miércoles, 15 de enero de 2020

CAPITULO 73 (TERCERA HISTORIA)




Hoyo era una discoteca al aire libre situada en la azotea de un edificio de veinte plantas, que solo estaba abierta en verano. Era muy grande. 


Estaba cercada por una alta cristalera por si alguno bebía de más y tropezaba. Era una terraza exclusiva, de precios desorbitados y donde se llevaban a cabo conciertos de grupos independientes hasta la medianoche. Luego, los DJ más relevantes de Massachusetts animaban el lugar hasta el amanecer.


Bordeando la discoteca estaban las mesas altas y circulares con taburetes, y la barra se hallaba en el centro, donde encontraron a sus amigos pidiendo unas copas.


—¡Alfonso! —exclamaron, levantando los brazos como si lo homenajearan.


Pedro se echó a reír. Abrazó a sus amigos y se los presentó a Paula. La analizaron pasmados.


—Es una amiga —les aclaró Pedro, ruborizado.


—Sí, claro —ironizó Lucas, moreno, de ojos negros, el que tenía la lengua viperina. Decía todo lo que le pasaba por la cabeza. Los que no lo conocían lo odiaban, pero era un amigo leal y sincero—. Nunca nos has presentado a ninguna... amiga. Es un placer, Paula —se inclinó y la besó en la mejilla—. Estás muy... —se humedeció los labios—. Tienes buen gusto para las amigas, Alfonso. 


Él apretó la mandíbula, tirando de ella para protegerla. Sus amigos arquearon las cejas.


—Me suena mucho tu cara —le dijo Mauricio a ella, escrutando su rostro—. ¿Cuál es tu apellido?


—Se llama Paula—lo cortó Pedro—. No necesitas saber más, Mau.


Mauricio, o Mau, como lo llamaban, era moreno también, de ojos marrones muy claros, casi dorados. Poseía una cicatriz en la ceja desde que era un niño, por haberse caído de un árbol. 


Era un mujeriego empedernido, libertino y el más atractivo de todos. El sector femenino lo adoraba y el sector masculino lo tachaba de ser un témpano de hielo, y era por su pose siempre altiva, pero contaba con una sonrisa seductora que triunfaba siempre.


Lucas, Mau, Dani y Pedro eran los solteros. Los otros tres, Pablo, Marcos y Brian, vivían con sus novias; estos últimos eran primos y parecían trillizos: castaños de pelo, ojos azules y robustos, del tipo de Anderson, pero con una expresión tan bonachona que no intimidaban. En opinión de las féminas, eran como osos de peluche.


—Marcos se casa en septiembre —le contó Pedro a Paula al oído—. El día veintitrés.


—Enhorabuena, Marcos —le obsequió ella con 
una sonrisa triste.


—Gracias, Paula —le guiñó un ojo—. Estás invitada a la boda.


Los demás se carcajearon porque Marcos invitaba a todo el mundo. Paula, en cambio, se soltó de Pedro y se disculpó para ir al servicio. 


Él la siguió sin que ella se percatara. Esperó a que saliera.


—¿Qué te pasa?


—El día veintitrés de septiembre... —comenzó Paula, pero sufrió un escalofrío y se abrazó a sí misma— es el día de mi boda con Ramiro.


Se miraron, él con dureza y ella apenada. Pedro respiró hondo para serenarse, en vano; la noticia, el hecho de nombrar su boda lo enrabietó.


—Tengo veinticinco llamadas perdidas de Ramiro y dos de mi madre.


—Si quieres irte, nos vamos —cerró las manos en dos puños.


Paula negó con la cabeza. Él la tomó de la mano y regresaron con los amigos. No perdió un solo segundo, no fuera que se arrepintiera.


Mientras hablaban con ella, Pedro preguntó a un camarero si tenían champán rosado. Solicitó la botella, pero pidió que la guardaran y que le sirvieran, además, una cerveza. El champán le costó quinientos dólares, calderilla para Pedro, le importaba bien poco gastarse tanto dinero con tal de cumplir los deseos de su leona blanca.


—¿Qué haces? —quiso saber Paula, que no se había enterado de nada.


