jueves, 13 de febrero de 2020

CAPITULO 169 (TERCERA HISTORIA)





Se besaron con ternura durante unos maravillosos minutos. Después, Paula sacó la cena que había traído para los dos, limonada en una botella de plástico y fruta para la madrugada, por si Pedro se quedaba con hambre, por si la guardia se hacía pesada y necesitase recargar energía. Él cogió dos vasos, que tenía en el baño, para servir la bebida. Ella se descalzó y se sentaron con las piernas flexionadas debajo del trasero, uno frente al otro, en el sillón.


—Cuéntame sobre la gala —le pidió Pedro, entre bocado y bocado.


—Pues ya mañana empezaré a preparar la presentación. Hoy nos hemos reunido con los encargados de los tres refugios y hace una hora me han mandado por correo electrónico toda la información que necesito —dio un sorbo a la limonada—. He llamado a mi padre para ir mañana al bufete a revisar las denuncias por maltrato animal. Me ha dicho que me ayudará, porque hay cosas que se me han olvidado, e introducir la parte legal en la proyección es favorable, ¿no crees?


—¿No has pensado en estos cuatro años en volver a la universidad?


—¿Te molesta...? ¿Te...? —balbuceó Paula, de repente muy nerviosa—. ¿Te molesta que no tenga... una carrera? Si quieres que yo... Si tú... Si quieres... Yo...


Pedro soltó la comida y la tomó de las manos.


—Solo lo preguntaba por ti, Pau, no por mí —sonrió—. Es que creo que te gusta el Derecho. A lo mejor, me equivoco, pero, cuando mi madre nos contó lo de la gala en Los Hamptons, hablaste del tema con la pasión propia de alguien que habla sobre algo que le apasiona, sobre algo que hace porque quiere, no por imposición.


—Bueno, yo... —suspiró—. No te niego que me gustaba —sonrió, nostálgica—. Quería ser como mi padre desde que era pequeña. Siempre lo vi como un superhéroe, como tú ves a Mauro. Y quería ser como él —su semblante se cruzó por la tristeza—. Me preguntó también si no había pensado en terminar la carrera.


—¿Quién? —quiso saber Pedro, antes de apurar su vaso y servirse más limonada.


—Mi padre. Me faltan tres asignaturas. La tesis no la presenté porque no podía presentarla hasta que no aprobara todo, pero mi tutor la estuvo revisando porque la hice antes de tiempo, y me felicitó. Me dijo que era perfecta —se sonrojó.


—¿De qué trataba?


—Precisamente, del maltrato animal —ambos se rieron con suavidad—. Fue a mi hermana a quien se le ocurrió la idea.


Pedro entrecerró los ojos. Se le encendió una bombillita en el cerebro.


—¿Cuándo terminaste la tesis, Pau?


—Un mes antes de que Lucia muriera.


—¿Y cuándo te dijo tu tutor que tu tesis era perfecta?


—Me llamó por teléfono cinco minutos después de que ingresaran a Lucia.


Él la atrajo a su regazo y la besó en la cabeza.


—Por eso, no te haces fotos y, por eso, no puedes terminar Derecho — comentó Pedro en voz baja—, por Lucia. Todavía te duele.


—Mucho... —se le enrojeció la voz.


—Pues, ¿sabes qué te digo? —sonrió—. Que el día que quieras hacerte una foto y el día que quieras terminar Derecho, yo estaré contigo. No importa cuándo sea ese día: mañana, siendo una bonita ancianita o dentro de un mes. Yo te acompañaré.


Ella ahogó un sollozo y se aferró a Pedro, estremecida.


—Todavía no he ido a verla... —le confesó Paula, sorbiendo por la nariz —. Al cementerio. Desde que la enterramos... No he ido... No puedo...


El corazón de Pedro sufrió una violenta sacudida. La abrazó con infinita ternura. Su muñeca no estaba curada, por desgracia, sus heridas no habían cicatrizado. Y tal hecho incrementó su amor por ella.


—Me gustaría acompañarte —señaló él, fingiendo tranquilidad—. Solo cuando estés preparada.


Paula asintió, suspirando sonoramente, como si expulsara una pesada carga.


Permanecieron en esa posición hasta que el busca de Pedro los interrumpió.


—Te voy a cerrar con llave, ¿vale? —le dijo Pedro, levantándose del sofá—. Me llevo el móvil por si me necesitas —la besó en los labios—. Voy a Urgencias. Cuando pueda, regreso.


—No te preocupes por mí —sonrió, tumbándose—. Estaré bien porque estoy aquí contigo —bostezó—. Te amo, doctor Pedro.


—Te amo, muñeca —la besó en la frente y se marchó.


Y no volvió hasta cinco horas más tarde porque la urgencia terminó en una intervención a vida o muerte por un accidente de tráfico. Trasladaron al paciente a la uci. La operación salió bien, fue dura y larga, pero, de momento, se había salvado.


Encontró a su novia dormida hecha un ovillo. La cubrió con su bata blanca por si se destemplaba. 


Se sentó frente al escritorio. Y la miró soñar. 


Sonrió.


Esa noche se convirtió en la mejor desde que empezó a ejercer como neurocirujano.



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