jueves, 13 de febrero de 2020

CAPITULO 168 (TERCERA HISTORIA)





A las seis, hubo el cambio de turno en el personal y él eligió ese momento para escribir un mensaje a su muñeca, pero se topó con que ella le había enviado uno hacía unos minutos:


P: Te echo mucho de menos...


Pedro sonrió como un bobalicón. Y babeó...


DP: No hago otra cosa que pensar en ti... ¿Qué me has hecho, Paula?


P: Lo único que he hecho ha sido enamorarme de ti...


Suspiró de manera irregular. Tecleó con dedos temblorosos:
DP: Llegaste a mí y renací... Te despertaste, me miraste y volví a nacer con la oportunidad de enmendar mis faltas, pero la tentación era demasiado grande y pequé... Cada vez que te miro, renazco y peco...
Soy un hombre que peca cada segundo de cada día, cuando te miro, cuando te beso, cuando pienso en ti... Y seguiré pecando sin importarme el castigo final, porque un solo instante a tu lado es suficiente para soportar cualquier consecuencia.


El miedo a perderla lo asfixió mientras escribía el mensaje. Tomó varias bocanadas de aire para estabilizarse, pero los rostros de Karen y de Anderson revolotearon en su mente, inquietándolo. Estaba seguro del amor de Paula,
confiaba en ella a ciegas. Y ya había demostrado con creces cuánto lo amaba,
había sido capaz, como bien dijo Catalina, de romper con su vida por él. Sin embargo, Paula era la bondad personificada, lo que significaba que se convertía en una diana repleta de puntos débiles. Con echarle un vistazo, ya se sabía cómo dañarla... Y Ramiro lo sabía, así había actuado siempre con ella: manipulándola, tanto a Paula como a la señora Chaves.


El iPhone vibró con un nuevo mensaje de su novia.


P: ¿Por qué me da la impresión de que tus palabras, además de ser las más bonitas que me han dicho nunca, tienen doble sentido? ¿Qué ocurre, doctor Pedro? Sé que algo te pasa...


Pedro respiró hondo y decidió sincerarse.


DP: Te amo, Pau. Eso es lo que me pasa, que te amo... Ahora entiendo a mis hermanos... Tengo tanto miedo de perderte... Me costó tenerte, me costó luchar por ti, eres lo que más me ha costado jamás. He estado toda mi vida esforzándome para ser alguien, no importante, sino alguien, a secas. Y me he convertido en ese alguien cuando tú llegaste a mi vida. He estado toda mi vida buscándome y ahora me he encontrado. No he sido nadie hasta ahora y si te pierdo... Te prometo que seguiré esforzándome para enamorarte cada día, para hacerte feliz, no solo por ti, también por mí, porque no hay nada que me haga más feliz que verte, que mirarte, aunque llores, aunque estés enfadada, solo mirarte y saber que estás a mi lado me hace feliz... Y, aunque ahora estamos juntos, tengo la sensación de que es un espejismo, porque eres demasiado buena para ser verdad. ¿Te merezco? Quiero creer que sí... Jamás me había sentido como ahora, tan ansioso y tan tranquilo al mismo tiempo, tan ordenado y tan alterado, tan lógico y tan insensato, tan despistado y tan centrado, tan egoísta y tan generoso... y tan parte de algo como me siento contigo...
Te necesito tanto, Pau, que te juro que me estoy volviendo loco...


Apagó la lámpara del escritorio y la del techo con el interruptor. Se tumbó en el sofá. Se tapó los ojos con el brazo y cruzó los tobillos. Pensó en ella, solo en ella...


Entonces, escuchó que el picaporte se giraba. 


Observó cómo se abría la puerta muy despacio.
—¿doctor Pedro?


Él se incorporó al escuchar su apodo. Se sentó, esperanzado con no haberse imaginado nada, con que, en efecto, su leona blanca estuviese allí.


—¿Pau?


Paula asomó la cabeza y sonrió.


—Como no hay luz, creía que no estabas.


—Ven aquí —le ordenó en un ronco susurro—. Y echa el cerrojo.


—No había nadie en la recepción —obedeció y caminó hacia Pedro. Soltó el bolso en el suelo—. Necesitaba verte...


A pesar de la escasa luz del exterior que se filtraba a través de la ventana, se dio cuenta de que llevaba un vestido camisero de color rosa, como la cinta del pelo, y las Converse que él le regaló.


—Rosa... Tan bonita...


—Por ti.


Pedro rodeó su cintura y recostó la cabeza entre sus senos, a la altura de su corazón, tan acelerado como el suyo.


—Ha sido un error interrumpir las vacaciones —refunfuñó como lo haría un niño pequeño.


Ella se rio, acariciándole la espalda. Pedro la sujetó por debajo del trasero y la atrajo a su regazo, a horcajadas. Y la besó. Paula gimió al
instante, arqueándose. Él la apretó con fuerza y la embistió con la lengua, exigente, pero ella ralentizó el beso. Preocupada, lo contempló largo rato.


—¿Qué te pasa, Pedro?


Él suspiró, recostándose en el respaldo. Cerró los ojos.


—Tengo un mal presentimiento, es todo.


—Nada ni nadie me va a separar de ti, doctor Pedro —lo besó en los labios—. Te he traído un sándwich.


Pedro alzó los párpados y sonrió.


—¿Mi mujer me ha hecho la cena? —inquirió, travieso, clavándole los dedos en los costados.


—¡Ay! —exclamó, muerta de risa por las cosquillas, retorciéndose—. ¡Para!


—No grites —se contagió de las carcajadas, pero se detuvo. No quería que nadie la descubriera—. ¿Te quedas conmigo esta noche?


—¿Quieres que me quede contigo esta noche? —le sonrió.


—No pienso en otra cosa.




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