miércoles, 15 de enero de 2020
CAPITULO 74 (TERCERA HISTORIA)
Sí. Se atrevió. Sabía que él no lo haría por respeto a ella, que solo la estaba protegiendo de Ramiro, pero Paula no resistió más las ansias de besarlo de nuevo... Y lo hizo. Y gimió de alivio en cuanto probó su boca. Le enroscó los brazos al cuello y se pegó a Pedro cuanto pudo.
Él se había paralizado, pero solo le duró un instante... al siguiente, la envolvió con excesiva fuerza, con todo su cuerpo, la estrechó contra su pecho sólido e increíblemente electrizante y la devoró...
Escalofriante. Muy, pero que muy, intenso...
Ese beso en nada se asemejaba al que se habían dado en la piscina de Dani y de Chris. Fue... impresionante...
Pedro recogió sus largos cabellos en una coleta deshecha, tiró, obligándola a abrir los labios, e introdujo la lengua con ímpetu. Ella se quedó sin aliento y su corazón frenó en seco. Él la tentó, entrando y saliendo de su boca con una maestría endiablada. Paula le arañó la nuca como respuesta. Jadearon, se descontrolaron. Absorbieron los ruidos que emitían, besándose con una congoja indescriptible.
Las manos de Pedro descendieron por su espalda hacia su trasero. Ella se derritió al sentir cómo apresaba sus nalgas, cómo las amasaba con una pericia vehemente, cómo la pellizcaba, cómo la dominaba...
La boca de Pedro la guió hacia la libertad. Y Paula se lanzó por entero, sin miedo ni vergüenza. No debía hacerlo, no debía sucumbir a lo prohibido, pero lo amaba con toda su alma... amaba sus labios, amaba su cuerpo, amaba su mente, amaba su sonrisa, amaba sus abrazos, amaba sus besos... La rendición era un hecho. Y lo besó con una entrega asfixiante.
Cuando ella siguió un impulso y mordisqueó su labio, él se detuvo de golpe, atónito, desorientado.
—Doctor Pedro... —susurró Paula, tocándole los labios hinchados e inflamados con dedos temblorosos.
Los ojos de Pedro fulguraron destellos que a ella le aumentaron su necesidad por él.
—Joder, Pau... —la atrajo de nuevo hacia su cuerpo—. No me pares, por favor... No me...
No terminó la frase. La besó. Más profundo, más violento, más posesivo...
La levantó del suelo y se encerraron en uno de los baños.
—Pau... —la sentó en el lavabo—. Me encanta besarte...
La besó otra vez, situándose entre sus piernas.
El vestido, gracias a las aberturas, cedió a ese portento de hombre.
Es un sueño... No quiero despertarme, por favor...
—Y a mí que lo hagas... —le acarició las mejillas—. No quiero pararte, no quiero que pares... —tragó. Inhaló una gran bocanada de aire y la expulsó de forma sonora e intermitente—. Pero... —recostó el rostro en su pecho, a la altura de su corazón, que palpitaba tan desbocado como el suyo—. ¿Por qué algo que se siente tan bien está prohibido?
—Un pecado... Eso eres para mí, Pau, mi pecado... —la besó en el pelo, ciñéndola por la cintura.
Paula alzó la cabeza y lo miró, impactada por sus acertadas palabras.
—No me arrepentiré nunca de esto, Doctor Pedro. Nunca. Pero... —las lágrimas se agolparon en sus ojos.
Le resultó imposible disimular la angustia que, de repente, la asaltó.
Empezó a respirar más rápido, a ahogarse. Otro ataque de ansiedad...
—Mírame —le indicó Pedro, sujetándola por la nuca—. Respira hondo conmigo. No dejes de mirarme —cogió aire y lo soltó lentamente para que lo imitara, masajeándola en el cuello—. Muy bien, Paula—sonrió—. Otra vez... Otra vez... Así... —la besó en los labios con suavidad—. ¿Mejor?
—No —contestó ella, acercándose a su boca—. Bésame más, doctor Pedro, porque solo así podré respirar...
—Pau... —gimió—. Mi pecado...
—Tú también eres el mío... —lo rodeó por la nuca.
—Pues pequemos juntos, muñeca...
Paula sollozó, prendada de ese hombre. Y se encontraron a mitad de camino. Se besaron muy despacio. Bebieron el uno del otro de manera prolongada, pausada, emitiendo resuellos esporádicos, ruidosos en demasía, como si expulsaran una condena...
Eran prisioneros de su único pecado: ellos mismos.
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