miércoles, 6 de noviembre de 2019

CAPITULO 46 (SEGUNDA HISTORIA)





Aquellas palabras la emocionaron. Pedro Alfonso era famoso. Los periodistas de cotilleos lo adoraban porque siempre se mostraba en público sin esconderse. Un sinfín de morenas habían colgado de su brazo en numerosas revistas. Y si ahora él deseaba intimidad con ella, significaba que Paula no era simplemente la madre de su hijo, ni una presa más...


Cuánto anhelaba que la viera diferente a cualquier mujer... Cuánto deseaba ser cuidada por su guardián... Cuánto rezaba para enamorarlo...


—Anoche pensé... —comenzó ella con timidez, pero necesitaba decírselo —. Pensé que, como me odias, no te gustó... llegar al final conmigo. Quizás, te obligué a...


—No —la cortó, posando un dedo sobre su boca—. Mereces mucho más que anoche, mucho más... —sus ojos se oscurecieron por un deseo repentino —. Te deseo, rubia, no te haces una idea de cuánto... —se inclinó lentamente.
Le acarició los labios con el pulgar, contemplándolos, embobado—. Contigo pierdo el control. Y nunca me había pasado con nadie, ni siquiera siendo un chaval de instituto. Por eso, me enfadé. No es agradable —sonrió con travesura— divertirse con los pantalones puestos.


Paula se derritió por esa sonrisa y gimió. Se sujetó a sus hombros en un acto reflejo. Su aroma fresco y limpio la cegó. Fue a besarlo, por instinto, lo necesitaba; más, cuando él la abrazó en ese instante y lentamente se inclinó, cerrando los ojos, hacia su boca. Sin embargo, Zai los interrumpió golpeando la puerta.


La pareja se separó de inmediato, parpadeando como si se despertaran de un trance; ella se encerró en el baño y accionó la ducha. Observó su propio reflejo en el espejo del lavabo. Estaba muy colorada y tenía las pupilas dilatadas. Y se sentía como una pluma que volaba según las ráfagas del viento, de lo desorientada que se encontraba.


Permaneció más tiempo de lo habitual debajo del chorro del agua caliente.


Después, se secó y anudó la toalla a las axilas. 


La vergüenza la invadió al pensar en salir de esa guisa, por lo que corrió hacia el vestidor sin reparar en nada, aunque escuchó cómo su marido exhalaba un jadeo al pasar junto a él.


A los pocos minutos, algo recompuesta gracias a los vaqueros y al jersey de gruesa lana que eligió, como si así pretendiera esconder su agitado interior, se reunió con Pedro en el dormitorio.


—Nos vamos mañana a Los Hamptons con Mauro, Zaira y Caro, ¿te parece bien? —le dijo él, sentado en el borde de la cama, con el niño en el regazo.


Pedro... —dudó, seria.


Él la miró con la frente arrugada y esperó.


—Había pensado en hablar con Jorge para incorporarme al hospital — comentó ella—, pero no sé qué hacer con Gaston —se acomodó a su lado y rozó el piececito del bebé de forma distraída—. No quiero dejarlo y no sé si deseo hacerlo con una desconocida.


—Puedo hablar con mi madre para contratar a Alexis.


—¿No te molesta que quiera trabajar? —se preocupó. El pasado retumbó en su pecho—. Mi madre lo dejó porque a mi padre no le gustaba que trabajase.


—A tu padre lo que no le gustaba era no controlar a tu madre las veinticuatro horas del día —la corrigió, prácticamente gruñendo—. Y tu
madre siempre ha sido demasiado buena como para llevarle la contraria. ¿Qué marido castiga a su mujer por dar de comer a su hija? —bufó, indignado—. A veces, el maltrato psíquico es peor que el físico. Lo he visto en el hospital. Y tu madre está completamente anulada. Siento decirte esto.


