jueves, 13 de febrero de 2020

CAPITULO 165 (TERCERA HISTORIA)




Unos minutos después, se despidieron porque Manuel regresó al despacho. Lo necesitaba por un paciente, por lo que ella se marchó a su cita con su suegra.


A la comida, además de Zaira y Catalina, acudió también Ana. Las dos mujeres mayores se deshicieron en halagos hacia Paula.


—Resplandeces, cielo —le dijo la anciana, con esa sonrisa tranquila que había heredado su nieto pequeño—. Estás preciosa.


Se ruborizó, tenía los cabellos hechos un desastre. Se los había cepillado con los dedos en el ascensor del hospital. La cinta se había perdido misteriosamente en cierto despacho de cierto médico.


Caro gorjeó y alzó las manitas hacia Paula; esta se agachó y la sacó del carro, colocándola en su regazo, ya sentadas en la mesa del restaurante italiano que habían elegido.


—Te queda muy bien un bebé, Paula —le comentó Catalina, guiñándole un ojo.


—Me gustan los niños —admitió, besando a Caro en la carita—. Aunque Caro y Gaston son los más cercanos que he tenido en mi vida y...


—Buenos días, señoras, y Paula —la cortó una voz masculina demasiado familiar.


Paula alzó la barbilla y descubrió a Ramiro. La alegría se desvaneció, no solo la suya, sino también la de sus acompañantes, ninguna correspondió al saludo. Hasta la niña frunció el ceño.


—¿Qué quieres, Ramiro? —le exigió, seca y cortante.


—Solo decirte hola —respondió con su fría sonrisa—, ¿es tan malo querer saludarte?


—No se te ha perdido nada aquí, ni conmigo —entornó la mirada—. Vete, por favor.


—Después de todo lo que hemos compartido, ¿me tratas así? —no varió su asquerosa sonrisa—. ¿Tu madre sabe que estás aquí comiendo con estas educadas mujeres Alfonso? Qué rápido has sustituido a mamá —sus ojos azules brillaron con astucia.


Paula se incorporó de un salto, apretando a Caro contra su pecho. Los cubiertos y las copas tintinearon. La niña le clavó las uñas en el cuello, asustada.


—Si todavía —sentenció ella en voz baja— no les he contado a mis padres que eres un violador, te aseguro que no es por miedo a tu reacción, sino para evitarles un disgusto a ellos, pero sigue por el mismo camino de manipulación y engaño, Ramiro, y te aseguro que no tardaré en abrir la boca. Tengo testigos
que presenciaron cómo pretendías forzarme, ¿recuerdas, abogado?


Catalina y Ana se taparon la boca, horrorizadas por sus palabras.


Zaira se levantó y se enfrentó a él:
—Largo de aquí, o haré que te echen a patadas.


Ramiro recorrió el cuerpo de Zai con lascivia, haciéndola estremecerse.


—Inténtalo, Paula —le contestó él—. Tengo infinidad de contactos que me conseguirían una coartada en menos de un segundo. Buenos días, señoras Alfonso y señorita Chaves —y se fue.


—¿Es eso cierto? —preguntaron Catalina y Ana al unísono.


Paula se sentó y asintió.


—¡Oh, Dios mío! —se lamentó la anciana.


—Tus padres deben saberlo, Paula —le aconsejó su suegra.


—No puedo. Por varias razones. La primera es porque mi padre me creería, pero mi madre... —chasqueó la lengua—. No estoy tan segura... — suspiró—. La segunda es que si mi madre no me cree, supondrá un conflicto entre mis padres, porque uno me defenderá y el otro, no. Mi madre no me cree en lo referido a Ramiro. Ya lo he intentado varias veces y me tacha de mentirosa —agachó la cabeza—. Y la tercera razón es que no ha llegado a pasar. Ramiro no llegó a... —carraspeó, incómoda—. Gracias a Pedro.


Su amiga le frotó el brazo, dándole ánimos.


—¿Qué tal si hablamos de la fiesta? —sugirió Zaira.


Y eso hicieron.


A los pocos minutos, la tensión fue reemplazada por los nervios de la gala.


Charlaron durante tres horas y acordaron que Paula ayudaría con la proyección. Tendría que ponerse en contacto con los tres refugios y aportaría la parte legal, incluso se ofreció para preparar la presentación. Contaba con tiempo libre hasta septiembre, la fecha tope que se había marcado para comenzar con sus clases de yoga y organizar la futura escuela.


Luego, las dos amigas se despidieron de Catalina y Ana y pasearon por las sombras de los grandes árboles del Boston Common, junto con Rocio y Gaston, que se reunieron con ellas cuando la rubia terminó su jornada laboral en el hospital. Se relataron confidencias como si en verdad se tratasen de hermanas.


Y a las seis, se acercaron al General para esperar a Manuel y a Pedro.


Estaban en un banco sentadas frente a la puerta principal del hospital cuando los tres mosqueteros, incluido Mauro, que había bajado para ver un minuto a su mujer, salieron del hospital. Las tres estallaron en carcajadas al recordar lo que se habían contado en el parque. Sin embargo, las risas se convirtieron en suspiros al admirar cada una a su irresistible médico.


Paula se levantó y corrió hacia su héroe. Él la alzó del suelo, sonrió y la besó.


No me guardaré un solo beso más...






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