hecho algo? —la interrogó su novio.


Ella negó con la cabeza.


Él besó su frente.


—Estás helada, Pau —la envolvió con su cálido cuerpo, frotándole la espalda con cariño—. ¿Seguro que estás bien?


—Sí —mintió de nuevo. Sonrió, simulando alegría—. Tengo sed.


—Claro, muñeca —sonrió.


Se aproximaron a la barra. Paula pidió una copa de champán rosado y se la bebió de un trago. Pedro la contemplaba extrañado, pero no comentó nada.


—¡Un médico! —exclamó un hombre desde la doble puerta abierta—. ¡Deprisa!


—Llama a emergencias, Pau —le ordenó su novio.


Los dos corrieron hacia donde se había congregado ya un buen número de invitados alrededor de una mujer tirada en la moqueta, inconsciente. Paula sacó el iPhone del bolso y marcó, pero su mano se suspendió en cuanto identificaron a la mujer...


—¡Abuela! —gritó Pedro, lanzándose al suelo para mover a Ana.


—Dios mío...


Ana Alfonso...


—Parece que se adelanta el final de la fiesta, cariño —le susurró Anderson al oído—. Tic tac, Paula, tic tac... Habla ahora o calla para siempre.


Ella observó a su héroe, que se desvivía por reanimar a su abuela Ana.


¿La perdonaría algún día?




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