Él le guiñó un ojo y le tendió la copa de champán rosado. Ella se lanzó a su cuello, haciéndole reír.


—¡Gracias! —tomó la copa y bebió un sorbo pequeño—. ¡Qué rico! ¿No quieres?


Pedro se inclinó para que le diera de beber. 


Paula sonrió y lo hizo.


—Tú estás mucho más rica que cualquier bebida, Pau —le susurró Pedro al oído, rozándoselo con los labios, aspirando su fresco aroma floral.


Ella se mordió los labios, tan acalorada como él. 


Los dos estaban demasiado afectados y, si continuaban tonteando de ese modo, Pedro
cometería el terrible error de besarla.


¿Error?


—Baila conmigo, nena —le dijo Mau a Paula, cogiéndola de las manos.


—Cuidado con las manos, Mau —lo amenazó Pedro.


—Mis manos siempre están quietas, son las mujeres quienes las mueven.


Todos se carcajearon por la broma.


Ella se dejó guiar por Mauricio hacia la pista que había a la derecha.


—Deberías controlarte, Alfonso —le aconsejó Dan, serio—. Mau ya sabe de qué le sonaba la cara de Paula. Sabe que es la prometida de Anderson. Y como sigas matando a todos los hombres de Hoyo por mirarla siquiera, la puedes perjudicar.


—Mau no dirá nada.


—Ninguno diremos nada —lo corrigió su amigo—, pero ten cuidado. Si la ha reconocido Mau por la prensa, cualquiera podría hacerlo. ¿Y su novio?


—Anderson ha ido a su casa para controlarla, pero me la he llevado de allí. La está llamando.


—Esto no puede acabar bien...


—¿Qué quieres decir? —inquirió Pedro, molesto—. ¿Estás de mi parte o no?


—Tranquilízate —le palmeó el hombro—. Pero estás loco por ella, y ella también lo está por ti, solo hay que fijarse en cómo te mira, como si fueras...


—Su héroe —concluyó él con una sonrisa de embeleso.


Así lo había apodado cuando le había regalado el iPhone rosa. La amaba, pero ¿y ella?


—Exacto —convino Daniel con la frente arrugada—. Ten cuidado, Alfonso — insistió.


Pedro sintió un desagradable pinchazo en las entrañas. Su amigo estaba en lo cierto, pero no podía, ni quería, alejarse de Paula. De momento, le bastaba con ser solo su amigo, a pesar del anhelo que sentía por besarla, acariciarla, hacerle el amor durante horas... descubrir a la mujer apasionada que sospechaba que había en su interior, además de tierna y sensible.


Se bebió la cerveza y pidió otra. Lucas y Dani se unieron a ella y a Mauricio.


Pedro apuró la bebida y los imitó, junto con Marcos, Pablo y Brian. Bailaron, disfrutaron, bromearon y se divirtieron como nunca. Trataron a Paula como si fuera una de ellos. Y ella se desinhibió por completo, no dejó de sonreír.


Sin embargo, a las dos horas de haber llegado a Hoyo, Ramiro Anderson entró con varios amigos, tan estirados y de pelo engominado como el abogado.


Fue Daniel quien lo vio.


—Anderson está aquí.


Pedro cubrió a Paula con su cuerpo. La luz era escasa y el local, grande y atestado de gente. Los demás, incluida ella, se dieron cuenta de lo que sucedía.


Paula reculó, asustada y pálida, hasta una esquina.


—Ve con ella —le dijo Mau—. No te preocupes por Anderson —frunció el ceño—, lo he visto alguna vez aquí, pero está poco tiempo y se larga.


—Gracias...


—Ya nos contarás la historia —Lucas le guiñó un ojo—. Parece buena chica, aunque se haya equivocado de prometido.


Pedro la buscó y la encontró cerca de los baños. La cogió de la mano y caminaron hacia la puerta que conducía a los ascensores, pero Ramiro se acercaba a ellos. Pedro quiso retroceder, pero no pudieron, así que la sujetó por la nuca y se inclinó, como si pretendiera besarla, girándose para que Anderson no la viera.


Entonces, Paula enredó los dedos en su pelo, se alzó de puntillas y... lo besó.





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