—Mi padre no se la merece... —observó a su precioso hijo—. Míralo... — sonrió, loca de amor por su bebé—. ¡Qué gordito es mi niño! —se inclinó y le apresó un piececito en la boca para hacerle reír.


—¿Por qué lo llamaste Gaston?


—Por mi abuelo materno —no perdió la sonrisa—. Mi madre siempre me contaba historias de mi abuelo antes de dormir. Era escocés. Nunca lo conocí porque murió antes de que yo naciera. Mi abuelo era escritor de novelas históricas de aventuras —se rio con suavidad—. Todos sus libros se ambientaban en Escocia en diferentes épocas y, en todos ellos, siempre había un halcón blanco que guiaba al protagonista en su caminar, que lo protegía a distancia —rozó la nariz de su hijo.


Cuando dirigió sus ojos a Pedro, se impresionó por la preciosa sonrisa que había dibujado en su rostro. Contuvo el aliento.


Qué guapo eres...


Sin pensar, movida por su instinto, depositó un casto beso en sus labios.


Ambos ahogaron un resuello entrecortado. 


Permanecieron embelesados el uno en el otro eternos segundos, con la mirada vidriosa y centelleante, hasta que Gaston soltó un gimoteo porque se había sentido desprovisto de atenciones. Los papás sonrieron y se encargaron de entretenerlo durante un tierno rato, tumbados los tres en la cama.


Ese gran momento, en familia, quedó atesorado en la memoria y el corazón de Paula.


Mis dos nenes grandullones...


Por la tarde, preparó el equipaje mientras Pedro telefoneaba a Catalinaa para preguntarle si podían contratar a Alexis de niñera.


—Las dos han aceptado encantadas —le aseguró él desde la cama—. ¿Le pedirás a Jorge trabajar en Pediatría con Mauro, como antes?


—Ojalá... —suspiró, cerrando la bolsa azul celeste de su hijo—. Aunque no me importaría probar otra planta. Quizás, le pida formar parte del equipo de Bruno—se encogió de hombros, despreocupada.


—¿Por qué todas preferís a Bruno? —estalló, levantándose de un salto, de repente, enfadado—. Zaira decía que, si alguna vez le pasaba algo, le gustaría que fuera Bruno su médico —colocó los puños en las caderas—. Tú trabajaste con Pedro y ahora quieres con Bruno. ¿Y qué pasa conmigo?


Paula se echó a reír.


—¿Estás celoso, soldado?


—¿Yo? —resopló, herido en su orgullo—. Esa palabra no está en mi diccionario.


—No creo que Jorge me permitiese trabajar contigo. Eres mi marido. Están prohibidas las relaciones entre compañeros de la misma sección. Y renuncié a mi puesto de jefa de enfermeras en Pediatría un mes después de aceptarlo —alzó las cejas—. Eso sin contar que llevo más de diez meses sin ejercer. Creo que me resultaría un poco complicado ganarme de nuevo un lugar en Pediatría. Lo mejor es probar en otra planta.


—Hablaré con Jorge y le pediré que trabajes conmigo, así te respetarán desde el primer momento porque yo me encargaré de que lo hagan —declaró con rudeza.


—No, Pedro—negó con la cabeza repetidas veces—. Si entro en tu equipo, seré la enchufada, y eso es peor. No quiero ayudas, no es negociable —levantó una mano para recalcar tal hecho—. Me defiendo muy bien sola. Espero que lo entiendas y lo aceptes, porque, si no, tú y yo tendremos un problema —arrugó la frente, nerviosa por su reacción y tirándose de la oreja izquierda.


Él la miró, intentando descifrarla, y, finalmente, asintió. Y sonrió. Se acercó.


—Lo entiendo, rubia —la besó en la frente—. Y lo acepto. ¿Me dejas, al menos, ayudarte con el equipaje? —bromeó, provocándole a ella una
carcajada.


1 comentario:

  1. Por favor qué vida tan dura la de Pau. Pobrecita todo lo que pasó. Menos mal que Pedro la contiene.

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