jueves, 13 de febrero de 2020
CAPITULO 163 (TERCERA HISTORIA)
Pedro la tomó de la mano y la guio hacia su despacho. Echó el pestillo. Se sentaron en el sofá. La rodeó por los hombros y la besó en la cabeza repetidas veces.
—Te he echado muchísimo de menos, Pau...
—Perdóname por ser tan tonta —suspiró, entre temblores—. No hago más que apartarte cuando tú solo quieres cuidarme. Te rechazaba una y otra vez porque estaba con Ramiro y pensaba que te merecías a alguien mejor que a mí... Porque fui una cobarde... —inhaló una gran bocanada de aire—. Cuando él quiso hacerme daño, me salvaste y te rechacé... Cuando vino mi madre a Los Hamptons, te rechacé... Cuando discutí con mi madre hace dos semanas, te rechacé... Lo siento... Lo siento tanto... No te merezco...
Él la apretó, aguantando la respiración.
—Pero... —continuó ella, llorando—. Te rechazo porque... porque no entiendo qué haces conmigo... Solo busco problemas... Te hago daño, Pedro...Soy yo la única culpable de que nadie sea feliz a mi alrededor...
—Esto se tiene que acabar —la cortó Pedro, tajante y firme. Su mirada era salvaje. La sujetó por las mejillas—. Esta noche te llevaré a casa de tus padres y hablarás con ellos. Y no me importa si te apetece o no. Lo harás. Y no tienes por qué mencionar a Ramiro —su semblante se cruzó por la desesperación—. Déjame ayudarte, Pau, por favor... Déjame cuidarte, protegerte y amarte como lo necesitas tú y como lo necesito yo... Por favor...
Paula ahogó un sollozo.
—El uno...
—Para el otro.
Se besaron, con los labios vibrando por la emoción.
—No me gusta despertarme sin ti —le confesó ella, apenada—. Te quiero en casa conmigo, no aquí...
—Pues mañana tengo guardia de veinticuatro horas.
Paula resopló sin delicadeza. Él se rio.
—Siempre puedes venir a verme por la noche —le guiñó un ojo—. Si tengo una noche tranquila, podrías quedarte conmigo aquí. Te encerraría en mi guarida —la tumbó hacia atrás, le levantó el vestido hasta la cintura y se colocó entre sus piernas—. Y así, me devolverías todos los besos que me debes —la besó en el cuello—. Quince días sin besarte, sin tocarte y sin hacerte el amor, pero, sobre todo, sin besarte, son demasiados días, Paula...
—Doctor Pedro... —gimió Paula, quitándole la corbata con torpeza.
—Empieza a besarme y no pares... No pares nunca...
—Jamás...
Le sacó la corbata por la cabeza y lo besó con desenfreno. Se perdieron en sus bocas, reencontrándose al fin tras una eterna soledad que prometieron no experimentar de nuevo. Se manosearon por encima de la ropa, deshaciéndose de la misma a manotazos. Acabaron desnudos en cuestión de segundos.
Y no requirieron caricias previas, porque ya ardían, gimiendo esos apodos que solo utilizaban cuando cada uno poseía el cuerpo del otro...
Y tampoco despegaron sus bocas un solo instante.
Y, al penetrarla, rudo y violento, la conexión fue tan poderosa que no tardaron en alcanzar ese anhelado infierno al que solo pertenecían ellos dos.
Y el imperioso éxtasis los desbordó.
Y gritaron.
Y se desplomaron en el sofá, sin alejarse un milímetro, aún unidos.
—La próxima vez... seré... más delicado... —le dijo él intentando recuperar el aire—. La próxima vez...
Ella capturó sus labios, acallando sus palabras. Enlazó los tobillos en la parte baja de su su musculosa espalda y se arqueó, jadeando porque necesitaba más. Una sola vez no bastaba para calmar su fuego.
—Pau... —aulló, moribundo, enterrando la cara en su cuello.
Pedro se retiró para embestirla otra vez, despacio, muy suave.
—Mi héroe... —le peinó los cabellos—. Solo quiero estar así siempre...
Un golpe proveniente de la puerta los interrumpió.
—¿Sí? —pronunció Pedro, ronco, con los ojos vidriosos y ligeramente aturdido.
—Abre, Pedro. Soy yo —contestó Manuel a través de la madera.
—Joder... —masculló él, levantándose—. ¡Dame un minuto!
—¿Se puede saber desde cuándo cierras con pestillo? —inquirió su hermano, girando el picaporte sin éxito.
Paula se cubrió la boca para silenciar una carcajada.
—¡Quieres parar, joder! —exclamó Pedro, vistiéndose con premura—. ¡Y baja la jodida voz!
—Abre y pararé —señaló Pedroen un tono divertido, sacudiendo la puerta de manera insistente—. ¿O es que estás acompañado... doctor Pedro? —soltó una sonora carcajada.
Cuando estuvieron listos, fue ella quien quitó el pestillo y abrió.
—Hola, preciosa —la saludó Manuel, sonriendo con picardía, antes de inclinarse y besarla en la mejilla—. ¿Interrumpo algo, por casualidad?
Paula se rio y fue quien contestó:
—Sí —observó a un sonrojado y avergonzado Pedro Alfonso, que parecía estar a punto de estallar como un tren de vapor—, pero ya habrá una próxima vez... más delicada.
Su novio se ruborizó aún más... Ella, derretida por verlo tan colorado, se abalanzó sobre él y le estampó un sonoro beso en la boca.
—Mi niño preferido...
Pedro envolvió su cintura con fuerza, gruñó y la besó, posesivo, veloz y cruel.
—Me voy —pronunció Paula en una voz apenas audible, con las extremidades laxas por el arrebato. Carraspeó—. ¿A qué hora sales? Vengo a buscarte.
—A las seis —sonrió.
Ella le acarició los pómulos.
—Te amo... Doctor Pedro.
La mirada de su doctor Pedro se oscureció, se le borró la sonrisa y la besó otra vez, pero más prolongado, más bárbaro, más dominante... estrujándola entre sus brazos. Y Paula gimió, fue inevitable...
—No quiero irme...
—Y yo no quiero que te vayas...
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